Opinión > COLUMNA

Entrada de artistas

Hace 30 años El Galpón volvió del exilio en México y reabrió su escuela de actuación. Aquellos elegidos ahora somos pentagenarios y seguimos con ganas de celebrar
Tiempo de lectura: -'
21 de junio de 2015 a las 05:00
Hay un bossanova muy famoso que dice para siempre que la tristeza no tiene fin y que la felicidad sí. Yo creo que es esencialmente correcto. La angustia de vivir está siempre ahí, en tanto que la felicidad son momentos. Queda el recuerdo, si acaso; la sonrisa nostálgica.

Yo tengo un instante grabado en el alma, que es íntimo y glorioso a la vez. Volvió a la conciencia gracias a la nostalgia colectiva de la generación de alumnos de la escuela de artes escénicas que reinauguró el teatro El Galpón, en 1985. Se armó un grupo en Facebook para celebrar una reunión, 30 años después de aquel otoño de 1985 en que nos enteramos que habíamos salvado la prueba, entre 300 aspirantes, y habíamos pasado a formar parte de la familia de El Galpón.

El momento glorioso del que hablo es parte de una muestra de escenas de teatro latinoamericano, con la dirección de Imilce Viñas. Era la prueba del primer año de escuela.

Yo participaba de la obra Cien veces no debo, una comedia del argentino Ricardo Talesnik. Imilce, en un momento me dijo muy seria que, cuando se hacía comedia, había momentos en los que había que congelar la obra para dejar que la risa del público se desahogara. Me explicó que había que escuchar el rugido del monstruo de mil cabezas y que esperara que empezara a declinar. Recién entonces había que retomar el parlamento.

Yo pensaba que era un consejo para el futuro, ya que era muy improbable que en una prueba de escuela hubiera alguna oportunidad de calibrar ese rugido. Estaba equivocado.

El día de la prueba estaba prevista una función de Cuatro para Chejov, una obra de El Galpón que recién se había estrenado. Habían ido varios cientos de personas a verla, y se les dijo que no habría función, sino que se exhibiría una prueba de la escuela de forma gratuita. Nosotros habíamos convocado a amigos y familia y entre todos llenaron la sala de 670 butacas y también los corredores.

Nunca, antes ni después, actué para tanto público. Cuando me llegó el turno, mi personaje, que era un padre que se entera de que su hija –que él veía como una niña– estaba embarazada, estalla de desolación con un discurso del estilo "¿por qué a mí?" y termina arrodillado declarando "creo en Dios".

Ese es el momento eterno. El estruendo de las carcajadas del monstruo que acechaba en la oscuridad de la sala era grandioso. Yo estaba arrodillado en el escenario, escuchando. Mi esposa, Ita Saldumbide, y mi hija, Alejandra Castillo, paradas a mi lado, quietas, expectantes.

Cuando por fin percibo que la bestia se calma, retomo la escena. Después pasan treinta años y aparece la foto en Facebook, subida por Ita. Y entonces vuelvo a escuchar a esa multitud sin freno y me vuelve a inundar el alma. Yo no tenía pasta de buen actor, como bien lo recuerda en la web un memorioso de esos que nunca faltan, pero ese momento es mío para siempre.

Tiempo después de ese hito, ahora en tercer año, se ensayaban escenas de Shakespeare y yo era el único espectador en la sala inmensa. Alan Rigby, que no vive para contarlo, era Ricardo III, e intentaba en vano, interrumpiendo el cortejo fúnebre, seducir a la viuda de un hombre a quien él mismo recién había asesinado.

Amanecer Dota dirigía el ensayo y se exasperaba porque Alan no lograba la fuerza de carácter necesaria para que la escena (una de las más difíciles del teatro clásico) fuera verosímil. Entonces, el actor, frustrado, se sienta sobre el ataúd.

Dota, que estaba en tercera o cuarta fila, se da vuelta para ver si alguien más había visto la escena y yo grito desde la última fila: "notable".

Qué prodigio es la memoria, que me devuelve a Alan, que fue atropellado por un auto en Madrid en 1993.
Treinta años después, una barra de actores cincuentones quiere recuperar algo de aquella insolencia, retomar el papel de veinteañeros invictos, recrear la esperanza, volver a tomar ese impulso. ¡Salud!

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...