Antes de que la palabra se popularizara para nombrar a un perro, un gato o a un mero cui, una mascota encarnaba a un niño que acompañaba a los jugadores de futbol en su trote feliz hacia el centro de la cancha.
El recuerdo viene a cuento para tratar de impedir la infamia a la que nos invita la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF): la elección de la mascota de la selección para el Mundial de 2024 de Catar entre cinco engendros que parecen creados bajo los efectos de un ácido vencido en los tiempos del maracanazo.
Ellos son: 1) un termo denominado “Botija”, pensado como para inyectarles la infusión a los uruguayos desde su infancia y condenarlos a tener ocupado de por vida el sobaco izquierdo o el derecho.
2) Un caballo criollo cruzado con un indio al que denominaron “Tranque” en supuesta alusión a la acción de trancar la pelota para destruir el juego ajeno, maniobra que durante mucho tiempo los jugadores uruguayos prefirieron antes que esforzarse por jugar lindo.
3) “Garrancho”, una mezcla de carancho con uruguayo matero. Figura oscura a la que solo le falta una lápida sobre la que pararse. (En el diccionario lunfardo del Río de la Plata la palabra caranchear tiene estas tres bonitas acepciones: Realizar una autopsia deficientemente, tomando al azar trozos de órganos; tirar de los cabellos; comer picando desordenadamente.
4) Un zorro de nombre “Zo Rou”. Sin palabras.
5) Marguy, un “yaguaritíca o margay autóctono” portador de mochila.
Es urgente evitar la infamia de que uno de ellos nos represente en Catar. Como además de destruir ideas hay que presentar alternativas propongo que la mascota de Uruguay sea un botija, un nene, un pibe, un chiquilín. Un niño que porte la camiseta celeste y que, si se quiere, puede tener la palabra “botija” escrita en el pecho
Cuando se trate de acompañar a la selección en su ingreso a las canchas, podrá haber uno o, mejor, varios niños para que más de un chiquilín tenga la oportunidad de mostrarse con sus ídolos.
Así rescataremos a aquellas mascotas tan entrañables del futbol uruguayo y todos volveremos un poco a la infancia, a la época en que jugábamos sin orsái en la canchita del barrio.
La elección es simple: si no es un niño, será un grandote disfrazado con un pesado traje de polifón representando a un termo o a un ave de mal agüero o un caballo con plumas. Es ahora. Evitemos esa infamia. La causa contra Garrancho y sus secuaces no admite la menor demora.
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