Denis Dutra

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El séptimo día > EL SÉPTIMO DÍA/DENIS DUTRA

Ese viejo que salvó la nación desde estación Carnelli

La muerte de Jorge Batlle deja a Uruguay sin uno de sus últimos estadistas y un vacío de pensamiento crítico imposible de llenar
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25 de octubre de 2016 a las 04:45

Como liberal que me considero, soy de los que me sentí traicionado por la gestión del ex presidente Jorge Batlle (2000-2005) por algunas decisiones que tomó que fueron a contrapelo de su dialéctica de toda la vida, caso concreto haber "salvado" grandes ahorristas que habían autorizado que su dinero fuera enviado a centros financieros donde pagaban jugosos intereses –léase bien, ahorristas y no banqueros-.

Pero sería de una mezquindad suprema juzgar su accionar como primer mandatario y su vida política desde la óptica subjetiva de este periodista del que por cierto, justo es recordar para resaltar su estatura humana, se interesó cuando padeció un quebranto de salud similar al que se lo llevó de esta tierra.

Batlle inició su gestión presidencial con bríos para impulsar transformaciones vitales, para dinamizar la economía e incluso fue el primer mandatario en democracia en buscar cerrar heridas de la dictadura con la creación de la Comisión para la Paz, que sirvió de base para los hallazgos posteriores de restos de desaparecidos.

Lidió con fortaleza frente a imponderables desde el primer día. A semanas de asumir el cargo, estaba en Estados Unidos con su colega George Bush en aras de concretar su obsesión, vender carne a esa potencia mundial, cuando le avisaron que se había descubierto aftosa en el ganado uruguayo. "Maten" fue la orden que trasladó al jefe del Ejército para evitar que el foco encontrado en Artigas se trasladara al resto del país. Así se hizo pero en 2001 el mal reapareció en Soriano proveniente de Argentina y la plaga se extendió a todo el país con un costo económico y social furibundo. Ya para entonces el precio del petróleo estaba por las nubes y otras tragedias se avecinaban. Fraudes bancarios en Argentina y Uruguay propiciaban el inicio de la peor crisis económica y financiera de la historia contemporánea que acabó con una profunda recesión, desempleo y pobreza creciente.

Cuando el país se encaminaba a la segura extinción, un diálogo de último momento en alemán con el jefe del FMI destrabó un crédito de emergencia de Estados Unidos para poner fin a un feriado bancario. Antes había logrado cumplir con otra de sus obsesiones, "cumplir la palabra empeñada", y cuando todos pedían declarar el default de la deuda pública (incluido quien sería su sucesor, Tabaré Vázquez) instruyó a sus hombres de confianza y logró un canje de títulos para pagar con más plazo. También se enfrentó a los máximos estamentos de ese organismo que le reclamaban una salida similar a la Argentina, es decir no pagar más la deuda.

No fue esa la única marca que dejó grabada a fuego para lo que vendría luego: recuperación y prosperidad. Autorizó a funcionar la primera planta de celulosa, germen para el aluvión de inversiones forestales que vendría después. Creó la trazabilidad ganadera, que permite hoy que en más de 100 países se coma carne uruguaya pudiendo identificar hasta del predio del que provino el animal. La lista es amplia pero como él mismo lo dijo al traspasar la banda presidencial al primer mandatario de izquierda entregó el país en paz y ya con crecimiento

De cuna política, sobrino nieto de José Batlle y Ordóñez e hijo de Luis Batlle Berres, este abogado, periodista y político, que estaba a puntos de cumplir 90 años, murió a causa de una dolencia cerebral repentina que no le privó de deslumbrar hasta el último de sus días con sus reflexiones políticas que a diario escribía en la red social Facebook.

Con la muerte de Jorge Batlle, Uruguay se queda sin uno de sus últimos estadistas y deja un vacío de pensamiento crítico imposible de llenar. Por algo, mucha gente ignorante y resentida festejó incluso antes de consumarse en redes sociales la desaparición física del hombre que salvó a la nación de la segura extinción desde la estación Carnelli y llegó a destino con la entereza que solo la historia -siempre que sea narrada con honestidad intelectual- podrá juzgar.

Es justo que descanse en paz

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