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Este domingo termina Patria: ¿por qué hay que ver la serie española del año?

Centrada en dos familias vascas durante los años de lucha armada de ETA, la serie ha sido uno de los grandes éxitos del 2020 en la península Ibérica
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13 de noviembre de 2020 a las 05:01

El día que se anunció su fecha de estreno, con ese paraguas rojo que se desteñía bajo la lluvia de Guipúzcoa, uno se lo podía ver venir: Patria iba a ser la serie del año en España. Y no solo porque el libro en el que se basó –el superventas del mismo nombre que Fernando Aramburu publicó en 2016– fuera un bombazo que sigue imprimiendo reediciones a todo trapo. El conflicto vasco, que oficialmente colgó las armas hace pocos años, se mantiene sangrante en la sociedad ibérica y las heridas distan de cicatrizar. Así que si un producto masivo se tomaba el trabajo de llevar eso a la pantalla a través de un melodrama familiar, estaba claro: el éxito estaba casi asegurado.

Eso pasó. La serie adaptada por el realizador Aitor Gabilondo fue seguida capítulo a capítulo de manera voraz por los españoles a través de HBO. Su último episodio, el octavo, fue emitido el domingo pasado en Europa y según los medios españoles cerró un producto que cumplió con unas expectativas que estaban por las nubes. De este lado del Atlántico, en tanto, estamos un poco retrasados: al final lo veremos este domingo a las 21. De todas formas, en el mundo del streaming siempre hay tiempo de engancharse: todos los episodios se pueden ver en la plataforma de HBO GO, o en cualquiera de las plataformas de los operadores de cable que tengan los contenidos de la cadena.

A grandes rasgos, Patria pone sus focos en un pequeño pueblo del País Vasco durante dos líneas de tiempo separadas: por un lado están los años noventa, donde la liberación del Euskal Herria se vive a flor de piel y en cada una de las acciones cotidianas; por el otro 2011, año en que ETA depone las armas y oficialmente termina el conflicto. Es en ese marco, el de los años de plomo del posfranquismo, que se presentan las familias protagonistas de la serie: la de Miren, una defensora acérrima de la lucha vasca y madre del etarra Joxe Mari, y la de Bittori, más moderada respecto a sus inclinaciones políticas y esposa del Txato, dueño de una empresa de camiones. Ambas son amigas y sus familias muy cercanas –sus esposos son casi hermanos de otra madre–, pero eso se corta con el asesinato del Txato a manos de la lucha armada y, aparentemente, Joxe Mari. De la nada, las mujeres quedan en veredas opuestas y enfrentadas. Como le pasó, digamos, a buena parte de la sociedad vasca en ese entonces.

La trama de la serie se desenvuelve, así, mediante idas y vueltas en el tiempo –algunos "envejecimientos" están mejor que otros–, entre los destellos de ultranacionalismo que florecen en torno a estas dos familias y las cenizas que quedan una vez que el fuego se lleva todo por delante.

En ese sentido, uno de sus grandes logros –además de recrear algunos de los atentados de ETA de manera estremecedora y de pintar un fresco de la hermética sociedad pueblerina a la perfección– es su capacidad para cuestionar todos los puntos de vista y dejar a libre albedrío del espectador la posición a elegir. ¿Quién estaba en lo correcto, quién se equivocaba? No está claro. Y no lo está porque lo que aparece para empañar el cristal por el que miramos es el dolor. La serie quiere dejar bien claro que en una guerra como esta, entre hermanos de sangre y compañeros de vida, todos sufren. Todos. El melodrama se cuela entre el horror de la lucha civil y todos los involucrados salen perdiendo de una u otra manera.

Hay algunas escenas que estrujan el corazón. Una de ellas, claro, es la que tiene a Bittori sujetando el cuerpo muerto del Txato bajo la lluvia. Otra tiene al padre de un joven etarra muerto que le dice a Joxian, marido de Miren y padre del prófugo Joxe Mari, que si hubiese sabido donde se ocultaba su hijo lo delataba para que se lo lleven preso. “Aunque nunca más me quisiera ver la cara y no me perdonara jamás, de la cárcel se sale alguna vez. Del cajón en donde está ahora, nunca”.

Y otra sucede en San Sebastián e involucra a Arantxa, hija de Miren y Joxian, y a su familia. Un coche bomba explota cerca de su casa y su marido Guillermo –un vasco de nombre español– y su hijo salen ilesos de milagro, aunque un amigo muere. Guillermo, ciego de dolor, grita por la ventana. “¡Acá les quedó vivo un español, hijos de puta!”. Arantxa y él pelean, se gritan “etarra”, “facho”, y la familia queda partida para siempre.

Y un poco de eso va la cosa. De cómo el conflicto también desangró las sobremesas en la casa de la abuela, de cómo dos hermanos dejan de hablarse, de futuros truncos, del fascismo y el nacionalismo colándose en las salas de estar y de las maneras de encarar el duelo. Pero aunque todo parece oscuro –por momento lo es–, Patria también habla del perdón. Porque eso es, a fin de cuentas, el motor de la vida de Bittori, una de las dos grandes protagonistas: solo quiere saber si Joxe Mari realmente apretó el gatillo y si es así, decirle que lo perdona. Ahí, recién, se podrá morir en paz.

Volviendo a la repercusión de la serie en España, sorprende hasta qué punto los que fueron parte de la serie vivieron esta época de cócteles molotov y abertzales. Todos los que participaron de la serie son vascos y de alguna manera sintieron, como sus personajes, el dolor de perder a un familiar en un atentado, o bien tienen o conocen a alguien que hoy en día sigue cumpliendo una condena en alguna cárcel española. Quizás el caso más paradigmático es el del actor José Ramón Soroiz, quien interpreta al Txato, el empresario asesinado por no pagar el impuesto revolucionario. Sorioz le contó a El Correo que para darle vida a su personaje se inspiró en su cuñado, víctima de ETA.

“Juan Mari Jáuregui era mi cuñado y mi amigo de la vida. Una de las razones para hacer esta serie era él, cuando pensaba en el Txato me venía Juan Mari a la cabeza. Todos hemos pasado por estas cosas en este país. (…) Por eso Aitor escogió un reparto de aquí, para no tener que explicarles nada. Nosotros hemos vivido así. ¿Hacer un personaje? Solo se trataba de ser tú mismo. Si ya llevamos dentro la historia”, dijo Soroiz al medio.

Ese conocimiento cabal de la historia se nota. Sobre todo en los actores más veteranos. El dolor en los rostros de Elena Irureta (Bittori) y Ane Gabarain (Miren) se siente real. Le da a la serie una visceralidad apabullante.

No todo sale bien, sin embargo. Al comienzo el ida y vuelta entre pasado y futuro puede desconcertar. A veces da la impresión de que la adaptación teme despegarse demasiado del texto base y algunas cosas que funcionan en el libro no lo hacen en pantalla. Y por eso mismo, por un afán de ser absolutamente fiel, se reproducen historias que en la novela eran bien desarrolladas y en la serie importan más bien poco. Pero son solo algunos pocos alicientes que no dejan que Patria alcance el puntaje máximo, aunque si permiten que sea una aplicada radiografía sobre el poder del perdón, las fisuras familiares, la radicalización y lo que significa la verdadera lucha por las tradiciones y los valores. 

Justamente, ahí está Gorka, el hermano menor de Joxe Mari. Él también defiende al pueblo vasco, al euskera, pero lo hace en sus libros, en la radio, mediante la transmisión de su cultura y del conocimiento. En medio de tanto fuego y tanta furia, es un ejemplo tranquilizador de que la racionalidad, siempre, termina desbancando a la radicalización. ¿O no?

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