Salud > ENTREVISTA

Facundo Manes sobre el año electoral: "No son tantos los que votan racionalmente"

El neurocientífico argentino habló sobre los principales riesgos para el cerebro hoy, sobre los avances tecnológicos que se vienen y sobre la influencia de los esquemas mentales en la elección de los líderes políticos
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25 de septiembre de 2019 a las 05:04

Desde hace unos cinco años Facundo Manes es un nombre que muchos argentinos conocen. En el país vecino, la gente lo para por la calle para saludarlo, los medios lo entrevistan  continuamente, algunos dirigentes expresaron públicamente su deseo de que se sume a las filas políticas, es autor de seis libros entre los que están los bestsellers Usar el cerebro (2014) y El cerebro argentino (2016) y, cada vez que va a brindar una conferencia, llena locaciones.

No es un rockstar ni un artista. Es un neurólogo y neurocientífico que a comienzos de siglo entendió que los hallazgos de los estudios de la mente necesitaban llegar a las personas corrientes. “Porque todos tenemos un cerebro y todos queremos saber qué sabe la ciencia de nuestro órgano más complejo”, afirma el argentino de 50 años que divulga de forma ágil y sencilla información que en un contexto de aula podría ser de lo más compleja y entreverada.

Manes estuvo en Montevideo el pasado 19 de setiembre para brindar una conferencia en el Club de Golf (organizada por el club y MP Medicina Personalizada). Minutos antes de arrancar –y con cientos de personas en fila para entrar a la sala– el científico habló con El Observador y ahondó en temas como la pobreza, la soledad y el cerebro-máquina del futuro próximo. También sobre el voto electoral y contó de qué manera el cerebro tiene que ver en la elección de un líder político. 

¿De dónde sale la necesidad de divulgar información científica al corriente de la gente?

En 2001, después de formarme en Estados Unidos e Inglaterra regrese a Argentina y el escenario tenía grandes neurólogos, psiquiatras e institutos. Pero no había un impacto de las neurociencias cognitivas humanas, del estudio científico de la mente. Entonces, además de crear laboratorios, repatriar colegas y formar un ecosistema para que el Cono Sur tuviera un impacto internacional en las ciencias cognitivas, escribimos un libro – Usar el cerebro– para explicarles a los colegas sobre esta nueva rama para entender la mente. Cuando le dimos ese libro a la editorial, nos dijeron que esto le podía interesar a todo el mundo. Terminó siendo un boom que excedió las expectativas, fue de los libros más vendidos desde el retorno de la democracia en Argentina. Ahí me empezaron a  pedir charlas y entendí que una manera de ser médico es contar lo que sabemos sobre el cerebro porque si tenemos herramientas para entender nuestra mente podemos vivir mejor. Además, más que la enfermedad cardíaca y que el cáncer, la enfermedad en el cerebro es hoy la principal causa de discapacidad en el mundo. 

¿Cuáles son las cuestiones relacionadas al cerebro que más le preocupan ahora en la región?

Me preocupa la infancia. El cerebro humano termina de desarrollarse después de los 20 años y lo más importante para Sudamérica tiene que ser el capital humano, el cerebro de los ciudadanos. Nuestros países tienen que invertir en erradicar la malnutrición – déficit de vitaminas,  anemia, obesidad, desnutrición–  que impacta en la capacidad de aprender. En un mundo que está basado en el conocimiento, tener chicos malnutridos es, además de inhumano, una hipoteca social para nuestra región. El mundo hoy se basa en la generación de ideas Además, hay que darles educación –que protege al cerebro– de calidad. El afecto también es muy importante.

Los mensajes de profesionales que se divulgan sobre bienestar y salud en general suelen tener receptores que están en cierto lugar de privilegio con respecto a otros. ¿Qué pasa con las capas de la sociedad que están más vulnerables frente a las crisis económicas y sociales de un país? ¿Cómo afecta a su situación la salud de su cerebro?

Mucho. Hay un impacto importante del estatus socioeconómico, la malnutrición y la pobreza sobre el nivel de aprendizaje y la anatomía del cerebro. Por eso, si no hay inversión en el cerebro no existe la meritocracia, que solo existe cuando salimos del mismo escalón. Vivir en la pobreza genera un estrés mental que impacta en el aprendizaje. Los seres humanos tenemos recursos cognitivos ilimitados y cuando uno vive en esa situación, necesita usar esos recursos para sobrevivir.

¿Cree que las neurociencias pueden jugar un rol central en materia de salud pública?

Hoy el mundo está tomando datos de la neurociencia para mejorar el diseño y la implementación de las políticas públicas. Entender cómo la gente actúa, decide y se comporta en la realidad, mejoraría el diseño y la implementación de las políticas públicas. La salud pública va a evolucionar entendiendo cómo se comporta la sociedad en la realidad y haciendo políticas públicas que interpreten eso para una mejor implementación. Claramente esta área de conocimiento ya está impactando en el mundo. 

¿Cuáles son las principales amenazas para el cerebro actualmente?

Uno de los problemas más importantes hoy es la soledad, que produce depresión, enfermedades y un costo tremendo para los países. Sentirse solo crónicamente, aislado socialmente o excluido, es un factor de mortalidad más importante que el alcoholismo, la obesidad y la polución ambiental. Inglaterra, por ejemplo, creó el Ministerio de la Soledad. Por otro lado, el hambre, la malnutrición, la falta de estímulo afectivo y cognitivo, el sedentarismo, el alcoholismo y la depresión.

En 2016 publicó El cerebro argentino junto a Mateo Niro ¿Es posible analizar un país desde la neurociencia?

No se puede. Pero así como identificamos el cerebro argentino, puede haber uno uruguayo, puntaesteño o montevideano, por ejemplo. Tomamos decisiones de forma racional o automática. No tenemos recursos cognitivos todo el tiempo. Tenemos un sistema de toma de decisiones que es automático, no consciente, guiado por las emociones del momento y las previas. Y a veces somos racionales, lógicos y deliberados, pero eso genera gasto energético. También el contexto, la gente que nos rodea, la cultura y la experiencia de los países influyen en la manera que sentimos, pensamos y decidimos. Haber ganado el Mundial del 50 a ustedes los marcó y si tres uruguayos que no se conocen se encuentran en Finlandia pueden tener el mate en común, el sentido de la amistad de este país, aquel mundial y la rivalidad con Argentina. 

En ese libro escribimos cuáles son los esquemas mentales de los argentinos. Que nos creemos ricos en recursos naturales y no lo somos, pensamos que estamos en vías de desarrollo y Argentina si no invierte en ciencia y tecnología no lo está. Las ciudades, los barrios tienen sus esquemas mentales. 

Aprovechando que este es un año electoral para Uruguay y Argentina, ¿qué puede decir del voto? ¿Es siempre ideológico o intervienen otros factores?

El voto también es emocional y tiene que ver con los esquemas mentales previos. Pensamos que mucha gente vota por ideología pero, en realidad, no son tantos los que votan racionalmente. Lo ejemplifico con un trabajo muy revelador que hizo hace unos años un amigo que trabaja en la Universidad de Princeton, Alex Todoroff. Él fue a Bulgaria y países del este de Europa, seleccionó chicos de unos 20 años que no sabían nada de política  americana y les dijo, “te voy a mostrar fotos de candidatos a diputados o senadores del medio oeste americano y tenés que elegir el que más te guste en la primera impresión”. Y no era por belleza, era indicar quién les caía mejor. Resultó que lo que eligieron ellos predecía en un 70% quién ganaba la elección. Hay un montón de gente que vota por las caras. Las caras que producen mayor sensación de confianza y seguridad son las más votadas.

Y dependiendo del contexto de un país, ¿la gente puede apelar más al voto emocional que al racional?

Sí. Hay datos. Un psiquiatra americano hizo un libro sobre psicología y poder y demostró cómo las personalidades, temperamentos y cuadros mentales influyen en el ejercicio político. Cuenta que cuando todo indicaba que (Adolf) Hitler era invencible y todo el mundo en Inglaterra buscaba negociar con él, (Winston) Churchill, que estaba en un episodio maníaco de su bipolaridad, lo enfrentó. Churchill estaba eufórico, con grandiosidad y, según este autor, su temperamento en esta etapa maníaca del trastorno que padecía fue lo único que lo hizo irracionalmente enfrentar a Hitler. Analiza también a otros líderes y concluye que en tiempos de crisis es mejor alguien medio loco o más estrambótico, mientras en tiempos de pasividad es mejor alguien más estable racionalmente. Los líderes de época representan el espíritu del momento.

En El cerebro del futuro (Editorial Planeta, $770) habla de la neuroética ¿Por qué es necesario involucrar a la filosofía en las investigaciones del cerebro?

Hoy estamos preocupados por la privacidad, que alguien sepa qué cliqueamos en Facebook ¿Y si yo te cuento ahora que quizá en el futuro con tecnología podamos ver la actividad eléctrica de algunos pensamientos? Ahí aparece la ética, para decir qué hacemos con los datos nuevos del estudio de la mente.

Para un paciente con cuadriplejia –que tuvo una lesión en el tronco cerebral o en la parte posterior y no puede mover los miembros–, por ejemplo, existe hoy un sistema de interface cerebro-máquina donde a la persona se le pueden poner electrodos en la corteza cerebral para registrar la actividad eléctrica de sus pensamientos. Esos pensamientos producen energía que puede ser registrada y decodificada para activar un brazo robótico que actúe por la fuerza de los pensamientos. Entonces, si piensa en agarrar la taza café y llevarlo a la boca, se genera el movimiento. Aplaudimos a la medicina. Pero, ¿qué pasa si esto se usa con fines bélicos? Quizá, las guerras del futuro puedan darse modificando la mente del adversario. Hoy no pasa, pero una revista de política internacional (Foreign Affairs) informó que el Departamento de Estado de los Estados Unidos tiene un instituto de tecnología para defensa donde se invierte mucho en neurociencia. Entonces, la sociedad va a tener que discutir qué hacemos con el entendimiento de nuestro cerebro.

En esos casos, la tecnología estaría más al servicio del ser humano. Pero, ¿qué piensa del transhumanismo, que supone de cierto modo que el humano esté al servicio de la tecnología?

Creemos que el cerebro humano está evolucionando, pero no como lo hizo hasta ahora biológicamente. Nos guste o no, va a evolucionar con una interface cerebro-máquina. No descarto que algunos humanos vayan a tener insertos en el cerebro chips que los conecten a la inteligencia artificial. Esta brain–computer interface puede dar lugar a una fusión entre lo biológico y lo digital. Y eso va a generar una gran desigualdad. Ahí necesitamos de la ética también. 

¿Dónde está el límite de la interacción tecnología-persona?

La inteligencia artificial es un fenómeno del siglo pasado, cuando se crearon programas que hacían tareas humanas automatizadas y funcionaban mejor que los humanos para las mismas. Pero ahora ocurre algo fascinante. Estos programas hacen cosas para los cuales no fueron programados, porque aprenden del ensayo y error y manejan grandes datos en poco tiempo. Hay muchos tecnólogos que piensan que la tecnología va a superar al cerebro humano, yo pienso que lo hizo en muchas tareas, pero no en lo fundamental, que son las cosas que lo hacen único: la compasión, el altruismo, las relaciones sociales, las emociones.

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