Gabriel Pereyra

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Felipe y los otros niños olvidados

Cada día unos siete menores son violentados; en breve se darán a conocer datos oficiales
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24 de abril de 2017 a las 05:00

Usted seguro ya sabe quién es Felipe Romero. Pero ¿y Alan Montero? ¿Quién es? Alan tenía 9 años y vivía en Mercedes. El año pasado su padre lo mató de varias puñaladas y luego se suicidó. ¿No lo tenía registrado? También el año pasado, pero cerca de Valizas (Rocha), un hombre se fugó con su hijo de 3 años. Dieciocho horas después los encontraron a ambos. El hombre le puso una soga al cuello y lo ahorcó de un árbol. Luego se colgó él. El nombre del nene no trascendió. Unos meses antes una mujer, agente policial, le pegó un tiro a su hijo de 11 años y luego se suicidó. El nombre del nene tampoco se supo.

Cada día el sistema nacional de protección de la infancia registra unas siete denuncias o situaciones de violencia o abuso sexual contra niños. En unos días se darán a conocer nuevas cifras, pero serán más de dos mil denuncias al año.

En estos días un grupo de Ongs intentó hacer un boicot comercial, o sea que trató de silenciar a un programa periodístico porque no les gustó la forma en que se exponía el testimonio (que no la cara ni el nombre) de niños que contaban cómo habían sido abusados por sus mayores.

En estas horas pocas voces se escuchan pidiendo un poco de silencio sobre el caso de Felipe. Al principio estuvo bien que su nombre y foto se dieran a conocer ya que estaba secuestrado, pero, una vez muerto, ¿el niño pierde los derechos de protección a la intimidad que establece la ley? Ahora que la situación tuvo el peor final se empiezan a manejar en los medios (no cuento a las redes sociales cuya lógica es la ausencia de códigos) detalles de la vida de Felipe cuya relación con el crimen es al menos dudosa. Que el padre esto, que la madre esto otro y un largo etcétera. Minutos de silencio, un despliegue mediático apabullante y una conmoción nacional que no se vio ni escuchó cuando se encontró el cuerpito de Alan masacrado a puñaladas, o cuando hallaron al otro nene anónimo colgado de un árbol o cuando se descubrió al hijo de la oficial de Policía asesinado con una bala calibre 38.

¿Qué nos pasa que somos selectivos a la hora de administrar el dolor por los niños asesinados? ¿Es que no nos alcanza con ser un pueblo que considera legalmente a una mujer adulta como un ser más frágil que un niño? Que estamos mal no hay dudas ¿pero tanto?

Transitamos al golpe del balde, nuestra reacción depende de que una historia esté relatada de determinada manera desde un comienzo, o que los medios lo cubran de tal o cual manera. Y todos, los medios incluidos, fingimos amnesia con los siete pibes que cada día son registrados como víctimas de la violencia física y el abuso sexual. Y para peor, el debate se agota en las exclamaciones de dolor por la víctima y en los gritos de odio contra el victimario.

Hace unos días publiqué una serie de notas sobre violencia contra niños en la que daba cuenta de un estudio que realizó el el sociólogo Robert Parrado con más de 100 abusadores sexuales que en el 100% de los casos habían sido abusados cuando niños. O sea, cuando nos lamentamos por un niño abusado no se nos pasa por la cabeza, de puro ignorantes, que la víctima tiene grandes chances de ser un futuro victimario que dejará, a su vez, otra víctima en el camino. ¿Cuánto estamos haciendo como sociedad para cortar esta noria de terror? No, mejor linchar al violador y, de paso, criticar a la madre del violado porque no lo cuidó bien.

¿Qué nos pasa que somos selectivos a la hora de administrar el dolor por los niños asesinados? ¿Es que no nos alcanza con ser un pueblo que considera legalmente a una mujer adulta como un ser más frágil que un niño? Que estamos mal no hay dudas ¿pero tanto?

En esas notas que publiqué en El Observador, el subdirector del sector pediátrico del hospital Pereyra Rossell, Gabriel Peluffo, contó que a veces las lesiones que los padres les perpetran a sus hijos son similares a las de un accidente de tránsito. Que se les vaya la mano y sus hijos corran la misma suerte que Felipe es apenas una eventualidad. La psiquiatra infantil Natalia Trenchi dijo en una de esas notas que la violencia contra los niños tiene una incidencia superlativa en la situación de violencia general que afecta a la sociedad. Quizás la manera de empezar a concientizarnos de la dimensión que tiene el tema, sea no preguntarnos cómo pasó lo que le pasó a Felipe, sino cómo es posible que cosas como esta no pasen más seguido, sabiendo, como sabemos, que hoy siete potenciales Felipes quedarán registrados en la lista de menores violentados, y mañana siete más, y así cada día.

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