P. LA ROSA

Fiebre aftosa: el día que el malla oro pasó al fondo del pelotón

El presidente Jorge Batlle preparaba en Washington una reunión con George Bush cuando lo llamaron para darle la mala noticia

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24 de octubre de 2021 a las 05:00

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En un despacho de la embajada uruguaya en Washington, a la hora 18.10 del martes 24 de abril de 2001, sonó un teléfono. Jorge Batlle, presidente de la República, trabajaba en el listado de temas que más tarde en la Casa Blanca plantearía a su par de Estados Unidos, George Bush. Lo acompañaban Hugo Fernández Faingold –el embajador– y Didier Opertti –el canciller de la República–. Desde Uruguay, Carlos Olave –director interino de los Servicios Ganaderos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP)– lo llamó para darle una mala noticia: un posible foco de fiebre aftosa en el país.

Al no estar 100% confirmado, la estrategia a corto plazo fue no informarlo al gobierno del principal mercado para la carne uruguaya, pero por cautela se quitó de la lista de temas la solicitud de un aumento en la cuota asignada a Uruguay como proveedor cárnico de Estados Unidos.

Tras la reunión con Bush, Batlle recibió la confirmación y decidió regresar de inmediato. Y hasta advirtió que si no había pasajes para toda la delegación volvía solo, sin guardia incluso. Mantuvo contactos con jerarcas, sobre todo con el ministro de Ganadería, Gonzalo González, para impartir órdenes: reunir toda la información y darla a conocer a nivel internacional, aislar la zona del foco y aplicar el rifle sanitario. Luego se adoptaría la decisión de vacunar a todo el rodeo, estrategia vigente 20 años después, como reflejaba la crónica de Soledad Acuña.

El tema rápidamente sumó espacios en la cobertura de El Observador que el jueves 26 dedicó seis páginas a la aftosa. A esa altura eran cuatro los focos confirmados, dos en Santa Catalina y dos en Palmitas. Solo ese día fueron sacrificados 5.857 vacunos.

Hugo Ocampo, integrante del equipo de información agropecuaria del diario, recuerda que fueron jornadas de gran intensidad en la redacción, de esas que arrancan tras el desayuno y se extienden hasta la madrugada siguiente. Ese equipo lo conformaban además los editores Eduardo Blasina y Rafael Tardáguila, Leonardo Bolla y Mauricio Riva.

Blasina, en una columna de análisis, aquel jueves 26 señaló: “La capacidad de acción será decisiva para determinar la magnitud final del daño, pero en ningún caso las pérdidas serán pocas”.

En una de las páginas había una infografía proyectando las pérdidas y exhibiendo datos del liderazgo que el sector ostentaba como generador de empleos y divisas. En otra opinaban actores vinculados al tema: el intendente de Soriano, Gustavo Lapaz, que se mostraba partidario de comenzar a inmunizar al rodeo; productores afectados y de las zonas cercanas que lamentaban las pérdidas y avizoraban una lluvia de problemas; y los industriales que recibían cancelaciones de ventas.

El presidente del Instituto Nacional de Carnes (INAC), Roberto Vázquez Platero, informaba que en los océanos había buques con 800 contenedores con carne uruguaya en proceso de regreso al país.

P. LA ROSA
Fiebre aftosa.

Ocampo fue el periodista que El Observador envió a Soriano, “para cubrir en la cancha lo que pasaba”, recordó. Veinte años después hizo memoria y afirmó que el dato de un posible foco lo trajo a la redacción Miguel Peirano, hermano de Ricardo –director del diario–. Miguel administraba un establecimiento en el centro del país y al inicio de la semana en ámbitos productivos era un secreto a voces que la enfermedad había ingresado desde Argentina.

Ocampo también conducía el programa Suplemento agropecuario, en radio Rural, donde el dirigente ruralista Gonzalo Chiarino Milans había contado días antes que en un viaje a una cabaña de Criollos en Argentina le habían dicho que en algunos lugares de ese país estaban vacunando contra la aftosa, pese a que como Uruguay, tenía el estatus de “libre de fiebre aftosa sin vacunación” (lo que otorga ventajas de acceso a los mercados). Esa vacunación no admitida oficialmente era un síntoma.

Algo no andaba bien. Y todo terminó mal.

Ocampo recordó que convertir el dato que trajo Miguel “a la tardecita” de aquel martes en noticia demandó decenas de llamados a jerarcas, productores ganaderos e industriales. Lista la nota inicial para informar del foco y proyectar consecuencias y acciones correctivas, Ocampo y el fotógrafo Pablo La Rosa fueron enviados a Mercedes a hacer la cobertura. Se instalaron en el hotel Brisas del Hum y trabajaron varios días recorriendo campos y ciudades de Soriano, y sobre todo yendo a un destacamento del Ejército Nacional, donde se estableció el comando operativo.

Era un escenario tenso, con un gran operativo militar y policial. No era fácil trasladarse por las rutas, se evitaba la movilidad de gente, animales y vehículos. Hablar con los productores involucrados era una proeza, pero se logró. Su sentimiento era de angustia e incertidumbre, recordó Ocampo.

Ese brote tuvo un antecedente, el 23 de octubre de 2000, cuando se detectó un foco en Artigas que se corrigió de un modo más sencillo. Fue en una población de cerdos que se aisló en la zona, se sacrificaron 22 mil animales y se impidió la propagación. A esa cobertura en el norte fueron Riva y el fotógrafo Mario Saporiti.

Lo de 2001 fue más grave. Le pegó al rodeo vacuno y el virus se desparramó. En menos de lo que dura en cocerse un asado se activó un tsunami sobre la agroindustria cárnica. Hubo un desplome brutal en la demanda de los mercados. La pérdida directa ese año fue estimada en US$ 730 millones por la Asociación Rural del Uruguay (ARU). Los brotes llegaron a 2.075. Más de 10 mil personas perdieron su trabajo y se mató a decenas de miles de reses.

De 2000 a 2001 la exportación cayó de 312 mil toneladas a 178 mil y los ingresos de US$ 478 millones a US$ 292 millones. Veinte años después se exportaron 550 mil toneladas y US$ 2.000 millones, y 2021 puede acabar con un doble récord.

“Lo de la aftosa fue feo, algo dramático, se vivió con angustia, fue la noticia que como periodista más me marcó”, admitió Ocampo, quien integró El Observador desde sus inicios hasta que hace pocos años se jubiló. 

*Este artículo forma parte de la edición especial 30 años de El Observador.

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