Como demostraron los españoles en su rápida conquista de América, no hay selva, ni cordillera, ni río que no pueda ser cruzado cuando la voluntad de encontrar lo que hay del otro lado lo es todo y detrás no hay nada. Mucho más difícil, dice Alejandra Costamagna en este libro, es construir hoy una identidad cuando las raíces quedaron al otro lado del océano, perdidas en el tiempo, sin que sea posible llegar a ellas salvo a través de la memoria familiar, que con cada muerte se va perdiendo para siempre.
Estas dificultades son las que enfrenta Ania, alias la chilenita, una mujer que debe cruzar la cordillera para asistir al entierro de su tío Agustín, lo que provocará una catarata de recuerdos que se remontan al tiempo de su niñez, pero que van más allá y llegan hasta la oleada de inmigrantes italianos que llegaron a Argentina huyendo de la miseria.
Esto lo logra a través de la figura de Nélida, madre de Agustín, que fue enviada en barco por decisión de su padre, quien además le arregló un casamiento con un pariente, sin que ella pudiera decir sí o no al viaje o al matrimonio.
El texto, muy bien escrito, salta constantemente en el tiempo y no es menor la habilidad de la autora para pasar del blanco y negro al color, del pasado al presente, de la incertidumbre de aquellos días de familias destrozadas por separaciones a veces de por vida, a la de hoy, cuando la sangre italiana de Ania se diluye entre su doble nacionalidad chilena-argentina, en ese no ser de aquí ni ser de allá, en la ausencia de una patria verdadera y una genealogía palpable.
La autora también trata el tema de la lengua, que entre acentos y modismos, termina derivando en una jerga que no es ni italiano ni español, lo que ayuda a esa sensación que siente la protagonista de pérdida de identidad. Para ejemplificarlo, Costamagna inserta en cada capítulo un texto breve independiente, donde se explica cómo aprender dactilografía, un truco al que le saca mucho jugo y que resulta divertido.
Este detalle se agradece porque le saca un poco de dramatismo a una historia llena de sufrimiento, a lo que se suman textos sacados de un manual para inmigrantes, donde entre otras genialidades, se explica al viajero cómo no caer en los cuentos del tío, cómo tratar a las mujeres o cómo se pide un café en Argentina y cómo tratar al mozo.
También es importante que, luego de establecer las enormes diferencias entre Italia y América del Sur, marque también lo ilusorio de las fronteras sudamericanas. Para ello pone como ejemplo cuando tanto Chile como Argentina estaban gobernados por dictaduras, lo que le sirve para señalar, aunque sea en clave negativa, un destino común.
Como escribe de manera concisa y directa, también hay espacio para tratar otros temas en esta novela breve pero de grandes contenidos, como la xenofobia y el bullying, que por fanatismo político se cuelan en las escuelas argentinas durante las épocas más duras, pero que se mantienen hasta hoy día en todo el continente.
El texto, muy bien escrito, salta constantemente en el tiempo y no es menor la habilidad de la autora para pasar del blanco y negro al color, del pasado al presente
Por último hay que señalar que también hay una historia de amor no confesada entre Agustín y Ania, que viene de cuando ella era niña y el un joven tímido, que se va revelando durante toda la novela.
Los une la presión de sus respectivas familias que los criaron solo para sobrevivir y no para soñar, bajo rígidas normas, sin ninguna posibilidad de ser libres e independientes. Sin ninguna posibilidad de ser.
El sistema del tacto, finalista del Premio Herralde, es una novela compleja pero muy sólida, que parte de la duda para intentar encontrar una certeza. Sin ser una maravilla, la novela funciona y confirma a Costamagna como una escritora a seguir.
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