Cada vez que viajo a Santiago de
Chile visito la casa de Pablo Neruda, apodada La Chascona, ubicada en el barrio Bellavista. La primera visita fue hace más de 20 años, por lo tanto, en cada viaje percibo los cambios de un barrio que antes tenía dos o tres restaurantes y hoy se convirtió en una especie de supermercado gastronómico donde pululan locales de todo tipo, algunos que se convierten en sitios tradicionales en poco tiempo y otros que cierran sus puertas para dar cabida a nuevos comedores que surgen como hongos después de la lluvia.
Luego de muchos años sin hacerlo, días atrás fui a almorzar al restaurante Venecia, patrimonio cultural de Chile, en donde se puede
comer opípara y deliciosamente por una suma módica, en un
espacio rodeado de historia, mejor dicho, de varias historias dentro de la misma historia –la de un país y la de una ciudad–, pues por sus mesas pasaron infinidad de personalidades famosas en diferentes disciplinas.
Uno de sus ilustres comensales fue Pablo Neruda, quien era vecino del lugar, ya que su casa queda a cuadra y media del restaurante. Recuerdo haber conversado infinidad de veces con un mozo que había sido quien atendía siempre al poeta cuando llegaba a comer.
El hombre tenía fabulosas anécdotas no solo sobre Neruda, sino sobre quienes venían con el poeta, personajes internacionales y nacionales, cuyas presencias evocadas le han dado al lugar un aura especial, de esas que hoy día pocos restaurantes tienen.
Pregunté por el mozo, para saludarlo, pero me dijeron que falleció hace un año, tras haber trabajado en el restaurante por casi medio siglo. Era el único de la vieja guardia que aún quedaba vivo.
Saber de su muerte me produjo una extraña sensación, relacionada al hecho de que de pronto –en el breve trecho que va de la vida a la muerte– una época entera desaparece por completo, pues el último en haberla vivido muere, y con él desaparecen todas las historias que no están contenidas en libros y que para conocerlas uno debía ir al restaurante Venecia, pues allí estaba el testigo final y atento, el único que por haberlas vivido sabía cómo en verdad habían sido