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Historias de jóvenes que dedican sus vacaciones a servir a otros

Destinan el tiempo de sus recesos y licencias para trabajar como voluntarios en campamentos y misiones cristianas
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21 de enero de 2019 a las 05:00

Son las 7:30 de la mañana en Antoniópolis, un pequeño balneario que se cruza en el camino entre La Paloma y La Pedrera. Unos cincuenta jóvenes acaban de despertarse para leer la Biblia, orar juntos y planificar lo que harán durante el día. Decidieron dejar a un lado su descanso para dedicar sus vacaciones “sirviendo a Dios” y cumplir la máxima bíblica de “amar al prójimo”.

“Nosotros apuntamos a mostrar a Jesús no solamente desde el púlpito leyendo o cantando canciones, sino también con un abrazo, con un ‘te quiero’, con un ‘vos sos importante’ y principalmente hablando a los niños y adolescentes de que Jesús los ama. Esto es lo que nos motiva a pedir la licencia en estas fechas, a dejar de descansar con nuestras familias o gastar nuestros ahorros con amigos en algún balneario. Nosotros queremos invertir nuestro dinero y energía acá. Es la mejor inversión”, dijo Santiago Fernández, de 23 años, uno de esos jóvenes que decidió trabajar como voluntario en el Campamento Cristiano Alfa, en su caso, desde el 6 al 21 de enero.

Desde los primeros días del año hasta comienzos de febrero, por ese campamento evangélico pasan más de mil niños, adolescentes, jóvenes y adultos al año. Los primeros días se destinan para los niños más pequeños y mientras avanza el mes, avanzan las edades de los acampantes.

Desde el 8 al 12 de enero, por ejemplo, los que disfrutan del campamento son adolescentes de 12 y 13 años. La mayoría de los líderes son jóvenes de entre 17 y 28, pero también hay adultos mayores que cumplen ese rol.

Los jóvenes, salvo algunas excepciones, ya suelen liderar a niños y adolescentes en las actividades de las iglesias de donde provienen. Llegan de diferentes puntos del país: Montevideo, Maldonado, San Carlos, Piriápolis, Minas, San José, Rocha, Villa del Carmen (Durazno) y Salto, entre otros.

“Acá en base a la fe, compartimos el amor de Dios, un mensaje de esperanza, donde las personas vienen a dedicar parte de su licencia y vacaciones para dedicar una semana, quince días y algunos un mes entero para estar cocinando para grupos de hasta 160 niños, otros para el cuidado de los niños, otros para generar la recreación del campamento", sostuvo Alejandro Huerta, el director del campamento que desde hace 20 años funciona en esa zona del país. Y apuntó: "Pero siempre entendiendo que es una obra social, una obra de amor, una obra que no persigue ningún rédito ni nada a cambio, sino que es un tema de servicio, es una forma de demostrar que a mí me sirvió lo que Dios hizo por mí y por eso lo quiero compartir a otros”,.

En “el Alfa”, como lo llaman los que acostumbran participar en sus actividades, la jornada comienza entre las 7 y las 7:30 de la mañana para los líderes. Oran y hablan sobre cosas a mejorar para el desarrollo del campamento. A las 8 se despiertan los acampantes y a las 8:30 todos desayunan. Luego se dividen en pequeños grupos (un líder y cuatro acampantes por grupo, aproximadamente) para leer la Biblia y conversar sobre la vida y los desafíos a enfrentar. 

Luego bajan a la playa. Para muchos de los niños y adolescentes que asisten, es la primera vez que ven esa maravilla de la naturaleza. No lo pueden creer, se asombran, la disfrutan como si fuera la última vez.

El día transcurre entre la playa, canciones, oraciones, campeonatos de fútbol y vóley, y finaliza con juegos nocturnos.

“Es impactante ver como muchos de los niños que vienen a los campamentos vienen de contextos muy complicados, familias deterioradas, destruidas. Muchas veces esos chicos se abren a hablar con nosotros y es impresionante ver la gratitud que ellos expresan por el simple hecho de que los escuchamos”, dijo a El Observador Johana Abella (23), otra joven líder.

“Nosotros hacemos esto a voluntad, no recibimos ningún tipo de remuneración por esto, nuestro pago es ver la cara de los niños felices, eso es lo mejor que podemos recibir: las sonrisas de esos niños”, aseguró.

Para Huerta, quien preside la personería jurídica del campamento, el trabajo que llevan adelante es transformador. “Agradecemos a Dios porque hemos visto vidas transformadas, gente que ha salido de la droga, chicos que han venido de contextos de violencia familiar muy duros y hoy han formado hogares ejemplares, chicos que no podían avanzar en sus estudios por el contexto donde estaban, pero las iglesias y diferentes personas en particular han apoyado y hoy son profesionales”, contó.  

Misiones salesianas    

Otro grupo de jóvenes cristianos que dedica buena parte de sus vacaciones para ayudar a otros, en este caso dentro de la Iglesia Católica, son los salesianos.

“En nuestras obras, dentro de las propuestas que se les hace a los jóvenes, la parte del compromiso y de tener en cuenta a las demás personas siempre está muy presente, por la fe cristiana y especialmente por la tradición salesiana”, explicó el cura Francisco Lezama a El Observador.

Los salesianos acostumbran a poner en marcha las “misiones” que consisten en dedicar algunos días, generalmente en vacaciones, para trabajar en equipo con otros “misioneros” y prestar un servicio en algún barrio de Montevideo u otra zona del país, apoyando alguna obra (parroquia o colegio religioso) que durante el año permanece en ese lugar.

“Los jóvenes que participan de estas misiones se van preparando a lo largo del año y durante esos días tienen instancias de crecimiento personal, comunitario, de servicio y de entrega allí donde están. Generalmente el trabajo salesiano está más enfocado en trabajar con niños y adolescentes, pero en muchas misiones también se hacen trabajo de más tipo manual, se realizan actividades con los vecinos, visitas a las casas. Diversas actividades dependiendo del perfil de los misioneros, de la edad y la preparación y también sobre todo de las necesidades que hay en el lugar”, dijo Lezama.

En algunas ocasiones, según explicó el cura, las misiones son llevadas a cabo por jóvenes mayores que enfrentan actividades que exigen otro tipo de madurez, como por ejemplo, visitas a las cárceles.  

“La actividad en concreto va teniendo diferentes rostros, pero la idea es la misma: que en el crecimiento personal este presenta esta dimensión del compromiso con el otro, de tener en cuenta el amor al prójimo tanto como el amor a Dios, como Jesús transmite en el Evangelio”, aseguró Lezama.

Santiago Chabert, de 20 años, además de estudiar para ser tecnólogo informático y vivir en una comunidad religiosa en Villa Colón, es uno de esos jóvenes a los que Lezama se refiere.

Entiende que lo principal de las misiones es “compartir”. “Uno comparte mucho, tanto en lo que es la vida comunitaria y la fraternidad con los otros misioneros, y también con el barrio cuando vamos todos los días”, dijo.

“Yo voy a la misión sin esperar nada a cambio, solamente a compartir, pero es tanto lo que uno se lleva que vale la pena, nos llevamos muchísimo”, agregó.

En el mismo sentido se refirió Juan Pablo Paipó, otro joven salesiano de la misma edad, estudiante de Magisterio y animador del Colegio Pio de Villa Colón.

“La experiencia de las misiones nos desafía a dejar de pensar en uno mismo y pensar en el otro, a su vez es un crecimiento para la fe muy importante, es ir descubriendo a Dios en las cosas cotidianas”, contó.

Paipó no entiende el verano sin misiones y no se arrepiente en ningún momento de dedicar semanas de cansancio para ayudar a otros. “Conozco de Jesús, conozco de los textos de la Biblia, pero ahí en el encuentro con el otro, creo que ahí está Dios. Vale la pena vivir así, por eso dedico mis vacaciones en esto”, sentenció.

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