La formación de un gobierno de coalición en la democracia contemporánea debería ser un motivo de ilusión ante una política polarizada y fragmentada, y todo el potencial para cavar un pozo a la buena gestión.
Pero el caso de España –el acuerdo sellado entre el socialdemócrata Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que lidera Pedro Sánchez, y el antisistema Unidas Podemos, bajo la conducción de Pablo Iglesias–, lamentablemente, ha generado un comprensible escepticismo.
El pacto, que permitió que Sánchez renueve un nuevo período como presidente e Iglesias ocupe uno de los cargos de vicepresidente, fue una desesperada salida para poner un punto final a una etapa de estancamiento de casi nueve meses.
Ayer domingo, Sánchez, al comunicar la lista de sus ministros al rey Felipe VI, en la que se reservó puestos sensibles como Hacienda, Defensa, Interior y Transportes e incluye cinco cargos para Unidas Podemos, afirmó que, pese a los diferentes perfiles, el futuro gobierno caminará unido.
Pero hay escepticismo de que el acuerdo, aprobado en el Congreso el martes 7 por una mayoría exigua (167 a favor contra 165 en contra), permita erigir un gobierno de sintonía dadas las diferencias ideológicas entre los socios. Y más todavía, por la pública relación tensa que han exhibido Sánchez e Iglesias en el pasado reciente.
Las peleas y desaires entre ambos líderes son más creíbles que los gestos de abrazos y reconocimientos mutuos que empezaron a prodigar desde la semana pasada.
Sánchez es el líder de un PSOE que desde el restablecimiento de la democracia hasta 2015 alternó en el poder con el Partido Popular, en el marco de un sistema bipartidista que comenzó a debilitarse en 2015 con la aparición de Unidas Podemos y Ciudadanos, y que recibió un tiro de gracias el año pasado con el ascenso del ultraderechista Vox.
Unidos Podemos se fundó hace seis años en un país sumido en una crisis, cuestionando con dureza a los partidos del establishment, el entonces gobernante PP y el opositor PSOE. Su bandera contra las políticas de austeridad y la corrupción le permitió escalar posiciones electorales, que luego empezó a ceder (retuvo solo 35 asientos parlamentarios) por rencillas internas y cuestionamientos al liderazgo de Iglesias.
El nuevo “amigo” del PSOE es una izquierda anticapitalista, defensora del chavismo de Venezuela y de la dictadura cubana. Incluso algunos de sus referentes han sido acusados de recibir beneficios del régimen venezolano a cambio de asesoramiento.
El partido de Iglesias ha tenido enormes diferencias con las ideas del gobernante PSOE en temas muy relevantes de política económica, inserción internacional y en su radical agenda de derechos, así como la crisis de Cataluña, que hacen muy difícil no imaginar problemas en un Consejo de Ministros que el martes 14 realizará su primera reunión.
Se trata de un matrimonio artificial solo posible imaginar por intereses políticos de corto plazo: mantenerse en el poder (PSOE) o aprovechar la oportunidad para una remontada electoral (Unidas Podemos).
Un gobierno de coalición necesita de socios que se tengan confianza, que pueden tener matices, pero prevalece la sintonía ideológica que facilita la coordinación política. Nada de ello es posible vislumbrar en el nuevo gobierno de Sánchez.
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