Werner Herzog en el set de Fitzcarraldo

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La conquista de lo imposible: cinco películas para celebrar los 80 años de Werner Herzog

El director alemán llegó a las ocho décadas y sigue en actividad; su carrera está marcada por algunas de las películas más importantes del siglo XX
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08 de septiembre de 2022 a las 05:03

Es curioso que el hombre que se dedicó a cumplir algunos de los sueños más locos y estratosféricos en su cine diga que nunca soñó, realmente, con nada importante. Aunque en algún punto tiene sentido: el mundo real, para Werner Herzog, siempre tuvo mucho que ver con lo que podía filmar, con la conquista de una idea que se plasmara, luego, en celuloide. Mientras más grande, demencial e imposible, mejor. Pero debía ser capaz de entrar en cuadro.

Herzog, que el lunes cumplió 80 años, que fue parte de la fundación del Nuevo Cine Alemán y que sigue filmando sin parar, viajando de una punta del globo a la otra y cultivando su curiosidad insaciable, siempre fue un rara avis. Herzog quedó  hombre al que no le importaba llevar sus equipos de trabajo al límite –las leyendas en torno a sus rodajes se cuentan por decenas–, alguien que se desprendió de cualquier ambición material para filmar, un realizador que amó y contribuyó al acto de filmar como pocos. El se sabe un soldado del cine. Y lo ha demostrado con creces.

Para celebrar sus ocho décadas y su extensísima filmografía –que incluye documentales, largometrajes y cortos (sin contar los que protagonizó)– va a continuación una selección de cinco películas claves por las que este cineasta nacido entre las montañas de Baviera en 1942 será recordado siempre.

Aguirre, la ira de Dios (1972)

Aguirre, la ira de Dios

Su primer gran éxito le significó también su primer cruce con el actor que convertiría en un fetiche, colaborador infatigable y enemigo íntimo: Klaus Kinski. Se dice que Herzog fue el único capaz de dominar la furia y el egocentrismo apocalíptico del intérprete germánico, y sus vínculo es uno de los más recordados del cine por lo tormentoso, prolífico y, sobre todo, exitoso. De primeras, Herzog y Kinski le dieron forma a una suerte de relato alternativo de la historia del explorador Lope de Aguirre en las selvas sudamericanas durante la época de la conquista, una película cargada de violencia y secuencias inolvidables, filmada bajo condiciones penosas en la jungla peruana, y que demostró el talento del director para plasmar como nadie la lucha entre el hombre y la naturaleza. Y las heridas que ambos se propinan.

Nosferatu (1979)

Nosferatu, vampiro de la noche

En 1979, Herzog se puso al hombro el proyecto de Nosferatu, vampiro de la noche, una nueva versión del clásico de su compatriota F. W. Murnau. La historia –que en su adaptación original de 1922 surgió como una manera de llevar Drácula, de Bram Stoker, a la pantalla grande sin pagar los derechos– lo volvió a juntar con Kinski, que se transformó completamente para darle vida a una de las caras más aterradoras del mito vampírico que haya visto el cine. Extraña, marcada por una calma aterradora y con reminiscencias a los orígenes del expresionismo alemán, esta joya del terror será recordada como una de las pocas zambullidas de Herzog en el cine de género, por los movimientos y gestos exagerados del vampiro de Kinski y por las miles de ratas reales que, sobre el final, inundan la pantalla.

Fitzarraldo (1982)

Fitzcarraldo

La cima de su carrera es también una de las películas más ambiciosas de la historia y, a la vez, la que tiene uno de los rodajes más catastróficos –compite, cabeza a cabeza, con Apocalypse Now–. También con Kinski en el papel principal, Herzog se puso en la cabeza que quería contar la historia de un empresario europeo fanático de la ópera que pretende instalar un teatro en medio de la selva. Con la icónica escena del barco sobre los troncos como estandarte, Fitzcarraldo es la representación de la conquista de lo imposible, algo que el director persiguió al rodar esta misma obra con todo en contra: la economía, el humor de su equipo, el indomable Kinski, la naturaleza y su propia fuerza de voluntad. Spoiler: les ganó a todos y dejó una obra maestra. 

Mi enemigo íntimo (1999)

Mi enemigo íntimo

Fue dicho: Herzog fue el único que logró calmar a la bestia de Kinski, un hombre que perdía los estribos cada media hora y que podía convertir el rodaje de cualquier película en un infierno de proporciones bíblicas por el simple hecho de que le picara un brazo y ese día se hubiese cortado las uñas. Los choques entre ellos dos eran proporcionales al resultado que, una vez terminada la filmación, se veía en pantalla. Amenazas de muerte, peleas feroces, abandonos, insultos a los gritos: Herzog y Kinski fueron dos fuerzas naturales opuestas que, sin embargo, siempre se tuvieron estima y entendieron que juntos lograban las mejores cosas. En una suerte de homenaje a esa “amistad”, el director hizo este documental, que funciona como compendio de una de las sinergias laborales más peculiares del cine. 

Grizzly Man (2005)

Grizzly man

La obra de Herzog se abre en dos: sus películas de ficción conviven con las documentales, y desde ambos lados se extienden lazos que las conectan. Así, buena parte de su inmersión en el registro del mundo real también para por las maneras en las que el ser humano ha intentado domar a las fuerzas de la naturaleza, a la conquista inútil de una entidad ingobernable que no suele ser muy clemente en el final. Grizzly man es, en ese sentido, uno de sus documentales más memorables, la recuperación de la historia de Timothy Treadwell, un estadounidense experto en osos que pasó la vida entre ellos y que, un día, fue atacado y asesinado por uno de los animales que estudiaba. Todos los elementos “herzogianos” están: la narración en off con su característica voz grave y asombrada, la identificación de un protagonista soñador y desencajado de su realidad, los ecos de la insignificancia de la humanidad que quedan reverberando sobre el final.

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