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La elección será entre más impuesto o más empleo

El Frente en Uruguay hizo lo mismo que el Fondo en Argentina: más tributos, menos trabajo, menos actividad, más deuda
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09 de abril de 2019 a las 05:04

Es innecesario resaltar la importancia de la economía en la sociedad, ni requiere demasiados argumentos. Por eso sería un acto de prestidigitación excluir el tema del debate electoral, minimizarlo o postergarlo. Se comprende la importancia de establecer y sancionar las responsabilidades residuales de la dictadura o la de descuartizar y desprestigiar a la estructura de defensa para azuzar odios e ideologías y conservar el voto orejano. Pero es más serio enfocarse en el brete (sic) económico en el que está el país. 

El expresidente Sanguinetti define ideológicamente esta contienda electoral como la confrontación entre los que creen que el régimen de Maduro es democrático o los que lo consideran una dictadura. Socioeconómicamente, será también una decisión entre un país con más impuestos o un país con más empleo. Ambas dicotomías, la ideológica y la económica, plantean grietas absolutas.

La economía está en el limbo, tras 14 años de modelo. Se ha dicho hasta aburrir que ese formato tuvo un auge exógeno cuyo fruto se repartió alegremente haciendo creer que se trataba del único caso mundial de éxito del neomarxismo. Retornada la realidad, Uruguay se encuentra con un déficit riesgoso, una deuda complicada de sostener, sin generación de empleo auténtico y sin inversión. (La de UPM2, a poco que se analice, es digna de Macondo, sin ofender. Y el peor síntoma: porcentualmente, muchos de los indicadores se parecen peligrosamente a los de Argentina, sin querer asustar.

El Frente tiene el aumento de impuestos en el corazón y el odio al capital en el alma. Así acaba de afirmarlo Sanguinetti al sostener que sin la moderación de Astori el FA es puro impuesto. (Concepto que -con toda inmodestia- la columna se atribuye). Entonces, la solución frenteamplista, lo oculte o no, pasará por diseñar más tributos, espulgar cada “manifestación de riqueza” y sancionarla con una gabela o un gravamen. Eso es la lápida a la inversión, la confianza y el empleo. Deja como único motor económico al Estado, incapaz de crear riqueza y empleo sustentable y que expulsa al sector privado. 

La oposición, a la que hoy hay más derecho a considerar como una entidad orgánica capaz de gobernar, no como una entelequia, deberá proponer abordajes más creativos y efectivos, y convencer a la sociedad de las virtudes de sus ideas, que seguramente incluirán la antipática exhortación al ciudadano de abandonar las dádivas y subsidios y ponerse a trabajar, para lo cual deberá intentar crear las condiciones para que aumente el empleo. Esa tarea empieza por poner en caja el gasto del Estado, ese Santo Grial.

Aquí surgirá como arma de campaña el ejemplo negativo de Macri, cuyo fracaso económico será atribuido al ajuste salvaje del gasto, como dice el progresismo. Será arduo explicar que Mauricio nunca ajustó el gasto público, sino que –al contrario– aumentó y aumentará la presión fiscal sobre privados, con lo que mató la poca creación de empleo, pese a haber prometido lo contrario. El Fondo en Argentina terminó haciendo lo mismo que el Frente en Uruguay: aumentar impuestos, reducir empleos, bajar la actividad, subir la deuda. 

Quienquiera gobierno deberá ser un estadista o un gran administrador. Hoy es difícil que algún mortal político se transforme en estadista, como cuando se elige Papa. No sólo a estar por las experiencias recientes locales, sino por las regionales y mundiales. La política millennial de redes, piquetes y protestadores callejeros disfrazados y violentos, excluye la alternativa de que un gusano se transforme en mariposa, con perdón de la metáfora. 

Pero es posible imaginar un Ejecutivo administrador prolijo, metódico y eficiente, que analice el gasto en detalle, lo desmenuce, establezca mecanismos de revisión y replanteo de cada sector del sistema. Las empresas estatales, como se ha visto en Ancap y mucho más sinceramente en Petrobras, ofrecen amplio campo de trabajo, si se decidiese aplicar criterios de eficiencia y honestidad. Lo mismo ocurre con todo el Estado, donde cada vez que se levanta una piedra se destapa un escándalo. Nada peor para bajar el gasto que hacerlos con planillas de cálculo globales, en vez de revisarlo con criterio gerencial de responsabilidad presupuestaria. 

Claro que el Estado es la política, y se mezclan deliberadamente los tantos para que cualquier intento de eficiencia y ahorro se licue con la lealtad partidaria o corporativa, la soberanía, la lucha contra el capitalismo o la epopeya de Lavalleja. Ahí ayudaría que quien dirigiese no estuviera subordinado a la supervisión o el tironeo de un colectivo renuente a la democracia, como ha ocurrido hasta ahora. Y que se alejase de la ideología para concentrarse seriamente en la gestión. 

Las encuestas dicen que esa idea puede resultar inviable. Podría darse el caso de que el futuro presidente, sea quien fuere, no tuviese mayoría legislativa. Lo que sería deseable en un sistema democrático donde el Parlamento supone controlar al Ejecutivo, mete miedo a todos. (Aquí el ejemplo argentino también vale). El partidismo acostumbra a la sociedad a la comodidad del pensamiento único y hegemónico. Y la comodidad suele ser un precursor de la esclavitud. 

Porque la grieta complica a la democracia, más cuando se deben hacer cambios de fondo en las políticas y las prácticas. La grieta imposibilita el acuerdo, el consenso, el respeto de las mayorías por las minorías, el control republicano y el orden social, en definitiva, base indiscutible del bienestar. 

No se vota pensando en todo esto. No se vota pensando. Triunfará el que pueda transformar estas ideas, u otras, en emoción. Antes y después de las elecciones. 

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