De manera paulatina y constante el sistema de gobierno se ha inclinado hacia un presidencialismo fáctico, no del todo coherente con el diseño constitucional. Hay tres características relevantes del sistema: uno, no es un régimen presidencial sino semipresidencial o semiparlamentario; dos, el Poder Ejecutivo no es unipersonal sino colegiado (la máxima autoridad es el Consejo de Ministros, en el cual el presidente tiene un voto en 14, y solo desnivela con doble voto en caso de empate); y tres, toda la ejecución se realiza a través de Ministerios, cuyos titulares asumen la responsabilidad ante el Parlamento. En este proceso se ha producido por vía de los hechos políticos el debilitamiento de la faceta parlamentarista, el Poder Ejecutivo no ha funcionado plenamente como colegiado (e inclusive existe un discurso de la dirigencia política tendiente a ver al presidente uruguayo como si tuviese la misma conceptualización del argentino, el chileno, el mexicano o el norteamericano) y se han creado espacios de ejecución bajo el mando directo del propio presidente de la República, por fuera de los Ministerios.
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