Llegar a casa, sacarse el jean, ponerse un pantalón deportivo, calzarse las pantuflas. O llegar con el frío de la noche, darse una buena ducha y marchar enseguida hacia el pijama calentito. La comodidad le gana a la imagen, y no importa. Esos son pequeños placeres que algunos disfrutan cuando llegan a sus hogares después de una jornada laboral intensa. Pero, ¿qué pasó con eso cuando la cotidianeidad quedó limitada al hogar?, ¿qué se hace ahora que el espacio en el que se cumple con la responsabilidad laboral es el mismo en el que se aflojan las exigencias?
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