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La incierta aventura aeronáutica
De los desaciertos legados por la presidencia de José Mujica, pocos igualan la costosa aventura aeronáutica en que se embarcó desde el cierre de Pluna, descartando la más elemental lógica económica. Mientras se iba la semana pasada el último de los siete aviones de la desaparecida aerolínea, devaluado por fallas y el paso de los años, su pequeña sucesora Alas Uruguay trata de despegar en condiciones desfavorables, como acaba de señalar el ministro de Transporte y Obras Públicas, Víctor Rossi. La muerte de Pluna hace tres años era inevitable. Golpeada por la competencia desleal de Aerolíneas Argentinas, que vive de enormes subsidios estatales, y amenazada por juicios en el exterior, no quedaba otro camino que cerrarla o subsidiarla.
Desde el primer momento estaba marcado el camino obvio. Se imponía cortar pérdidas vendiendo de inmediato los aviones, cuyo buen estado permitía obtener en ese entonces alrededor de US$ 100 millones, y olvidarse del sueño de tener una línea aérea de bandera. Lo aconsejaba la propia experiencia de un mercado en declive, en el que grandes aerolíneas se cerraron o debieron fusionarse para sobrevivir, despidiendo a miles de empleados entre otras medidas para bajar costos. Pero Mujica se empecinó con reemplazar a Pluna con otra empresa, con el argumento de defender puestos de trabajo que igual se perdieron. De los 700 funcionarios que tenía Pluna, poco más de 70 trabajan en Alas Uruguay.
Se armó con bombos y platillos la fracasada subasta de la oscura venta a la empresa Cosmos, operación irregular que les costó su carrera y procesamiento judicial al ministro de Economía, Fernando Lorenzo, y al presidente del Banco República, Fernando Calloia. En todo este enredo terció la nunca aclarada incidencia del propietario de Buquebus, Juan Carlos López Mena. Finalmente apareció una firma privada de Estados Unidos que terminó comprando los siete aviones de Pluna por su caído valor real de US$ 69 millones, con una pérdida de decenas de millones de dólares para el Estado y los acreedores de la ex Pluna que se hubiera evitado vendiéndolos en 2012. Y en cuanto se cerró la aerolínea, Mujica decidió llevar adelante su política de crear cooperativas de trabajadores para hacerse cargo de empresas quebradas, pese a las malas experiencias financieras en otros casos previos.
Aprobó la formación de otra línea aérea con un crédito del Fondo para el Desarrollo (Fondes) de US$ 15 millones, el mayor concedido por ese organismo desde su creación en 2011. Pasaron los años sin que Alas Uruguay lograra empezar a operar. Los permisos siguen demorados y las rutas y frecuencias, sobre todo las más redituables a Buenos Aires, ya habían sido copadas por otros operadores. El ministro Rossi acaba de poner los puntos sobre las íes en la realidad de ese gravoso error de Mujica. Entrevistado en El Observador TV, expresó preocupación porque Alas Uruguay “va a salir a volar al mercado comercial en condiciones que le son difíciles”, sin “recursos que la respalden” y en “competencia feroz con grandes actores con poder económico”. Su esperanza de “que les vaya bien” no disipa los problemas que Mujica le generó al país en este tema por no haber aceptado la vía equilibrada que le fuera aconsejada hace tres años desde fuera y dentro de su propia administración, por personas algo más versadas en realidades económicas que ningún jefe de gobierno puede ignorar.
