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La matemática desafía a Darwin

El darwinismo se impuso rápidamente en los ámbitos científicos y sigue siendo aún hoy la teoría más aceptada sobre la evolución
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26 de agosto de 2019 a las 05:01

Darwinismo y evolucionismo no son sinónimos. El darwinismo es sólo una de las muchas teorías científicas sobre la evolución biológica. El biólogo inglés Charles Darwin (1809-1882) no fue el primero en sostener el evolucionismo, pero sí el primero en proponer una teoría de la evolución basada en los siguientes dos fenómenos: a) “descendencia con modificación”, un mecanismo que genera variaciones biológicas aleatorias, graduales y hereditarias; b) “selección natural”, una lucha por la existencia entre las variantes de una especie que favorece la supervivencia de las variantes más aptas y la extinción de las menos aptas.

El darwinismo se impuso rápidamente en los ámbitos científicos y sigue siendo aún hoy la teoría más aceptada sobre la evolución. Esto puede sorprender si se considera lo mucho que se desarrolló la biología desde mediados del siglo XIX y cuántos aspectos fundamentales de la biología actual eran totalmente desconocidos para Darwin. A continuación mencionaré tres de esos aspectos.

  1. Darwin no tenía una explicación de la “descendencia con modificación” pues desconocía la genética moderna. Las tres leyes fundamentales de la genética fueron descubiertas por el botánico y religioso católico austriaco Gregor Mendel (1822-1884), a través de un largo y minucioso trabajo de experimentación de cruzamientos de guisantes en el jardín de su monasterio. Aunque Mendel publicó sus descubrimientos en 1865, los mismos fueron ignorados por sus colegas científicos hasta su redescubrimiento en 1900. Los neodarwinistas de la primera mitad del siglo XX completaron la teoría de Darwin al identificar las mutaciones genéticas aleatorias como el mecanismo generador de nuevas variantes biológicas.
  2. En el siglo XIX se sabía muy poco de la estructura interna de las células. Se tendía a pensar que las células eran muy simples, poco más que bultitos microscópicos de materia gelatinosa. Los descubrimientos de la bioquímica nos permiten hoy admirar la formidable complejidad de cada célula, compuesta por “máquinas moleculares” intrincadísimas que sugieren un diseño exquisito. Los desafíos al darwinismo desde la bioquímica son muchos y muy grandes. En este artículo me limitaré a presentar uno, el desarrollado en el siguiente punto.
  3. Recién en 1953, al descubrirse la estructura molecular del ADN en forma de doble hélice, se pudo comprender un hecho capital y asombroso: cada célula de cada organismo vivo contiene información. El ADN contiene un código, semejante al código de un programa de computación. El código del ADN es un programa para construir proteínas, los componentes básicos de las células. El ADN es una cadena de nucleótidos, cada uno de los cuales contiene una base nitrogenada (existen cuatro bases diferentes). Tres bases consecutivas codifican uno de veinte aminoácidos. Los sucesivos aminoácidos señalados en el programa genético se combinan para formar una proteína. La mayoría de las proteínas están formadas por cientos de aminoácidos. Hay millones de proteínas diferentes y cada una de ellas tiene una función específica dentro de un cuerpo.

Una mutación genética no es otra cosa que un error de copia de la información genética. La teoría neodarwinista supone que cada nueva especie se originó gracias a una larga y afortunada sucesión de mutaciones, las que, auxiliadas por la selección natural, dieron lugar aleatoriamente a nuevos programas genéticos y por ende a nuevas proteínas y nuevos planes corporales. A priori esto parece muy improbable pero, ¿qué tan improbable es? En este punto entra en juego la matemática.

En 1967, un encuentro en Filadelfia entre biólogos y matemáticos dio lugar a una agria confrontación acerca de la plausibilidad de la evolución darwinista. En función de la enorme cantidad de sucesos muy improbables requeridos para la formación darwinista de una nueva especie, muchos matemáticos intuían que el tiempo disponible no era ni remotamente suficiente para que la evolución darwinista pudiera haber ocurrido. Empero, en ese entonces faltaba un dato fundamental para convertir su sospecha en certeza: ¿qué tan probable es que una secuencia aleatoria de aminoácidos dé lugar a una proteína funcional? Hoy ese dato es conocido. En 2004 una investigación de Douglas Axe encontró que sólo una de cada aproximadamente 1077 (un uno seguido de 77 ceros) secuencias de aminoácidos produce una proteína estable. Por otra parte, se estima que la cantidad total de seres vivos que han existido en toda la historia de la Tierra es del orden de 1040 (un uno seguido de 40 ceros). Éste es el número máximo de posibles mutantes. La conclusión ineludible es que la formación aleatoria de una sola proteína funcional en el tiempo transcurrido desde la aparición de la vida en la Tierra hasta hoy es infinitesimalmente improbable. De allí se deduce que las sucesiones de mutaciones requeridas para transformar una bacteria en un elefante o un erizo son tan abismalmente improbables que en la práctica deben ser consideradas imposibles. Si además consideramos la bajísima probabilidad de que las nuevas proteínas formadas aleatoriamente se combinen para formar planes corporales viables, se impone una conclusión: Darwin luce cada vez más perdido en el “nuevo mundo” de la biología molecular.

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