El año pasado, la tasa de crecimiento de China fue un 6,6%, en baja con respecto al 6,8% del 2017 pero más importante aún, la menor desde 1990. Para peor, el crecimiento fue bajando a lo largo de los tres últimos trimestres.
No es un resultado del todo negativo, porque aún en baja, el crecimiento sigue siendo importante. Pero entre la guerra comercial con Estados Unidos y algunas debilidades internas, esta pérdida de dinamismo debe verse como una advertencia para el futuro.
Hasta ahora, las tarifas aplicadas por Estados Unidos sobre las importaciones provenientes de China no parecen haber incidido en forma directa sobre ese menor ritmo de producción. Hace ya un año que están en vigor aranceles de Estados Unidos sobre la importación de equipo solar y máquinas de lavar, seguidas por otras sobre el acero y el aluminio y después por otras sobre por US$ 250.000 millones de importaciones. Como resultado, ahora más de la mitad de las exportaciones de China a EEUU están gravadas.
Pero buena parte de la reciente evolución de las exportaciones chinas ha estado muy influida por el fuerte crecimiento que, en previsión de lo que se venía, ellas registraron en los meses previos a la suba de las tarifas dispuesta por Trump.
Algunos movimientos actuales del sector exportador anuncian problemas de futuro. Por lo pronto, el conflicto comercial ya está afectando en forma negativa a las expectativas de las empresas y de la población, con un efecto a la baja sobre la inversión y el consumo.
En adición, la mayoría de las empresas exportadoras a Estados Unidos están buscando destinos alternativos, una movida que no será fácil dada la dimensión del mercado americano. Otras están trasladando su producción a países con menores costos, como Vietnam y Bangladesh.
También hay empresas que han resignado parte del costo de las tarifas con su importador americano, disminuyendo su margen de ganancia del pasado. Finalmente, otras están reduciendo su personal o están en camino de hacerlo en el curso de este año.
Por su parte, las autoridades se han visto obligadas a salir en apoyo del sector exportador. El gobierno central ha aumentado la devolución de impuestos, al igual que los gobiernos locales.
Por supuesto, el efecto final de todas estas acciones estará muy sujeto a los resultados de las conversaciones en curso para solucionar el conflicto comercial con Estados Unidos, que deberían concluir antes del fin del corriente mes.
Pero hacia el interior, la causa principal de la pérdida de dinamismo de la economía china parece ser el alto nivel de su endeudamiento.
A mediados del 2018 el total de la deuda pública y privada era de un 253% del PIB, en comparación con el 140% una década atrás. En las últimas décadas ninguna economía emergente con semejante crecimiento del total de su deuda ha podido evitar un problema financiero de proporciones.
Aunque las características del sistema bancario chino excluyen la manifestación de una crisis sistémica como la que ocurrió en occidente en el 2008, lo cierto es que su solvencia está en discusión. De acuerdo a las cifras oficiales la proporción de incobrables es de 2% del total de los créditos, un nivel en el que nadie cree. Analistas independientes sitúan esa proporción en un 24%, cercano al que en la crisis de 1997 tenían países como Indonesia y Corea del Sur. Un estudio reciente de Standard&Poor’s señala que el verdadero nivel de la deuda de los gobiernos locales es imposible de determinar.
En parte por ello es que el año pasado, una vez que las autoridades comenzaron a controlar de mejor manera el crédito a las empresas, el número de quiebras fue el mayor de los últimos años.
En busca de una mayor eficiencia del sistema financiero, en el 2017 China anunció la apertura progresiva del sector a empresas del exterior en la banca, los seguros y otras empresas del sector. Pero hasta ahora sólo un banco suizo y una empresa de seguros alemana lograron la aprobación correspondiente.
Una parte importante del exceso de deuda financió una capacidad instalada de la industria que ahora no está en uso o sólo sirve para prolongar la continuidad de empresas inviables. Ello explicó una parte importante del crecimiento del pasado pero de a poco se ha vuelto parte de la rigidez productiva de los últimos meses.
Los intentos recientes de las autoridades para afinar el control del riesgo crediticio del sistema financiero han derivado en un efecto a la baja sobre la inversión en infra estructura y también sobre la actividad de las empresas privadas. El año pasado la tasa de crecimiento del crédito bancario fue inferior a la del PIB. Ello es una de las explicaciones más importantes de la pérdida de progresiva del dinamismo de la economía.
Para peor, el exceso de deuda limita las posibilidades de estímulo que normalmente se intentaría a través de una política monetaria expansiva. En enero el Banco Central redujo dos veces el encaje bancario para incentivar la aprobación de nuevos créditos. Pero en las condiciones actuales, nada asegura que ello no termine en un nuevo aumento de la cartera de deudores incobrables.
China aún es una economía dinámica, pero todo indica que hacia el futuro, lo será en menor medida que en el pasado. De nuevo, no es en sí una mala noticia, pero anticipa un ajuste tanto interno como de las economías del resto del mundo que hasta ahora han crecido detrás de ella.
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