Eduardo Espina

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La nada vale millones

El ser humano es capaz de acercar el arte a lo sublime
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18 de agosto de 2017 a las 04:55

Cuando uno entra en la sala de arte del Renacimiento en cualquiera de los grandes museos del mundo, sea el Louvre o el Metropolitan de Nueva York, por poner dos con obras extraordinarias, constata que el ser humano es capaz de acercar el arte a lo sublime, y es allí donde se constata aquello ya dicho por la Biblia, respecto a que hemos sido hechos a imagen y semejanza del creador.

Un cuadro de Caravaggio, de Michelangelo, de Tiziano (quizá el más grande de todos los pintores) es un viaje a la imaginación cuando esta alcanza la plenitud ayudada por increíbles recursos, esos que le permitieron a los artistas trascender su tiempo y ganar la inmortalidad por anticipado.

Las cosas, sin embargo, ya no son lo mismo. Con el paso de los siglos el arte ha ido perdiendo grandeza, haciéndose fácil, previsible por haber repetido demasiado la misma fórmula, haciéndose convencional aunque se crea rupturista.

Ahora el ser humano va al espacio, cruza océanos en confortables aviones, acerca el promedio de vida a una edad centenaria. No obstante, en materia de arte, la pobreza y la falta de talento y originalidad se han transformado en moneda corriente. El uso del tiempo es diferente.

A Michelangelo pintar la capilla Sixtina le consumió los mejores años de su vida. Hoy, en cambio, un artista hace una obra en cuestión de pocas horas pues sabe que las exigencias del mercado de arte disminuyeron y los críticos son proclives a favorecer el facilismo y las mayores estupideces estéticas. Es cosa de no creer.

La situación puede corroborarse cada vez que las grandes casas de remate del mundo subastan obras de arte de posguerra y contemporáneo.

En esos momentos destaca la falta de criterio a la hora de sacar la chequera. Recuerdo haber quedado alucinado cuando en Sotheby's no hace mucho las ventas alcanzaron casi los US$ 300 millones, ocasión en que por una escultura de Yves Klein llamada Sponge Sculpture Blue y en la cual el intento por sorprender ha suplantado al rigor creativo, alguien pagó US$ 22 millones, muy por encima del precio esperado. Por PH-21 (1962), obra de Clyfford Still de aspecto insignificante, alguien desembolsó US$ 20.9 millones. ¿Inversión o mal gusto? Ambas cosas.

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