Son tiempos de moda sin género, donde no hay diferencias de colores ni formas, pero la pollera y el vestido siguen siendo prendas poco transitadas para el hombre estándar. En Uruguay, cada vez un poco más cerca del mundo, los ejemplos de marcas y diseñadores que proponen otras posibilidades son pocos. Más escasos son los integrantes del sexo masculino que se suben a un ómnibus de falda. De todas formas la conversación parece ser cada vez más habitual y los ojos lentamente empiezan a devolver menos miradas escandalizadas.
Lo que sucede en la aldea
Digamos que, en la microscópica industria de la moda nacional, hay algunas pasarelas que marcan lo que sucede, muestran el camino, anticipan hacían dónde va el futuro. Se podría decir que son tres (sin olvidar la relevancia que han tomado en los últimos tiempos las presentaciones de alumnos de las carreras de diseño): Moweek, Lúmina y Mondesign. Desde hace un tiempo, primero con timidez y ahora con el terreno un tanto más conquistado, la moda genderless o no género aparece de forma sostenida. Nombres como Clara Aguayo, Tavo García, Eugenia Laprovitera y Camila Gómez de Ramasser, las hermanas Lucía y Florencia Ottonello de Pastiche, la marca Black & Liberty trabajan de manera más o menos enfática en las piezas que funcionan para hombre así como para mujer.Antes, a principios del siglo XXI, Valentina de Llano hizo lo suyo diseñándole faldas a algunos músicos de la escena más under de la ciudad. Hoy, entre risas, dice "Marce Benta, de Amnios. Dejame pensar algún otro que se haya animado". Dani Umpi suele salir a escena con vestidos diseñados por él. Después de todo, Marto Moreno no está tan solo como parece.
Pablo Giménez, director de su propia escuela de diseño, cuenta que, al principio, había un semestre dedicado a la creación de colecciones masculinas. El tiempo avanzó y ese proyecto pasó a llamarse Nuevos Posibles porque las tipologías dejaron de regirse según los estándares habituales de ropa para hombre o mujer. "Nosotros incentivamos al estudiante para que esto no sea un tabú. Lo que pasó es que los alumnos además de hacer faldas en clase también usaban faldas", dice el diseñador.
En 2008, cuando la moda sin género aún no tenía un nombre tan potente, Giménez usó una pollera para el desfile de egreso de su escuela. Sin embargo, no es una prenda que lleve de manera habitual.
Juan González –egresado de la carrera de producción de moda de Integra Escuela Pablo Giménez, finalista de Lúmina, asistente creativo de Giménez en el desarrollo de una colección cápsula para Rotunda– es usuario frecuente de faldas y vestidos. La primera vez que usó una pollera tenía 17 años. Era una noche de calor extremo. González no estaba conforme con su vestimenta, fue al placar de sus padres y tomó una remera de su padre y una falda de su madre. "Siempre es liberador encontrar ropa de otras personas y darles un uso diferente a la que ellos le dan", dice. Desde ese entonces polleras y vestidos forman parte de su vestimenta. González lo piensa de esta manera: "Son dos prendas más que funcionan a la hora de expresarme. Para mí el vestir es una manifestación constante y consciente. Si elegís una remera roja antes que una negra el color te está hablando de algo. Lo mismo pasa con las tipologías. Un short, un jean o una pollera para mí tienen el mismo peso".
Esta semana González y Giménez se encontraron en la librería Escaramuza. González llevaba puesto un vestido celeste corto y unas medias de lurex. Giménez asegura que la mirada no es la misma que hace unos años. .
González entiende que, más allá de su visión del asunto, las prendas tienen una carga. "Hay días que tengo energía para salir a la calle con una falda transparente, tornasolada o plisada. Porque sé que me voy a subir al ómnibus y la señora me va a mirar o el obrero me va a gritar una estupidez. También sé que me voy a encontrar con una mujer mayor que me pare y me diga que estoy lindo o con la mirada cómplice de una mujer trans. En Montevideo hay de todo y sigue llamando la atención ver a un hombre de falda o vestido", explica.
Para González hay momentos en que la elección de su vestimenta tiene una cuota contestataria. Lo dice así:
Para Giménez, que ha visto varias generaciones pasar por su escuela, las nuevas juventudes tienen incorporado el derecho a usar lo que tengan ganas. "Montevideo es una sociedad pequeña pero más allá de eso se ven grandes signos de avances. Estamos viviendo una nueva apropiación de las tipologías y del estilo por parte de ambos géneros. La callé lo dictó y la moda lo tomó", dice.
El no género es el nuevo género
Clara Aguayo y Renata Casanova, creadoras y diseñadoras de la marca Estudio Null, tienen un recuerdo en común: ir a una tienda de ropa de shopping, terminar en los percheros de hombre y escuchar a la vendedora diciendo que esas, por si aún no se habían dado cuenta, eran, en efecto, prendas para sexo masculino. Aguayo, que ganó la edición 10º de Lúmina con una inolvidable colección que no distinguía las prendas según el género, dice que para ella siempre fue un sinsentido que diseñadores o marcas tomaran la decisión por el usuario. Así es que, a la hora de diseñar, junto a Casanova no piensan en las formas según el hombre o la mujer.Ambas se formaron mirando a diseñadores internacionales, como el japonés Yohji Yamamoto, que hablan de estos asuntos desde hace décadas. Las responsables de Estudio Null (la firma que tiene el zero waste como filosofía y vende piezas de diseño neutro) cuentan que tienen más clientas mujeres que hombres. Y que, estos últimos, cuando llegan a su local lo que expresan es estar empezando a transitar el camino hacia la piezas sin género.
Para la edición de otoño invierno de Moweek 2017, los responsables del acontecimiento decidieron, por primera vez, incluir un modelo hombre en la campaña. Después de haber exhibido en su pasarela algunas expresiones de moda genderless como, por ejemplo Agua Viva –la primera colección del ganador de Lúmina, Tavo García–, Moweek tomó el concepto y lo retrató. La marca elegida para vestir a los modelos fue Pastiche. En ese entonces, las Ottonello, sus creadoras, explicaron que al trabajar tanto con prendas que toman las formas de la sastrería muchos hombres elegían la marca para vestirse.
Florencia Domínguez, el nombre detrás de la marca Black & Liberty, dice que en sus colecciones siempre tuvieron creaciones que funcionan tanto para hombre como para mujer.
En la última edición de Moweek, en el desfile de la Cámara de Diseño Uruguaya, las creadoras de la firma Ramasser (finalista de Lúmina) dieron un paso más en esto del no género. Decidieron que sus modelos hombres, además, usaran tacos para caminar la pasarela. Los espectadores lo celebraron como las hinchadas festejan un gol en el último minuto del partido por el campeonato.
Claro que todo estas nuevas posibilidades, siempre, hay que entenderlas enmarcado en ámbitos creativos donde las libertades, la tolerancia y los derechos le ganan a los prejuicios.
En términos de infancia todavía sigue siendo un tabú. Eso fue lo que quiso trabajar la autora de literatura infantil brasilera Janaína Tokitaka con su libro ¿Puedo? (ver recuadro). Allí una coneja y un conejo intercambian la ropa sin tener los estereotipos de género establecidos. Lejos de la moda, las artes y la provocación, los niños no saben de ropa femenina o masculina.
¿Podemos?
* Por Manuel Soriano (escritor, editor de Topito Ediciones y padre de una niña de 6) sobre el libro infantil ¿Puedo? de Janaína Tokitaka.Estuve estudiando la reacción de algunos amigos con hijos chicos frente a este libro. En la mayoría de los casos se parece mucho a la del padre progresista de Capusotto. Y me incluyo en esa generalización. Aunque no lo aceptamos públicamente, nos cuesta. No es tan fácil desprenderse, por ejemplo, de que el rosa es para niñas y el azul es para varones. En realidad lo del azul no importa mucho, es solo un agregado para que la regla sea simétrica, lo que importa realmente en esta norma es que el rosa es para niñas, y por ende no es para varones. Por eso este libro le cuesta más a los padres (hombres) con sus hijos (varones).
Estas estructuras que cuestiona el libro son tan atávicas que hasta parecen naturales, y en eso radica su fuerza, en que nos olvidamos que son una construcción social, algo tan arbitrario como que el paño de las mesas de pool tiene que ser verde (y cómo cuesta jugar cuando no es verde). Algo a favor del padre progresista: aunque no está cómodo con este libro, sabe que la culpa no es del libro, ni del azul ni del rosado. Sabe que es una tara suya, y en eso al menos avanzamos un casillero.
Desde este lugar, no desde una postura superada sino como parte del problema, me interesó publicar ¿Puedo?, de Janaína Tokitaka, en Topito Ediciones.