En estos días el mundo asiste impávido (en realidad no se entiende tanta sorpresa ante lo que era evidente) observando cómo la intolerancia se ha instalado en el timón de mando de la nación más poderosa en la historia del hombre.
Pero los actos de intolerancia de Donald Trump no hacen otra cosa que confirmar que es un reflejo de los tiempos, ya que las reacciones que genera no le van en zaga. La notable escritora estadounidense Lionel Shriver, que tiene posiciones polémicas sobre el tema de la inmigración, lo resumió, palabras más, palabreas menos: Cuando me dices racista, intolerante y conservadora, lo que en realidad me estás queriendo decir es que no piensas como yo.
Colectivos que por años fueron víctimas de la intolerancia y la segregación pero que gracias al avance del pensamiento político y las luchas sociales conquistaron sus derechos, pasaron de víctimas a verdugos. Pululan en estos días los comisarios de lo políticamente correcto. Si no apoya el feminismo es un machista; si está en contra del matrimonio gay, es un retrógrado. si critica las políticas de izquierda es un fascista.
En Uruguay, donde los partidos tradicionales habían sufrido este embate de lo políticamente correcto han recorrido el mismo camino y ¡guay de que vayas a estar de acuerdo con alguna política oficial! Los antes agredidos por la patota progresista aprendieron la lección y andan tildando de "focas" o "mamaderas" a cualquiera que piense parecido al gobierno tan siquiera en un asunto.
En una columna que fue premiada recientemente, el periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte compara la inmigración con las invasiones bárbaras y aunque le reconoce a la gente el derecho a moverse a sus anchas por el mundo, declara el fin de la Europa que iluminó al mundo ya que, sostiene, no hay nada que hacer para evitarlo.
Las armas para enfrentar esta ola de intolerancia (que tiene un vínculo directo con el tema de la inmigración) parecen ser igual de ineficaces.
A lo sumo, se podría tratar de llevar un poco de razonamiento allí donde solo hay calificativos, pero esto se está haciendo cada vez más difícil y no solo porque no se quiera, sino porque cada vez se puede menos. Y sino veamos esos informes que dan cuenta de cómo nuestros jóvenes llegan a la Universidad (¡hablamos de los que llegan!) y no son capaces de leer e interpretar un texto. Si no hay capacidad de elaboración ¿cómo va a ser posible sustituir el calificativo fácil por el argumento que convierta la agresión en un intercambio de ideas?
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Provocar por provocar, que es la única forma que conozco de provocar.
Una provocación bien afinada no cambiará la historia pero es posible que revele al intolerante que lleva dentro ese librepensador que se florea en las redes sociales, que corra el velo de esa víctima histórica del sistema para exhibirlo ahora como el verdugo de la nueva corrección política y, al fin y al cabo, que suque a la perrada para que ladre desde el flanco izquierdo y del derecho y nos demuestre ella sola, por el leve soplido de una provocación a tiempo, que una de las características de la intolerancia es su condición ambidiestra.
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