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La segunda vuelta electoral y el día después

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21 de noviembre de 2019 a las 05:01

En el rincón de una región movilizada por manifestaciones y nuevos giros políticos tras la elección en Argentina y el viciado proceso electoral de Bolivia que terminó con la renuncia de Evo Morales, el resultado electoral del pasado 27 de octubre abrió, para Uruguay, la posibilidad de transitar una nueva realidad política.

El desgaste del Frente Amplio, luego de quince años de gobierno con mayoría parlamentarias, es evidente. Gobernar con la comodidad de contar con mayorías, hizo que el Frente se haya abocado más bien a los debates a la interna de su partido que a diálogos interpartidarios en busca de grandes acuerdos para el desarrollo del país. El tiempo que el Frente pudo haber invertido en impulsar las reformas necesarias que el país requiere (Educación, Seguridad Pública e Inserción Internacional), lo gastó en debates de plenario, buscando zanjar desacuerdos internos y actuando como gobierno y oposición al mismo tiempo, dejando al país muchas veces anclado en cuartos intermedios.

Hoy el país se encuentra en un punto de inflexión entre dos posturas diferentes. Por un lado, el Frente Amplio, y por otro, una oposición “multicolor” que parece decidida a buscar acuerdos para concretar la alternancia. El desafío no pasa entonces por comprender este contexto político que parece bastante claro, sino más bien analizar cómo las diferentes posturas no se podrían transformar en muros para un país que, si quiere progresar, no debe romper jamás la fina tela que sustenta el diálogo sobre ideas políticas.

La elección del próximo 24 de noviembre puede llegar a ser la primera vez en nuestra historia que la izquierda uruguaya deba asumir una derrota tras haber conquistado el gobierno nacional.

Vale recordar que los partidos demócratas no son únicamente aquellos que defienden el voto, sino los que, tras haber conocido el sabor del poder y la victoria, afrontan con grandeza las derrotas electorales. No son los que buscan encender la llama de la confrontación tras saberse derrotados. No son los que creen que, por un revés electoral, también deben hacer sentir al país derrotado. Los partidos demócratas, en cambio, son los que el día siguiente a una elección, saben felicitar al ganador y siguen trabajando para que la próxima elección sea mejor que la última.

En  definitiva, ese encadenamiento de caer, aceptar la derrota y volver a levantarse electoralmente sin apartarse jamás de las normas republicanas, es ni más ni menos que la democracia puesta en práctica. Y quizá por acá pase uno de los mayores desafíos que hoy tienen muchos países de América Latina: seguir creyendo en el sistema tanto en las victorias como en las derrotas electorales. Si una presta atención, gran parte de la explicación de los focos de conflicto que hoy existen en la región, son en gran medida por la no aceptación de las derrotas. Y esto no pasa solamente el día después de una elección, sino que puede suceder a mitad de un período de gobierno. Hay grupos que, tras conocer el sabor del poder, no se reconocen fuera de él y cada vez que pueden terminan encendiendo la llama de la confrontación, buscando, de esa forma, volver a gobernar antes de que un período acabe. No se dan cuenta que, con sus modalidades, pierden todos.

La mañana siguiente a la elección, más allá del resultado, lo que Uruguay necesitará es focalizarse en debates sobre lo importante y lo urgente. Aún existen enormes desafíos por delante. El mejor antídoto para que el resultado electoral del 24 de noviembre no comience a abrir una grieta política en Uruguay (como la que sí existe en Argentina), será abocar toda la energía política a debatir sobre propuestas que nos desafíen como país. Y en este proceso, el parlamento nacional jugará un rol central. Será el verdadero protagonista de este nuevo periodo de gobierno, más allá de quien lidere el gobierno.

Un país con una sólida democracia no puede caer en la tentación de dividirse en dos y comenzar a invadir los discursos de frases dominadas por un “nosotros” y “ellos”, que imposibiliten mirarse a los ojos con quien piensa diferente. Uruguay debe seguir haciendo lo que por varias décadas supo hacer: dialogar más allá de las diferencias.

El resultado electoral del 24 de noviembre no debe verse ni como el final ni el principio de nada. Debe ser visto como un punto más en una sólida historia política que llevó décadas poder reconstruirla. Una historia en la que el diálogo debe seguir siendo siempre el eje del sistema.

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