Carlos Bilardo

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Balada para un loco: así es la serie documental sobre Bilardo que retrata sus dilemas y sus obsesiones

A lo largo de sus cuatro capítulos la serie de HBO Max repasa los éxitos, las obsesiones, los dilemas y la vida familiar del icónico entrenador argentino
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02 de marzo de 2022 a las 05:01

Al final ganó Bilardo. La batalla cultural futbolística que empezó en la década de 1970 entre el estilo de juego predicado por Carlos Salvador Bilardo, alias el doctor, alias el narigón, y el de César Luis Menotti, terminó decantando a favor del primero. Al lirismo y la belleza se los llevó puesto el ganar como sea, el hacerle la vida imposible al rival (incluso apelando a recursos non sanctos), el “no importa como juguemos, importa el triunfo”.

Esa es una de las conclusiones que se esbozan en la serie documental Bilardo: el doctor del fútbol, compuesta por cuatro episodios de 50 minutos y que desde la semana pasada se puede ver en la plataforma de streaming HBO Max. Con su obsesión por el triunfo y por la investigación, por su peculiar carácter y el haberse convertido de algún modo en un personaje casi autoparódico, por ser pieza clave del mito maradoniano, fue finalmente el médico, futbolista y entrenador quien se terminaría ganando las mentes y los corazones de las generaciones más jóvenes, las que no vivieron el debate deportivo y filosófico que encarnaron Menotti y Bilardo, y que la serie por supuesto disecciona, con el testimonio del propio Menotti, que más allá de diferencias reconoce méritos en su colega y rival.

La otra resolución que el espectador se puede llevar de la serie es que Bilardo estaba completamente tomado por su trabajo. El leit motiv que se repite es el título de la canción de Julio Iglesias “me olvidé de vivir”, citada periódicamente por varios de los entrevistados, entre los que se cuentan varios de los jugadores que estuvieron a sus ordenes a lo largo de su carrera – entre ellos Juan Sebastián Verón, Diego Simeone, Sergio Goycochea, Oscar Ruggeri y Julio Olarticochea – figuras maradonianas que reemplazan al fallecido futbolista, como Claudia Villafañe y el preparador físico Fernando Signorini, algunos periodistas, y quienes más repiten esa frase: su esposa Gloria Di Bello y su hija, Claudia.

El costado familiar de Bilardo es uno de los aspectos más atractivos y destacados de la serie, sobre todo porque es uno de los menos conocidos de la biografía del doctor. Sus noches desvelado estudiando a un rival, su necesidad obsesiva de trabajar permanentemente y los viajes constantes lo llevaron a estar atormentado por la noción de que era “un mal padre”, un padre ausente que se estaba perdiendo momentos clave de la vida de su hija.

Esas dudas, esos fallos, son puntos altos de una serie que evita así caer en el homenaje en vida, lo mismo que la presión que le generaba estar al frente de la selección argentina, con su público ciclotímico y exitista, o cómo lo enfurecía que criticaran su estilo de juego, ya fuera por parte de la prensa o del público anónimo. Lo mismo ocurre con su vínculo con su hijo deportivo, Diego Maradona, con quien se llegó a pelear a trompadas y de cuya muerte Bilardo no fue informado, aunque varios de los testimonios del documental presumen que sabe, pero no lo dice.

El doctor del fútbol tiene uno de sus principales atractivos en esa mirada íntima a la vida del entrenador. Los momentos deportivos ya se han visto una y otra vez, lo mismo que algunos de sus principales momentos bilardistas como su aparición en la cancha de River Plate como técnico de Estudiantes de La Plata con una copa y una botella de champán y su posterior aclaración de que en la copa “no hay bebida alcohólica, es ‘gatorei’”, los alfileres en los córners para pinchar rivales o el incidente con el bidón con agua adulterada destinada al rival en el partido de octavos de final del Mundial de 1990 contra Brasil.

Pero el acceso a filmaciones caseras en las que se ven desde la intimidad de las concentraciones en los mundiales de 1986 y 1990 hasta escenas de la vida familiar o a un Bilardo bailando desatado en México, presentan un costado menos explorado y que termina de conformar el retrato de un hombre más bien definido por sus excentricidades o salidas picantes en la cancha.

Al avanzar de una forma puramente cronológica, la serie tiene en su evolución una forma de U invertida. El pico está en el medio, en los capítulos dedicados al Mundial 1986, que Argentina ganó con un equipo que llegó al torneo a tropezones, con un estilo de juego vilipendiado y con su entrenador cuestionado, pero que allí se destapó y ganó sin concesiones, y el del mundial 1990, donde la albiceleste casi repite la proeza, llegando hasta la final, y donde se muestran algunas de las picardías del “Narigón”, como arrancar la bandera de su país de la concentración antes del partido contra Italia para que sus jugadores creyeran que había sido un acto de vandalismo de los locatarios que había que vengar en la cancha.

El último episodio decae, aunque tiene momentos pintorescos, como su intención de ser candidato presidencial, o la exploración de su cadena de escuelas deportivas en las que obligaba a los niños anotados a estudiar y presentar buenas notas para seguir enrolados, un aspecto pionero que se le destaca en la serie, al igual que su impulso al fútbol femenino en Argentina. Sin ser particularmente profundo, el documental repasa con eficacia todas las etapas de la vida de Bilardo y estudia sus distintas facetas, aún a pesar de no contar con su protagonista más allá del material de archivo (el entrenador está internado desde que se le diagnosticó en 2018 una enfermedad neurodegenerativa con síntomas similares a los del Alzheimer y el Parkinson).

Con todo eso, Bilardo: el doctor del fútbol, es una balada para un loco. Un vistazo a lo lejos que puede llevar a alguien la obsesión y la necesidad de control total de todo lo que sucede en el terreno, pero también los dilemas que puede provocar, tanto en la persona como en su entorno.  Y un retrato divertido y cautivante sobre una figura clave del balompié sudamericano, ideal para cualquier futbolero.

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