Leonardo Carreño

Lacalle Pou, los líderes y un escenario indeseable

Lo que ahora puede cimentar un liderazgo, también puede cambiar en pocos meses

Tiempo de lectura: -'

17 de abril de 2020 a las 22:41

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

¿Hay líderes que florecen en las crisis? ¿Hay líderes que nacen de las crisis? ¿Hay líderes que terminan sus carreras en y por las crisis? Lo que por estos días hacen y dicen desde Luis Lacalle Pou hasta Donald Trump es información vital que esperan expectantes los ciudadanos de cada uno de los países cuyos destinos guían. Pero lo que ahora puede cimentar un liderazgo, o derribar la popularidad de otro, en pocos meses se puede convertir en exactamente lo opuesto.

El mismo día en que Winston Churchill llegó al 10 de Downing Street, Alemania invadió Francia, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo. Era el 10 de mayo de 1940. El político inglés luego escribiría: “Sentí que toda mi vida pasada había sido una preparación para esta hora y para esta prueba”.

La guerra fue su gran prueba de fuego. Su personalidad y su relacionamiento con los líderes del mundo, así como la forma de comunicar al pueblo, lo convirtieron en referencia obligatoria cuando se piensa en la segunda guerra mundial. Su estilo de liderazgo, moldeado por su carácter y el momento que le tocó vivir, fue el de un “papá” que hace, resuelve y da seguridad, en tiempos en los que esta era el bien más escaso. Churchill fue un líder a medida de una guerra mundial y al mismo tiempo fue el líder partido por una guerra mundial.

Cinco años después, en julio de 1945, con la Alemania nazi derrotada y Japón a punto de caer, el Partido Conservador que encabezaba perdió por goleada. Los mismos que habían confiado en el papá protector se hartaron de la guerra. Como en todas las familias, siempre hay un momento para criticar severamente a los padres.

En estos días de crisis pandémica y de constante incertidumbre, nacen y mueren liderazgos. Pero es bastante probable que estos nacimientos y muertes sean provisorios; que los que ahora brillan luego tengan severos problemas de gobernabilidad o apoyo popular y que los que ahora oscurecen terminen siendo nuevamente apoyados en las urnas. Porque como me explicó con claridad Belén Amadeo, experta en comunicación política y profesora de la Universidad de Montevideo, de la Universidad de Buenos Aires y de la Austral, “a veces no depende tanto del personaje o de las decisiones que toma sino de la gente, que tiene miedo a lo desconocido. Cuando hay un gobernante que se hace cargo y muestra que toma las riendas, la gente se vuelca hacia esa especie de líder “padre” y las encuestas le dan mucho mejor”.

EFE
Llegó la pandemia y con ella la sucesión de errores/horrores de Donald Trump que llevaron a que ahora Estados Unidos sea el país que ocupa el primer lugar en cantidad de muertos

La cuestión es cuánto dura eso y cuánto depende del propio líder que pareció florecer o marchitarse a la sombra del covid-19. Ahora mismo Trump asiste con cara de pocos amigos a la baja de una popularidad que cimentó en lo que prometió durante la campaña que lo llevó a la presidencia: Let´s make America great again, repitió una y mil veces. Hasta enero incluso sus peores detractores no podían negar que los números macroeconómicos le daban la razón. Hasta que llegó la pandemia y con ella la sucesión de errores/horrores que llevaron a que ahora Estados Unidos sea el país que ocupa el primer lugar en cantidad de muertos. Entonces el “great again” se volvió más relativo. Pero, ¿qué pasará en noviembre, cuando el mandatario se enfrente a las urnas en busca de un segundo período? Falta mucho y mucho puede cambiar.

En Uruguay, un presidente con un apoyo en las urnas tan ajustado que lo hizo sudar la gota gorda durante unos cuantos días y con una “juventud” novedosa para el promedio de edad de los gobernantes vernáculos, debió enfrentarse a la crisis 13 días después de asumir el mando. Lacalle Pou se ha mostrado sereno, decidido, humano y con una cuota bien equilibrada de emoción, en un momento en que una lágrima puede resultar desestabilizadora y un enojo puede desatar una minicrisis.

Ha elegido cuidadosamente los momentos en los que hablar, ha subsanado los errores o déficits de comunicación de algunos de los integrantes de su gabinete y se ha apoyado en los aciertos de otros que suman puntos a la hora de transmitir seguridad y claridad.

Toda esta estrategia de comunicación ha dado sus frutos. Al menos por ahora. A un mes y medio de su toma de mando, el 65% de los uruguayos aprueba su gestión, mientras que un 20% lo desaprueba y un 15% "tiene juicios intermedios o no opina", según una encuesta realizada por Equipos Consultores entre el 27 y el 29 de marzo. Nada es lineal cuando hablamos de liderazgos y popularidad, pero basta comparar el porcentaje de votos que tuvo en octubre para darse cuenta que en esta crisis Lacalle floreció. Esto no es ni bueno ni malo en sí mismo, porque lo que sube, baja, dice la ley de gravedad, y más en tiempos en los que nadie sabe qué pasará al día siguiente.

A mirada veloz, parecería que el covid-19 y el populismo a lo Trump-Bolsonaro-Johnson-Putin y unos cuantos más no se llevan demasiado bien. Pero esta también es una lectura parcial. El populismo –que, claro está, puede ser de derecha o izquierda– suele hacer un uso bien retorcido de los miedos y de la dinámica amigo-enemigo. Estos factores son centrales en tiempos de megacrisis. El tema ahora no es que a los populistas les esté yendo mal; les va mal a los que la epidemia se les fue de las manos. Mientras que Trump y compañía lloran penas por los puntos de popularidad perdidos, Alberto Fernández sonríe con la remontada que tuvo en pocos días.

La pandemia no ha sido gentil con los populismos, es cierto. En realidad, no ha sido gentil con todos los gobernantes que, por la razón que sea incluyendo la inconsciencia y la arrogancia, no tomaron decisiones a tiempo. Decisiones que ahora se cuentan en miles y miles de muertos. Pero esto también puede cambiar rápidamente.

Michael Kappeler / AFP
Angela Merkel es una de las pocas gobernantes que le dijo clara y tempranamente a sus compatriotas que el virus iba a infectar hasta al 70% de la población

Parece que ahora Angela Merkel, antes la señora Ultratón para muchos, es el epítome de una líder responsable, clara, lógica y hasta científica. No es casual que haya sido una de las pocas gobernantes que le dijo clara y tempranamente a sus compatriotas que el virus iba a infectar hasta al 70% de la población. "Es grave", dijo, "tómenlo en serio". Ella lo hizo, y ellos también.

Durante este año y tal vez más allá de él, los gobiernos de todo el mundo enfrentan el enorme desafío de tomar decisiones y responder efectivamente aunque no tienen, en la mayoría de los casos, los elementos suficientes para realizar un análisis completo. Todo lo que sucederá en los próximos meses será nuevo y no habrá casi parámetros con los cuales comparar. Algunos gobernantes, como ya ha sucedido, caerán en la inmovilidad de hacer poco o nada; otros dirán más de lo que jamás podrán hacer y verán remontar una popularidad fugaz que pronto desaparecerá.

Pero en cualquier caso, en estos días buena parte del partido se juega en la cancha de la comunicación. Con más aciertos que errores, ese ha sido el mayor activo del gobierno de Lacalle Pou desde su propio estilo personal de comunicar. Pero es un activo complejo, que además cambia constantemente. ¿Cuánto es mucha o poca emoción a la hora de comunicar? ¿Hasta dónde se llega con complejas explicaciones técnicas? La empatía es siempre aconsejable, pero si Churchill viviera seguro que nos contaría que muchos de los empáticos que ganaron la guerra fueron los que lo hundieron políticamente en 1945.

Leonardo Carreño
Lacalle Pou se ha mostrado sereno, decidido, humano y con una cuota bien equilibrada de emoción

¿Es Lacalle un nuevo caudillo blanco pero con un estilo más cercano y emotivo que los de antaño? A los uruguayos nos cuesta jugárnosla, pero este es el momento para comenzar a analizarlo, ya no solo por esta crisis que es y será dura, sino también por el futuro de los liderazgos políticos nacionales. “Al uruguayo le cuesta asociar a Lacalle Pou con la idea de caudillo por su juventud”, dice Amadeo. ¿Cuánto pesará eso en el resto de su gobierno en crisis y más allá de ella?

Lacalle Pou se enfrenta a un escenario indeseable se mire por donde se lo mire, pero tiene a su favor el pequeño crédito que le da recién haber comenzado su gobierno. Para bien o para mal, el estilo que cimente ahora podrá influir mucho en el futuro de su administración. En cualquier caso deberá transitar por una línea delgada en la que de un lado está el Figuretti que aparece a cada rato para hablar de todo un poco, y del otro lado el gobernante alejado de su gente que se muestra una vez por mes. Por ahora ha hecho buen equilibrio. Habrá que ver cuánto y cómo le afectan algunas pedradas que le tiran, tanto propios como ajenos, mientras camina.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.