Eduardo Espina

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The Sótano > OPINIÓN

Lacalle Pou y Martínez debaten. Se buscan moderadores

La efectividad y calidad de un debate presidencial depende del nivel intelectual de los moderadores del mismo
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21 de agosto de 2019 a las 05:00

¿Tienen efectividad los debates presidenciales televisados? El primero, tal como la historia da cuenta, entre John F. Kennedy y Richard Nixon, el 26 de septiembre de 1960, decidió una elección que el primero ganó por corta diferencia, producto de su buena intervención ante las cámaras. En Estados Unidos sería inconcebible una elección presidencial sin un debate entre los principales candidatos.

En ese país los debates no tienen carácter de obligatoriedad, sin embargo, desde ese año el candidato republicano y el candidato demócrata, por una cuestión de dignidad y honestidad intelectual, esto es, como un gesto de gallardía hacia los votantes, aceptan debatir por lo menos dos veces ante las cámaras en el mes previo a las elecciones. Sería impensable que uno de los candidatos se negara a debatir. Todavía más, una negativa podría decretar su derrota por anticipado y arruinaría su reputación.

Desde las elecciones de 1980, en las que Ronald Reagan obtuvo el 50,7 por ciento de los votos, Jimmi Carter el 41 por ciento, y el candidato independiente John B. Anderson el 6,6 por ciento, he visto todos los debates presidenciales realizados en ese país y considero que son de gran utilidad a la hora de clarificar el panorama a quienes pertenecen a la franja de “indecisos”, que no suelen ser pocos y que en ocasiones deciden la elección. De todos los debates, recuerdo especialmente uno, por el histórico momento bisagra que lo definió y que terminó definiendo los comicios. Fue el segundo debate entre Walter Mondale y Reagan y tuvo lugar el 21 de octubre de 1984. Los debates presidenciales son informativos y también pueden ser divertidos. Ese lo fue, ambas cosas.

Reagan, que buscaba la reelección y que para entonces, con 73 años de edad era el presidente de más edad de Estados Unidos, tuvo un pobre desempeño en el primer debate, por lo que la amplia ventaja que tenía sobre el candidato demócrata se había reducido el mínimo. Considerando los errores que hizo en el primer debate, en el cual se le notó cansado, uno de los moderadores le preguntó al entonces presidente respecto a su edad y si esta iba a ser un problema en caso de ser reelecto. El presidente respondió “no, para nada” y agregó: “No haré de la edad un problema de esta campaña. No voy a explotar, con fines políticos, la juventud e inexperiencia de mi oponente”.

Todos, los presentes, quienes estaban viendo el debate por televisión, y también Mondale, rieron, teniendo en ese instante la certeza de que Reagan iba a ser reelecto. Una genial intervención en el debate definió la contienda por anticipado. La inteligente y rápida respuesta demostró que Reagan estaba en la plenitud de su forma mental, sirviendo su buena performance para que se despegara en las encuestas. Triunfó en 49 de los 50 estados. Mondale solo ganó en el Districto de Columbia (Washington, la capital) y en Minnesota, de donde venía, por apenas 3.761 votos.

Puesto que en Uruguay, quiero suponer por falta de preparación y coraje retórico de algunos aspirantes al sillón presidencial, no se ha impuesto la tradición de estos debates, resulta difícil evaluar con datos precisos la eficacia de los mismos. La experiencia dice que los debates presidenciales son efectivos si cuentan con moderadores con afilada capacidad de inquisición, de los que saben preguntar y mantienen un balance de objetividad con los candidatos participantes en el intercambio de preguntas y respuestas. Además, deben saber “repreguntar”, en caso de que el interrogado haya evadido la respuesta o su contestación haya sido insatisfactoria.

En EEUU, tal como se vio en las presidenciales de 2016, el rigor de los debates ha caído en picada. Un periodista hacía una pregunta, un candidato respondía lo que quería (es decir, maquillaba su falta de preparación), y el periodista, en lugar de acorralarlo, le hacía otra pregunta totalmente distinta. En los recientes debates entre los candidatos demócratas que ha trasmitido CNN días atrás, tampoco el nivel fue alto, como en épocas en que los periodistas mostraban tener mejor preparación y un respaldo intelectual con más poderío como para elevar el nivel de la conversación.

Los debates tienen una importancia fundamental para que los candidatos puedan exponer sus ideas y a la misma vez, permiten que la audiencia pueda examinar su preparación intelectual y política. Cuando los candidatos están a la altura de las circunstancias y demuestran inteligencia, lucidez y preparación, los debates pueden servir además para revitalizar el diálogo democrático, más allá de que los involucrados estén en las antípodas ideológicas uno de otro. Al respecto, unos de los mejores debates presidenciales que he presenciado tuvieron lugar hace dos años en Chile.

El ciclo Tolerancia 0, que se trasmitió por CNN Chile y Chilevisión y que devolvió al formato debate el esplendor inicial de la década de 1960, resultó excelente por el carácter inquisidor y esclarecedor que tuvieron las preguntas de los moderadores, todos muy bien preparados. Uno de los candidatos respondía mal y el panelista insistía sin darle tiempo a un respiro: “Candidato, usted no está respondiendo lo que le he preguntado; ¿es que no sabe la respuesta”. Tal como el ciclo lo evidenció, algunos candidatos demostraron falta de preparación para el cargo al que aspiraban, perdiendo primero pie en las encuestas y luego perdiendo cualquier posibilidad de ganar.

Tal como este diario informó el lunes: “Los candidatos Luis Lacalle Pou (Partido Nacional) y Daniel Martínez (Frente Amplio) debatirán en televisión en la segunda quincena de setiembre”. El nivel de dicho debate dependerá de la calidad intelectual de los moderadores. Espero sean periodista todo terrenos, con preparación en diferentes disciplinas, y no solo cronistas políticos. Y si lo son, que por lo menos vayan preparados para ahondar en los temas y evitar surfear sobre la superficie, como se acostumbra en estos días. Por ejemplo, sería bueno que le preguntaran a Martínez por qué como intendente no pudo transformar la ciudad, habiéndola dejado tan en ruinas como estaba. Y si creen que exagero y necesitan un botón de muestra para ir preparados, les recomiendo caminar antes por las veredas de las calles céntricas cercanas a la rambla, cuyo estado supera lo deplorable.

Yo lo hice en compañía de un visitante extranjero y este comentó que había partes de nuestra capital que se parecían a Hiroshima luego del bombardeo. Sería bueno también que le preguntaran a Lacalle Pou qué planes tiene (y si los tiene) para elevar los niveles de lectura y educación de este país. La pauperización cultural, intelectual y creativa del Uruguay ha sido rápida, devastadora a corto y largo plazo, y sin embargo, el aparato político no ha mostrado ninguna rebeldía para intentar revertir la situación antes de que sea demasiado tarde. ¿Tiene el candidato blanco algún plan para sacar al Uruguay del pozo mental en el que se encuentra, con bajísimos niveles de lectura, comparados con los países que leen y piensan con sentido crítico? Yo hasta ahora no le oído decir nada al respecto. Tampoco a Martínez, tampoco a Talvi.

Años atrás, más de una década, tuve en Sinaloa, México, una muy buena conversación con Juan Gelman durante el desayuno. Con irónica seriedad, el poeta argentino (que había sido periodista y editor de redacción) se quejaba del pobre nivel del periodismo en América Latina, y ponía un ejemplo como sintomático. Decía que los periodistas siempre les preguntan a los poetas qué opinan de este o aquel político, pero nunca les preguntan a los políticos qué opinan de tal o cual poeta. En el debate de Lacalle Pou y Martínez será requisito que haya moderadores con la suficiente inteligencia como para evadir la misma figurita repetida de siempre.

 

 

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