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Lady Gaga a cara lavada

La cantante abandonó sus vestuarios extravagantes para ofrecer un disco más honesto y personal
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25 de octubre de 2016 a las 05:00
Llegó con una explosión. Era 2008 y Just Dance sonaba como nada de todas las cosas que estaban de moda: era algo fresco con aires de peligro, inigualable pero lleno de guiños al pasado, con un desparpajo rockero y una necesidad extrema de entretener. Luego vino Poker Face y Lady Gaga entró al mainstream, caminando tranquilamente como lo hacen los héroes de acción: dejando atrás un tendal de llamas y estallidos. Después de eso, el mundo del pop dejó de ser el mismo.

Sin quererlo, Lady Gaga hizo de su grandilocuencia, su vestuario transgresor y shokeante, su condición de outsider y sus luchas sociales, el nuevo formato del pop manufacturado. Hasta las estrellas consolidadas tuvieron que adaptarse a este nuevo panorama, donde la rareza y la excentricidad se transformó en lo normal, el europop llenó las radios estadounidenses y todos debían tener entre su repertorio un himno inspiracional y canciones a favor de los derechos LGBT.

Pero lo que separa a Lady Gaga de las cantantes de su generación y anteriores es la intención y el contenido. Nada de todo lo que sucedió en estos 8 años fue arbitrario.

La base de la obra de Lady Gaga es el artificio del pop. Su disco debut The Fame y el EP siguiente The Fame Monster –los fundamentos de su mitología–, se burló de los excesos de la fama y el dinero incluso antes de vivirlos en carne propia. Luego se metió de lleno en las luchas sociales de las minorías y la aceptación de sí mismo en Born This Way, pero para Artpop, el exceso fue demasiado. El personaje se comió a la persona y en el intento de crear Arte con mayúsculas perdió parte de ese encanto y los hits. Pero principalmente, lo que pasó fue que Gaga aburrió a su público.

Fue entonces que, para salir del mismo cliché que creó, la única manera era abandonar el vestuario, dejar la máscara y salir al escenario de manera despojada. Aunque también podría considerarse esta cara lavada como otra máscara diferente.

Desde el año pasado, Gaga comenzó una transformación que llevó a ampliar su rango artístico: realizar un disco de jazz con el mítico cantante Tony Bennett. Además, protagonizó American Horror Story y ganó un Golden Globe; cambió de estilista –el ahora consolidado como diseñador Brandon Maxwell que vistió recientemente a Michelle Obama– y adoptó una renovada imagen, más cerca del glamour del viejo Hollywood que los vestidos de peluches.

Este proceso se concretó con Joanne, su quinto disco y un álbum que homenajea a su tía fallecida a los 19 años y que también da nombre a este nuevo personaje suyo.

Diva del ¿country?


Joanne no es un disco perfecto. La primera escucha no arroja éxitos instantáneos y eso es lo que más se extraña de la "vieja Gaga". Pero es un disco que crece y se desarrolla en el oído con las sucesivas escuchas, que puede alejar al principio por la enorme variedad de estilos y ritmos pero que es, sin lugar a dudas, un trabajo que marca un nuevo camino, más personal, honesto y terrenal. A cara lavada, short de jean y sombrero de cowboy.


Para este álbum la cantante trabajó junto con dos productores diferentes pero a la vez complementarios: Mark Ronson, actualmente más conocido como el creador del éxito retro Uptown Funk, y Bloodpop, que fue responsable de algunos de los últimos hits de Justin Bieber y Madonna.También tiene colaboraciones de alto perfil: contó con Beck, Kevin Parker, de Tame Impala; Josh Homme, de Queens Of The Stone Age; y Florence Welch, de Florence + The Machine.

La elección de esta serie de figuras del rock no es rara, pero sí prometedora. El rock es parte del ADN de Gaga, que tomó tanto de Queen como de David Bowie para crear su persona artística. Sin embargo, la base sonora de este disco es –tal vez inesperadamente– el country. El electropop que la hizo famosa solo se atisba en A-YO, John Wayne y Perfect Illusion. Las guitarras acústicas y el piano que la cantante domina conforman buena parte del disco, ofreciendo las baladas como Million Reasons, Angel Down –inspirada en el joven baleado Trayvon Martin– y Joanne.


En este disco además, Gaga celebra la amistad femenina en Hey Girl, dueto junto a la impresionante Welch y Grigio Girls; y vuelca su reciente ruptura con su prometido, el actor Taylor Kinney y sus cruces con la fama en canciones como Perfect Illusion –que falla al revelar su reiterativo estribillo demasiado rápido–, Diamond Heart y Just Another Day.

Debajo de las luces y los disfraces, Lady Gaga siempre fue una excelente cantante. Se encargó de demostrar eso en el último año, pero también lo deja claro a lo largo de Joanne, donde plasmó algunas de sus mayores interpretaciones vocales.

En los comienzos, nada sonaba como Gaga. Pero ahora, se despojó de los ornamentos y las vestiduras para posicionarse fuera de las modas –excepto en Dancing in circles, colaboración con Beck que toma un poco del dancehall que anda en la vuelta– y por fuera del mundo del pop. E insólitamente lo hizo a través del género más tradicional de Estados Unidos.

Es por esto que Joanne es un tipo diferente de explosión. Es un fuego renovador que deja un camino claro para más sorpresas.

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