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Larga vida al Museo del Prado

Es uno de los museos más elegantes del mundo y posee una pinacoteca de valor inestimable. Acaba de cumplir su segundo siglo en pleno esplendor
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24 de noviembre de 2019 a las 05:00

El Museo del Prado comenzó su tercer siglo de vida y goza de muy buena salud. Desde que abriera sus puertas por primera vez el 19 de noviembre de 1819, como Museo Real, en Madrid, no ha hecho más que crecer y volverse una cita obligada para cada vez más personas. El año pasado superó el promedio de 10 mil visitas al día en sus 362 jornadas hábiles.

El edificio que lo alberga fue diseñado en 1875 por el arquitecto Juan de Villanueva para ser destinado a Gabinete de Ciencias Naturales por orden del rey Carlos III. Su nieto Fernando VII lo destinaría, 44 años después, para depositar y exhibir las colecciones reales que se habían conformado desde el siglo XVI.

Entre las pinturas inaugurales sobresalen obras maestras como El jardín de las delicias, de El Bosco; El caballero de la mano en el pecho, de El Greco; Las meninas, de Velázquez y La familia de Carlos IV, de Goya.

Una de las etapas más críticas de la pinacoteca fue la guerra civil española (1936-1939) durante la cual se desarrolló la operación de salvamento de patrimonio español más importante de la historia. Fue un éxodo que se prolongó durante tres años en el que las fuerzas republicanas evacuaron de España las principales obras del museo.

De la treintena de directores que ha tenido, el más famoso fue Pablo Picasso, aunque el célebre artista nunca llegó a tomar posesión del cargo.

El del Prado es uno de esos museos que parece que siempre hubiera estado ahí. Se hace imposible imaginar Madrid sin él

A lo largo de estos dos siglos se han llevado a cabo varias reformas sobre el edificio original de Villanueva. La ampliación más ambiciosa se realizó entre 2001 y 2007, cuando Rafael Moneo diseñó un anexo a la sede original, la llamada “ampliación de los Jerónimos”.

Hoy el Museo del Prado posee 8.100 obras, de las que unas 1.300 forman parte de su colección permanente. Cuadros como La anunciación, de Fra Angélico; El descendimiento de la cruz, de Roger van der Weyden; el Autorretrato, de Alberto Durero y Las tres gracias, de Rubens, son algunas de las joyas más preciadas del museo.

Una de las figuras más notables de la historia del museo es Luis Eusebi, quien fuera el primer conserje del museo. Eusebi nació en Roma, pero se radicó el Madrid, donde se dedicó a la confección de miniaturas y de escenas para decorar abanicos.

En 1816 fue nombrado pintor de cámara en la corte de Fernando VII, sin sueldo. A fines de 1818 pidió a la reina una pensión que le permitiera dedicarse a la copia en pequeño formato de algunos de los cuadros principales de las colecciones reales. En vez de eso, la soberana lo nombró conserje del Museo Real, que no había sido inaugurado pero estaba en pleno proceso de organización.

Eusebi se tomo muy en serio su puesto y realizó el catálogo de las 311 obras con las que se inauguró el museo, todas de autor español. Durante los diez años en los que trabajó en el museo fue actualizando el catálogo año a año, cada vez con más detalles sobre la obra y su autor, así como anotaciones críticas muy pertinentes, que fueron de gran valor para que los visitantes pudieran comprender y apreciar a autores como Velázquez y Murillo.

El catálogo de 1828 ya no es un folleto, como los anteriores, sino un libro en octava, de 227 páginas, en el que se recogen más de 750 pinturas pertenecientes a las escuelas española, italiana, francesa y alemana. 

A partir de 2006, Eusebi es uno de los artistas cuya obra se exhibe en el Prado, cuando el museo compró uno de los abanicos decorados por él.

El del Prado es uno de esos museos que parece que siempre hubiera estado ahí. Se hace imposible imaginar Madrid sin él. Desde aquella primera época en que abría un solo día a la semana y había que tener una recomendación para entrar hasta este presente en el que las multitudes irrumpen los siete días de la semana, el museo se ha comportado con la elegancia de siempre, permitiendo que se encuentren la belleza de los siglos y el espíritu contemporáneo. 

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