Instalaciones de UPM en Fray Bentos.<br>

Opinión > OPINIÓN / ÁLVARO DIEZ DE MEDINA

Las fantasías y la realidad detrás de los anuncios de UPM y Katoen Natie

Uno de los operadores portuarios más importantes del mundo ha decidido darle la espalda a Uruguay
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06 de mayo de 2017 a las 05:00
Dos elocuentes hechos vienen de marcar a fuego esta semana. El primero es el anuncio de "importantes avances" en las conversaciones que mantiene el gobierno uruguayo y la empresa finlandesa UPM a fin de acordar una "agenda de negociación" respecto a la construcción de una posible tercera planta pastera en el país.

El comunicado de la empresa es claro: se produjeron "importantes avances", con aspectos que "aún necesitan ser resueltos", a fin de confeccionar una agenda que permitirá la concreción de un "acuerdo de inversión" que, a su vez, habilitará un "estudio de pre-ingeniería" de entre un año y medio a dos de duración que, para el caso de verse acompañado de una inversión pública en infraestructura del orden de los US$ 2 mil a US$ 3 mil millones ... recién permitiría a la empresa hacer un "análisis y preparación de una decisión" que no sabemos, claro, cual sería desde tal lontananza.
Como se entiende con claridad: nada.

El segundo está muy lejos de tanta contorsión palabrera: la empresa belga Katoen Natie, accionista en un 80% de TCP, la operadora de la terminal especializada de contenedores del puerto de Montevideo, ha tomado la decisión en firme de vender su participación en el negocio al que accediera tras una subasta pública realizada en 1999.

Algo, por cierto, que también se entiende con claridad: uno de los operadores portuarios más importantes del mundo, titular de más de 110 plataformas logísticas en 28 países, operador de más de 170 millones de toneladas y empleador de más de 12.000 personas, ha decidido darle la espalda a Uruguay, después de una ordalía de 16 años coincidentes con el entronizamiento de la tragedia frenteamplista.

Ahora, como en el tango de Gardel, "vendrán caras extrañas/ con su limosna de alivio a mi tormento", y no faltarán las alambicadas explicaciones de por qué una empresa de tal porte y que tan profundamente había invertido en este país, haya tomado la decisión de bajarle el pulgar. Pero, para ser francos, las explicaciones son sencillas, y si Ud. fuera un operador portuario seguramente concidiría con Katoen Natie.

El primer hecho está en los diarios: el puerto de Montevideo no sabe para qué existe. Exacto: no tiene lo que se llama un "plan maestro" desde 2004, como sí lo tuviera en 1989, 1994 y 1999. Hoy y desde hace 13 años, no lo tiene, ni está en miras de tenerlo: desde hace mucho ya, la ANP hace gárgaras mintiendo que está por llegar, pero ni siquiera ha logrado cerrar la contratación de la fundación Valenciaport, a fin de que meramente diseñe el llamado a licitación de las empresas que lo podrían llegar a confeccionar.
En suma: algo tan lejano como la fantasía de la tercera planta de UPM.

Como el puerto de Montevideo no sabe para qué existe, tampoco sabe si está compitiendo con los otros puertos de la región, o el mayor de la costa atlántica, en Kingston (Jamaica), o está apenas sentadito en su geografía, a la buena de Dios.

Por ello, siendo accionista con Katoen Natie de TCP (en un 20%), la Administración Nacional de Puertos (ANP) de todos modos abrió a la competencia su actividad logística, solo que en el mismo recinto portuario.

Así, atándose la mano derecha al cuerpo, se embarcó en mil y una trapacerías, en daño directo tanto de la TCP de la que es dueña, como de Montecon, el otro operador de muelles públicos al que inexplicablemente favoreciera con tarifas subsidiadas, ventanas de atraque e irregulares derechos de "almacenaje".

Jugando, pues, a ser Dr. Jekyll y Mr. Hyde, la ANP alcanzó el increíble lauro de alejar, año a año, al puerto de Montevideo de su condición de terminal especializada de primera línea.

La inabarcable mediocridad de las autoridades había considerado, hasta hoy, que este era un idílico cuadro portuario: Katoen Natie cosecha una buena utilidad anual mediante su gestión de TCP, aunque la terminal esté trabajando al 25% de su capacidad. ¡Y en este país, como bien sabemos, el camino es la recompensa!

Solo que, para nuestro mal, en el resto del mundo la recompensa es la recompensa, y una empresa que, como Katoen Natie, ha alcanzado su preeminencia expandiéndose en el camino de la especialización petroquímica, de consumo general o de cadenas industriales desde sus bases logísticas, no admitiría nunca como modelo de negocios el tener que anidar en ese 25% de la que hubiera tenido la capacidad de ser la terminal especializada más grande de la costa atlántica.

Hoy, la máquina destructora del frenteamplismo manifiesta una falsa sorpresa y desazón ante la decisión de la empresa. Y no debería hacerlo: hace años que tanto su dirección local como su principal accionista han advertido a las autoridades uruguayas que su juego es por la excelencia y que, a diferencia de las nativas empresas mendicantes, cuenta con los recursos y la atención necesarias para mudar de horizonte con el chasquido de un par de dedos.

Se prefirió, empero, ignorar tales señales.Cuando la administración Vázquez sale de desnorteado acólito turiferario por el mundo, lo hace en la vana esperanza de enamorar a un fuerte inversor, al punto de llevarlo a ignorar todas las trampas regulatorias, fiscales y sindicales que aquí le aguardan.
En el caso de Katoen Natie, la tarea lucía aún más sencilla: la empresa es controlada por Fernand Huts, una indisputablemente poderosa figura del mundo portuario, de quien quiso el destino que fuera seducido por Uruguay, al punto de tener dos nietos nacidos aquí y haberse convertido en un promotor de su arte plástico en Europa.

Nada de eso fue, en este caso, suficiente para impedir que Katoen Natie topase con el destructivo muro que el Frente Amplio insiste en convertir en nuestra lápida.

Al torpe silencio de la ANP se le acompañó con la tonta ceguera del Ministerio de Transporte. A ambas se les sumó la pulsión suicida de los sindicatos, que precipitaran en 2008 la caída del convenio salarial que aseguraba el pago de jornales para obreros en niveles 64% por encima del laudo, con garantía de ocupación de entre 13 y 26 jornales mensuales, amén de régimen de turnos fijos y pago doble dominical (gruístas, por ejemplo, que ganan $ 100.000 mensuales).

¿Por qué? Pues porque, a diferencia de cualquier puerto del mundo, en el de Montevideo el domingo se paga doble, aunque siempre sujeto a la voluntad del soviet sindical: los barcos del orbe deben aguardar en el ante-puerto a que la molicie y el capricho de una de las patas de la oligarquía burocrático-sindical uruguaya se avenga a cobrar su gabela.

Bueno, pues parece que la comedia ha llegado a su fin: Katoen Natie ha tomado la irreversible decisión de irse de una vez y para siempre de Uruguay, vendiendo su parte de TCP.

¿A quién? A quien la quiera. Tal vez a esos fondos soberanos de incierto origen, para los cuales la ambigua e inabarcable actividad portuaria es miel sobre hojuelas. O, peor aún, a las grandes líneas navieras que ahora rendirían al puerto de Montevideo a sus términos, convirtiéndose así en la peor noticia que pudiera recibir, junto con el otro operador al que la ANP pusiera a cargo de los muelles públicos.

Porque lo que aquí no ocurrirá en modo alguno será que la ANP, enfrentada a la decisión de Katoen Natie, dé el paso maduro de sumarse activamente a ésta en el proceso de oferta de la totalidad de la operación de TCP a otro de los contados jugadores de primera línea de logística portuaria internacional, con el fin de, ahora sí, impulsar un proyecto garantizado de expansión.

Tal iniciativa nos precipitaría, desde ya, en el conocido capítulo de las agitaciones sociales en contra de la "privatización", la "entrega de la soberanía", o el sentimental plañido por "nuestro puerto" desde todas las imaginables carpas parasitarias: el conocido arrecife contra el que nos gusta estrellar toda iniciativa, todo emprendimiento, toda prosperidad, todo empleo.

Descartado ese camino, pues, TCP y el puerto de Montevideo caerán en el puntual pozo de ineficacia, parálisis y medias tintas al que este régimen todo lo arroja, y en medio del atronador silencio del resto del espectro político: ese al que, por cierto, la salida de Katoen Natie del escenario nacional no parece haberlo impresionado significativamente.

Es que deben todos creer, claro, que hay muchos más allí de donde los belgas salieran. Y no los hay. Ni los habrá.

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