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Las múltiples personalidades de Casacuberta

Están los que escuchan una canción, la tararean y crean otra canción para que otros la tarareen
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26 de enero de 2016 a las 05:10

Por Tania de Tomas

@Taniadetomas

Sería bueno tener la capacidad para poder transcribirla tal cual transcurrió pero por cuestiones lógicas no voy a poder, así que me resigno a contar fragmentos de la charla que mantuve con Gabriel Casacuberta por casi cuatro horas. No quiero "ordenarla" demasiado; así, algo desordenada me parece que cuenta mejor la historia de este músico y productor de 48 años. "Muchos procesos que podrían ser cortos en mi vida han sido largos. Y me llevo bien con ellos, porque me permiten revisitarlos".

Casacuberta tenía en sus comienzos una forma de escuchar la música, que se basaba en desafíos. Si había un acorde que le sonaba raro, quería saber cuál era. Le generaba interés, cierto placer estético, independientemente de que la música "estuviese buena". Una curiosidad, que va a alimentar a lo largo de su vida.

Casacuberta silbaba, melodías que escuchaba por ahí, todo el tiempo. Esa fue su primera forma de relacionarse con la música. Luego su hermano Carlos, que estudiaba guitarra hacía un tiempo y sacaba una que otra canción de los Beatles y Led Zeppelin, le enseñó a cantar a dos voces y a tocar. Tenía 11 años. "Me puso un ejercicio de guitarra clásica y le dije: 'No, no, enseñame a tocar canciones. Fue mi primer maestro y fue muy bueno, por eso para mí aprender fue sencillo".

Casacuberta es el tercero de seis hermanos; Carlos, Marcelo, Pablo, Adela y Juan. "Nos fuimos de Uruguay en la dictadura y vivimos nuestra infancia en México. Cuando llegamos mis padres se separaron y mi padre se volvió a casar y tuvo dos hijos (Adela y Juan, quien todavía vive allí)".

Y en una Navidad su padre tuvo "como una iluminación". Les regaló discos. Bob Dylan, Janis Joplin, Creedence, Led Zeppelin, Rolling Stones, Eric Clapton. "Una pequeña Biblia". Ellos eran muy beatleros, escuchaban en la radio La hora de los Beatles y Beatle manía. "Los descubrimos en México, el disco era de 45 revoluciones por minuto y nosotros lo pusimos en la velocidad de 33 revoluciones por minuto, entonces sonaba todo lento y decíamos: 'Pah, esto es The Beatles' (frunce el ceño). Estuvimos unos días escuchándolo así, haciendo fuerza para que nos gustara, hasta que alguien se dio cuenta y ahí descubrimos a los verdaderos".

Como un cronopio

No le gusta la rutina. Se levanta a distintas horas, se acuesta a distintas horas, come a distintas horas. Escapa de ella, una y otra vez.

Pero le gusta la armonía, las sucesiones de acordes que en parte lo llevaron a transitar los caminos del jazz. Le gusta aquello que se saca de contexto y lo usa, de un modo diferente.

Un día, de niño, salió con sus hermanos a caminar por el barrio en el que vivía en México y descubrieron una plaza que se llamaba El Jardín del Arte. Había un caballete de cemento, algunos docentes, que guiaban la pulsión artística, y niños, que pintaban. También hubo un concurso, en el que Gabriel ganó un premio, "iba a ser el pintorcito de la familia". Pero empezó con la música y sintió la "absurda necesidad" de optar por una y descartar la otra.

México. 1980. Eran varios los uruguayos exiliados. Entre ellos estaba el Sabalero, quien preguntó si alguien conocía un bajista uruguayo y otro alguien, por error, le dijo que sí. Así fue como Carlos, hermano de Gabriel, aprendió a tocar el bajo. Y así fue como dos años después, cuando Gabriel tenía 14 años, su hermano, que se fue a vivir por un tiempo a Europa, le preguntó si se animaba a tocar el bajo en su lugar. Él le dijo que sí. "En dos o tres días aprendí a tocar las canciones de El Sabalero, era lo único que sabía tocar. Ese martes y ese jueves toqué para 20 personas en un boliche que se llamaba Café Concert pero el viernes estábamos invitados a un festival en el Auditorio Nacional de México, que es una cosa imponente y estaba totalmente lleno. Diez mil personas. Entré al escenario y todas las redes neuronales que se encargan del pánico escénico se frieron en ese momento, para siempre".

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"Anoche vinieron los Hermanos Láser –banda uruguaya de rock a la que está produciendo–", dice para explicarme la pila de instrumentos que tenía arrinconados sobre un banco en el living. Tiene debilidad por ellos, su consigna es que hay que tener todos los que se pueda. Por eso, cada vez que viaja, intenta hacer realidad el deseo. "Esto es un duduk, es un instrumento armenio", dice y lo toca, yo hago lo mismo sin demasiado éxito. "Disculpá el desorden", se excusa antes de entrar a una habitación que tiene subiendo una escalera. Ahí están los instrumentos de cuerda. Toca un tres cubano, y me muestra una jarana mexicana, un laúd, un baglama, un bandoneón y un sitar. "Para aprender a tocarlos miro tutoriales y documentales". Y vuelve a tocar, cierra los ojos y se deja llevar. Disfruto de la melodía, de esa coexistencia que nos hace etéreos por un segundo. "Tocar varios instrumentos es una técnica de composición", desliza al salir de la tercera habitación repleta de instrumentos.

¿Qué se necesita para componer?, le pregunto mientras volvemos al estar donde se estaba desarrollando la entrevista. "Algunas veces podés componer con la cabeza, nada más. Antes, cuando no existían los celulares ni los grabadores, pensaba en el ómnibus una melodía e intentaba chiflarla bajito para mantenerla viva. Uno puede imaginarse melodías y acompañamientos. Hoy voy con el celular por la calle y, si se me ocurre una melodía, digo: 'Melodía', la silbo, después canto cómo sería el bajo y así voy tirando elementos que después puestos juntos funcionan".

Si no querés escuchar mi queja, ponete un tampón en la oreja

El cuchillo Tramontina se deslizaba de un lado a otro. La Gillette iba afinando el brazo. Gabriel estaba intentando reformar un contrabajo que su familia le había regalado para un cumpleaños. "Hicieron un gran esfuerzo para comprarme uno y sentí una gran presión, como una obligación. Le hice algunas reformas pero no me fue del todo bien así que lo llevé a un luthier. Me quedó un contrabajo muy raro, distinto a todos los contrabajos". Después de un tiempo, lo cambió por un portaestudio, un grabador de casete que grababa en cuatro pistas. "Ahí me metí en el mundo de las perillas". Hoy, y desde hace años, construye/inventa un instrumento, aún sin nombre.

Tenía 26 años y hacía algún tiempo que había retornado a Uruguay. Ahí, impulsado por el movimiento musical que se estaba gestando en el país, nace Plátano Macho. Una banda de hip hop y funk formada a mediados de la década de 1990 y producida por Gabriel (Clecter) y Andrés Pérez Miranda (Androoval). A la banda se le sumaron Ramiro González (SPD González), Martín Ariosa (Choniuk) y Luciano Supervielle (LSPiano aka Supervielle). "Todo el día estábamos escuchando hip hop y metal, hacíamos largas improvisaciones colectivas, música realmente demente". La banda editó un único álbum de estudio, The Perro Convention (1998), y el primer single Pendeja, fue muy bien recibido en Latinoamérica. La experimentación fue uno de los sellos del grupo, que pasó de tener un grabador de cinta de ocho pistas a grabar en la computadora, a manipular el sonido digitalmente.

Paralelamente lo invitaron a producir el primer disco de otra de las bandas uruguayas del momento: Peyote Asesino, de la que, además de su hermano Carlos, formaban parte Juan Campodónico y Fernando Santullo, a quienes Gabriel conocía de la infancia en México.

Durante esos años también se vinculó con el mundo publicitario. "Hacer música para publicidad fue lo más parecido a un trabajo de oficina que hice, porque, sin tener un horario, le dedicaba muchas horas. La publicidad te genera un daño psicológico permanente e irreversible. Estaba días y días sin parar. Llegó un momento en que mi cerebro tenía como ganas de llorar", ilustra. Hoy sigue vinculado al rubro pero haciendo trabajos puntuales.

Entre sus varias personalidades o personas, como él mismo define, está el atípico uruguayo; el que no toma mate, no juega al fútbol y tampoco es hincha de ningún cuadro. "Soy una prueba de que se puede ser uruguayo sin fútbol".

Hace varias referencias a libros, películas, grupos de música y, aunque se defina como abstracto, el mundo lo cautiva. "Quiero generar la música que suena en mi cabeza", dice, y en ese decir hay una búsqueda por encontrar la palabra justa pero sin diluir el concepto.

Para él hay muchas formas de hacer música y muchas formas de aprenderla; todas son válidas. "Mi forma de abordarla fue más casual", y a la pregunta ¿sos disciplinado?, le sigue la respuesta: "No, para nada, soy un vago. Hay músicos que estudian cinco horas por día un instrumento pero yo nunca pude hacer eso. Las veces que me propuse estudiar terminaba muy aburrido. Estudiar una hora me parecía una enormidad", dice y remata: "A mi falta de disciplina la suplieron muchos ensayos".

Salir de gira

Integra el colectivo musical Campo, dirigido por Juan Campodónico, forma parte de la banda que lidera Lucía González, quien es además su compañera, y de Bajofondo, una agrupación musical rioplatense pionera en lo que se ha conocido mundialmente como "electrotango", aunque el grupo prefiere no utilizar esta palabra, ya que considera que no es una fiel descripción de su música. Participó en la producción de los discos Eco y 12 segundos de oscuridad de Jorge Drexler. Ha producido varias canciones y remixes para bandas uruguayas.

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Bajofondo surge en el año 2001, de la mano de Gustavo Santaolalla y Juan Campodónico. Además de por estos dos músicos y productores el colectivo está conformado por Luciano Supervielle (piano y teclados), Javier Casalla (violín), Martín Ferrés (bandoneón), Gabriel Casacuberta (contrabajo y bajo electrónico), Adrián Sosa (batería) y Verónica Loza (VJ y voces). "El primer álbum de estudio, Bajofondo Tango Club, fue un disco más de laboratorio, los bajos que se escuchan son programados o sampleados de orquestas de tango. Llegué a Bajofondo para llevar ese disco al vivo. Luciano y Juan me conocían desde hacía años y me presentaron en el año 2003 a Santaolalla. Unos meses después, me estaba yendo de gira por Europa", dice para resumir.

"Cuando estoy de gira me planteo una actividad que realizo durante los trayectos del viaje con el fin de evitar enloquecer" y me manda por mail un dibujo que hizo en el celular y después comparte otra actividad. Se trata de una serie de aforismos que fue ideando y escribiendo, "unos me parecen verdaderos, otros simplemente me resultan simpáticos". "Nadie habla por sí mismo" o "V.I.P. es una cárcel a la que muchos quieren entrar". Por nombrar dos, me mandó 34 y seguro debe tener más.

Ensayar con una banda en la que dos de sus integrantes (Gustavo Santaolalla y Adrián Sosa) viven en Estados Unidos, dos en Argentina (Javier Casalla y Martín Ferrés) y el resto en Uruguay es algo complejo. "Nos pasó de llegar a un hotel y tener que pedirles algún salón de reuniones para ensayar. También haciendo giras por Estados Unidos los ensayos muchas veces eran arriba de un bus, llegamos a ensayar por Skype e incluso hemos tenido ensayos orales, en los que no tocamos nada. También ha pasado que el primer toque de una gira sea azaroso, no sabemos qué es lo que va a sonar. Cuando hicimos el segundo disco, Mar dulce, lo grabamos y salimos a tocarlo. Nos dimos cuenta de que en vivo surgían algunas cosas que estaban buenas, entonces en el último disco, Presente, hicimos todos los temas, empezamos a tocarlos y recién ahí lo grabamos".

Hace 12 años que Gabriel sale de gira con Bajofondo, y durante varios el ritmo fue bastante agitado: medio año en el exterior, medio año en Uruguay. Inevitablemente nos zambullimos en la infinidad de anécdotas que guarda de ellas. Les cuento una.

"En Corea, fuimos a tocar un par de veces a un festival de World Music, y las dos veces pasó lo mismo. Tocábamos y la gente, que recién nos estaba conociendo, gritaba como gritaban cuando tocaban los Beatles: 'Ahahahah' (emula a la multitud). Terminábamos de tocar, nos ponían una mesa larga y venía la firmada de discos. Esa gente va al show, te ve por primera vez, sale, se compra el disco, te pide un autógrafo y se saca una foto contigo. Es un combo que no tiene fases, son como los más fans. Es muy raro".

Afirma que "trabajar con Santaolalla es buenísimo. Tiene una cabeza fotográfica increíble. Vos le mostrás una música que nunca había escuchado y lo primero que hace es ponerse unos auriculares y cerrar los ojos. Se mete ahí. Después hace sus comentarios, que son muy, muy precisos. La primera cosa que te llama la atención es que tiene toda la estructura musical del tema en su cabeza. Trabajar con él es una gran enseñanza, tiene mucha experiencia e intuición", dice y asegura que "la intuición es todo. La música es el arte más abstracto, es lo más intangible".

"¿Dónde radica el éxito de Bajofondo?", pregunto. "Hay que ver qué es el éxito", responde y me obliga a reformular la pregunta. "El éxito en el sentido de reconocimiento público", digo. Y da una respuesta larga, que voy a intentar resumir. "Cuando alguien te dice cosas que ya sabés y no te dice absolutamente nada nuevo, pierde tu atención. En el otro extremo está el que inventa un idioma, que solo esa persona habla, ahí tampoco va a tener tu atención. En el medio de esa línea está ese que te dice cosas nuevas pero que vos podés codificar. Con la música pasa algo de eso. Ninguno de los que conformamos Bajofondo vamos a hacer un tema que genere pérdida de atención. No es una cosa programada, simplemente la entendemos así".

Hacer lo que apasiona

"Cuando hago música no siento que estoy laburando, estoy pasándola bien. Hice trabajos de todo tipo y aunque con algunos ritmos no tengo demasiada conexión, tengo el gusto por hacer que suenen bien. También puedo tener un disfrute técnico de la música", dice este hombre que en el último tiempo ha hecho bandas sonoras para películas y también para televisión. En El baño del papa trabajó junto a Luciano Supervielle, "se buscó que tuviera elementos posmodernos o electrónicos y al mismo tiempo, como el filme transcurría en un medio rural, que tuviese milonga y música fronteriza". Además, realizó la música de las películas Gonchi y Los Teros (ambos documentales). "En el último tiempo fue algo que disfruté mucho. De a ratos la música tuvo cierto protagonismo y una gran carga emotiva".

No es nostálgico del pasado pero tampoco dice: "Esto ya fue". Es de los que piensa que las cosas se van acumulando. Y algo parecido le pasa con los instrumentos. "Veo que mis amigos se compran nuevos instrumentos y venden los que no van a usar. Yo no lo los vendería".

Le gustan pocas cosas y ninguna con un criterio bibliotecológico. "Me doy cuenta de que hay gente que es muy metódica y que dice: 'Este es el mejor disco de tal grupo'. Y yo digo: 'La puta madre, escuchó todos los discos de este grupo...'. No soy muy estudioso de los grupos, como no fui un estudioso de nada en realidad. Voy recibiendo la música, escucho un poco de su obra pero siempre he sido algo burro en ese sentido". Explica que es sospechoso cuando la gente dice que le gusta todo tipo de música. "No, no, no. No puede gustarte toda la música".

Su padre, que era un amante del viejo jazz, del estilo Louis Armstrong, le daba mucha importancia a qué músico interpretaba las canciones. Pero a Gabriel eso nunca le importó, lo que quiere es que suene "esa cosa que quiero. Si algo lindo sale de un error o si algo se cayó al piso en medio de una grabación y queda bueno, para mí es válido".

Actualmente, además de compartir escenario y horas de ensayo, comparte el hogar con la cantautora Lucía González. "Estamos hace como 10 años, con algunas separaciones en el medio, por coyunturas de la vida; las giras te generan dificultades con todas las personas que te rodean, es difícil", cuenta y le pregunto si se ve como padre. Responde: "Sí, claro, pasa que yo no tengo prisas. En algún momento hay que dar el salto al vacío. Lo que sucede es que uno no quiere ser una foto; que le muestren una foto tuya y le digan: 'Este es papá, que está de gira'".

"Todo lo que la gente llama divagarse, para mí está bueno. Por eso cuando los músicos se proponen ser profesionales, fa... Esa palabra es muy difícil. Está bueno vivir de la música, a mí me encanta y lo defiendo, pero creo que el artista debe tener menos certezas...".

Todo es electrónico

"Hoy toda la música que uno escucha es electrónica. Cuando la grabás en el estudio hacés un proceso artificial y mediante ese proceso artificial llegás a una naturalidad del sonido. La idea futurista de la tecnología generalmente está equivocada. La incorporación de lo electrónico es un instrumento, no un fin en sí mismo. Si se te ocurre una idea que solo podés hacerla con un sintetizador, entonces lo más apropiado es usar uno. Pero si en tu mente tenés violines, lo mejor será que la melodía la toque un violinista. Por ejemplo, los Beatles usaron el melotrón, un pariente del sampler. El melotrón fue generado para que uno no tuviera que llamar a una orquesta de cuerdas o vientos, pero no suena a cuerdas ni vientos. Suena a melotrón, como por ejemplo en el comienzo de la canción Strawberry Fields. Hoy aunque tengas todo el prepuesto del mundo para llamar a flautistas puede ser que por una decisión estética quieras ese sonido, porque te suena a Beatles. Cada vez que se creó algo para sustituir otra cosa, lo que pasó es que se agregó, y eso que querías sustituir ahora coexiste con lo nuevo".

Tú, productor

"La palabra productor es muy amplia. Muchos músicos son más productores de lo que ellos piensan. He producido algunas cosas, puedo decir que soy un productor. Pero por ahí, si me comparás con Mark Ronson, no lo soy. Hay gente que dedica su vida a la producción; para mí es un medio para hacer música. El productor es la persona que tiene que pensar en todas las etapas y lograr sacar lo mejor de cada artista".


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