Cecilia Arregui

Las plazas, los vecinos y los derechos de los “jóvenes molestos”

Los jóvenes siguen buscando lugares de reunión, a pesar de malestar de los adultos

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21 de agosto de 2021 a las 05:01

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La pelota de los jóvenes y la forma en que se divierten, ahora al aire libre, pandemia mediante, es una que pesa mucho y que nadie quiere mantener en su cancha, porque los conflictos abundan. El último episodio de este problemón de convivencia urbana se dio como consecuencia de las juntadas en Villa Biarritz hasta bien entrada la madrugada, con música, risas, gritos y ruidos de autos incluidos, lo que generó la protesta de vecinos. Esta discusión solo es un revival de lo que venimos pateando para adelante desde hace décadas y, vuelve a demostrar no solo que “los jóvenes” tienen comportamientos diferentes a los de los adultos (un básico de la psicología, que indica que en esa edad buscan diferenciarse para construir su identidad) sino que como sociedad no hemos sido capaces de definir formas y lugares de divertimento para ellos.

Antes fue Luis Alberto de Herrera, con sus pubs y boliches, antes la Ciudad Vieja cuando se puso de moda, en algún momento la zona de Punta Gorda donde había discotecas, por mencionar solo algunos lugares de Montevideo, aunque este es un conflicto urbano que se repite en todos lados porque, a Dios gracias, en todos lados hay jóvenes.

Desde hace tiempo plazas como la de Villa Biarritz, la Varela, la Viejo Pancho y la San Salvador son los espacios elegidos por jóvenes montevideanos para reunirse en previas o, directamente durante buena parte de la madrugada. Es una actividad desorganizadamente organizada, porque donde no hay prohibición allá vamos los seres humanos (y donde la hay, también). A diferencia de los adultos, que llenamos la Rambla apenas sale un rayo de sol, los jóvenes prefieren la noche y también suelen tomar decisiones con el único objetivo de oponer, como bien sabemos la mayoría de los padres que ya pasamos por la etapa de la adolescencia de nuestros hijos, o estamos en ese camino. 

Lo que quedó de nuevo claro en este año y medio larguísimo de restricciones, es que cuando se piensan políticas de todo tipo -desde seguridad hasta urbanismo- casi nunca consideramos a los jóvenes. 

A la hora de pensar sus espacios no se trata de encerrarlos a todos en la plaza que se nos dé la gana ni en un estadio que ya nadie usa en un barrio lejano, sino de buscar consensos y, sobre todo, de pensar con cabeza joven, la que alguna vez tuvimos. Esta semana Matilde Antía, la alcaldesa del municipio CH, el más afectado por las reuniones de jóvenes, elevó una propuesta a la intendenta Carolina Cosse para buscar trasladar la movida nocturna a lugares como Plaza Trouville, Punta Brava y el espacio de la Rambla Wilson sobre el Club de Golf. Todos son lugares que no afectarían tanto ni tan directamente a los vecinos que quieren dormir. 

Antía concibe esta movida como un momento intermedio hasta que se recupere la “vieja normalidad”, aunque las “previas” existen desde hace mucho tiempo antes que la pandemia. Es decir, lo que ahora parece pasajero debería concebirse como permanente, o lo más permanente que una mente joven pueda concebir. 

La idea de Antía surge de una experiencia que se realizó en Sarandí Grande, Florida, donde el alcalde Cayetano Stopingi propició la adaptación de un espacio público abierto donde instaló fogones. El lugar pegó bien en los jóvenes de esa localidad, que ahí se reúnen. No es solo suerte o coincidencia, es un poco de pensamiento dedicado a los jóvenes más una cuota de recuerdo de la propia juventud. ¿A quién no le gustaban los fogones cuando éramos chicos? Punto para el alcalde Stopingi.

“No solamente solucionó los problemas de convivencia y ruidos molestos en la vecindad de Sarandí Grande, sino que también permitió potenciar y embellecer espacios públicos del Municipio que hasta el momento se encontraban sub-utilizados", escribió Antía en su carta a la intendenta, en la que además propuso que a los fogones se sume una mejor iluminación y baños públicos. Punto también para Antía, por la propuesta.

Por alguna razón que solo puedo asociar a la “adultocracia” que siempre mandó en Uruguay, los jóvenes tienen mala prensa en casi cualquier situación. Es cierto que pueden ser rebeldes, complicados y caprichosos, pero igual de cierto es que también lo somos los adultos sin la excusa que tienen ellos: están construyendo su personalidad, lo que no es un pase libre para hacer cualquier cosa pero sí una explicación plausible para entender sus altos y bajos e incertidumbres.

Una investigación encargada por Unicef Uruguay a Cifra, confirmó este sesgo negativo de los uruguayos para con los adolescentes, una categoría algo más laxa que el tradicional 13 a 18 años. A raíz del estudio cuantitativo y cualitativo en el que se consultaron a adultos y expertos, Unicef decidió lanzar la campaña Adolescentes. No están Perdidos, en la que se reivindica este período de la vida como “una segunda ventana para el desarrollo, una etapa que los propios neurocientíficos dicen que es rica y en la que mucho puede cambiar, determinante en varios sentidos, incluyendo la construcción de la identidad”, me explicó Lucía Vernazza, oficial de protección del organismo.

Entre los entrevistados quienes mostraron una visión aún más negativa hacia los adolescentes fueron los adultos que conviven con ellos, o sea, los adultos que se supone debemos estar cerca de ellos cuando más nos necesitan, aunque ya no sean niños que hay que alimentar y vestir. El conflicto intergeneracional es inevitable, ahora tal vez más que antes, pero lo de “no puedo con la vida de él/ella” no es un argumento válido entre los adultos que tenemos la responsabilidad de educar, también a la hora de aconsejarles dónde ir y a quiénes ver, incluso si parece que eso entra por un oído y sale por el otro (algo siempre queda). 

En la investigación de Cifra se les pidió a los adultos que definieran a los adolescentes de hoy. El término más repetido fue “consumistas” (88%), lo que no debería sorprender en una sociedad cuya lógica es consumista. También se los describió como “egoístas” (55%), mientras que solo el 34% de los consultados dijo que son “tolerantes” y un 52% que son “idealistas”. 

Al mismo tiempo que nos quejamos del trabajo que nos dan los jóvenes en casa y en la educación, también protestamos por las formas en que eligen divertirse, incluso si estas formas son relativamente razonables para ese rango de edad. Claro que para mí ya no es razonable acostarme a las 8 de la mañana, pero no me sonaba nada descabellado a los 16. El estudio de Cifra también deja en claro que los padres y encargados de jóvenes temen por el bienestar y seguridad de ellos cuando salen, lo que se da de lleno contra la realidad de que no hay demasiados espacios públicos seguros para sus madrugadas, con buena protección y vigilancia policial que sin embargo deje hacer lo que hacen los adolescentes, sin producir daños ni descontrol.

En esto de las plazas, los ruidos y los vecinos, la intendencia de Montevideo y el Ministerio del Interior han jugado roles diversos, pero casi nunca alineados a intentar resolver un asunto de convivencia que implica a dos partes bien diferentes de la población, pero que tienen los mismos derechos. Cuando hubo lío en Villa Biarritz el Ministerio dijo que los ruidos molestos son competencia de la Intendencia. La Intendencia, en tanto, alegó que era un tema de orden público. Al ritmo de Poncio Pilatos, de nuevo se pasaron la pelota, pero no hubo reuniones ni coordinaciones para intentar llegar a un solución que resuelva este problema de convivencia. Dirán que hay tantos problemas en estos días, y sí, los hay, incluyendo este que se arrastra desde hace demasiado tiempo.

Es razonable que los adultos queramos dormir y es igual de razonable que los jóvenes quieran divertirse en horarios diferentes a los nuestros, y en lugares agradables para ellos y ojalá que seguros. En el marco de cada lógica siempre hay excesos que, sin embargo, sólo deberían contabilizarse como la excepción a la regla. Hay jóvenes que además de escuchar música y reírse con sus amigos se dedican a hacer destrozos. Y hay vecinos que además de pedir silencio se convierten en cruzados contra la juventud, hasta el punto de que todos los “menores de…” se convierten en enemigos. Tal vez sea el momento de sentarse en torno al fogón, de bajar la pelota y abrazarla para que no se caiga y dañe, porque la pelota es nuestro presente y nuestro futuro.

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