Eduardo Espina

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Limpiar la Casa (Blanca)

Estaba cantado que los días de Sean Spicer en la Casa Blanca eran contados
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24 de julio de 2017 a las 05:00
Estaba cantado que los días de Sean Spicer en la Casa Blanca eran contados. Si bien se ha dicho que abandonó el cargo por propia voluntaria, en verdad, las circunstancias y la realidad del poder se encargaron de dictar lo que podría considerarse una auto-sentencia, aunque en verdad es más: es un signo del intento de corrección de rumbo que intenta hacer Donald Trump en un momento en que la estantería se viene abajo, por lo que no queda otra que hacer algún cambio epidérmico para dar la impresión de que hay un nuevo comienzo en su gobierno. Para el programa televisivo Saturday Night Live, que había encontrado en la imitación que de Spicer hacia la popular comediante Melissa McCarthy un aliado imprevisto de los ratings, la salida del secretario de prensa de la Casa Blanca es una mala noticia, pues no todos los días surgen personajes públicos capaces de originar momentos geniales de comedia, basados casi todos en situaciones de humor involuntario generado por el implicado, porque una de las características principales de Spicer como vocero del presidente ha sido su capacidad para sorprender a los periodistas con respuestas situadas entre el absurdo y la oligofrenia, bastante en su contra considerando el cargo que ocupaba. Católico devoto, Spicer quedó anímicamente destrozado cuando Trump lo excluyó de la comitiva que visitó al papa Francisco en mayo pasado y fue ese gesto, que puede interpretarse como arbitrario considerando la proximidad que supuestamente había entre el presidente y su vocero, el que comenzó a apresurar la decisión de Spicer de abandonar su cargo al cumplirse los primeros seis meses del actual gobierno. Conocida la renuncia, Trump lo ha despedido con elogios, tanto en el plano personal como profesional, aunque, claro está, las verdaderas razones de la rápida eutanasia seguirán sin conocerse, pues así suele ser la maquinaria del poder en gran escala: nombra a alguien para un puesto de mucha responsabilidad, lo deja luego a su suerte y verdad, y cuando este finalmente parecía haberle encontrado la vuelta a su cargo, lo obliga a abandonar el escenario por la puerta de atrás, sin decirle con claridad dónde estuvieron sus aciertos y sus errores.

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