Eduardo Espina

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Los animales y la bestialidad humana

Son un regalo del cielo, por lo tanto, contra lo sagrado no se atenta
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20 de junio de 2018 a las 04:45
Tengo cinco perros, por lo tanto, algo conozco sobre esos nobles animales. Ningún otro ser sobre la tierra dedica su vida a dar amor a los demás de forma tan desinteresada como los perros. También tuve un gato, que fue mi gran amigo por 11 años. Cuando se murió de cáncer, se me vino el mundo abajo. Aún hoy lo extraño una enormidad cada noche, cuando me ponía a escribir por dos o tres horas, y el gato lo único que hacía era mirarme. Era su forma de decirme, "aquí estoy por las dudas". En este diario he escrito infinidad de artículos sobre el trato bestial, ergo, humano, que se le da y daba a los caballos de los recolectores de basura.

Los animales, no lo digo yo, sino Dios, son un regalo del cielo, por lo tanto, contra lo sagrado no se atenta. Seremos una sociedad más igualitaria y justa cuando nadie sufra discriminación, cuando todas las mujeres sean tratadas con dignidad y respeto, y cuando haya pena de cárcel a quien maltrate a un animal. En todo esto debemos ser inflexibles. Ahora, nuevamente, para demostrar que el mundo sigue siendo un lugar salvaje dominado por la saña humana, vuelve a estar como tema central de conversación, el maltrato a los perros, a los galgos en particular. Los galgos son canes maravillosos, nobles, cariñosos, y víctimas comunes de la esclavitud que le imponen los hombres, haciéndolos competir en carreras dañinas, más representativas de la barbarie medieval que de los tiempos actuales.

El presidente Tabaré Vázquez ha ganado importantes batallas contra del tabaquismo y contra los excesos nocivos de la ingesta de alcohol (aunque en este aspecto falta mucho todavía por hacer, ya lo especifiqué en notas anteriores). Por consiguiente, Vázquez no se puede ir sin antes hacer hasta lo imposible para que todos los animales en este país tengan un trato ético, tanto en la vida como en la forma de morir. Las carreras de galgos no son un deporte, como tampoco lo eran las peleas de gladiadores en la época romana, en las cuales el público aplaudía la muerte del otro, de la estrella fugaz del espectáculo. Los galgos no quieren ser campeones de nada. Solo desean disfrutar de su flacura en paz, la misma paz que todos los seres aspiran a tener y disfrutar en medio de lo breve de cada vida animal.

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