Inscripción de la facción Os Manos en Villa Sonia, donde lidera El Piojo

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Los códigos narco que imperan en Rivera en medio de una batalla que está en carne viva

La policía y los operadores judiciales se desviven por frenar una guerra cíclica que se renueva con cada generación de jóvenes vulnerables
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23 de julio de 2022 a las 05:02

En Villa Sonia (Rivera) este jueves había 15 grados. Una mujer, sentada en una reposera de playa, vestía un short corto y musculosa. De lejos, aparentaba tener menos de 30 años, pero al hacer foco en su cara —que estaba exigida porque la tos no le daba un respiro— se le notaban las arrugas. Muchas. Tantas como podría tener una mujer de más de 60 años. No paraba de toser, tanto, que su cuerpo se despegaba de la reposera y, por eso, con las manos se aferraba fuerte a los posabrazos.

— ¿Ves? Esto es lo que les hace la pastabase, zanjó un policía que miraba la escena. 

En ese barrio —uno de los más complicados por la guerra narco— seguramente la mujer le haya comprado la droga a los soldados de Jesús de Mello (alias El Piojo, riverense). No a él, porque está preso en Brasil hace algunos años, aunque su negocio sigue campante. Si esta imagen hubiera sido en el barrio Lavalleja, probablemente se la hubieran vendido los que trabajan para Luam Barcellos (alias El Gui, brasileño), que fue condenado a más de 130 años de prisión, también del otro lado de la frontera. 

El Observador consultó a policías, jueces y fiscales que trabajan en la frontera para frenar los enfrentamientos entre narcos, que este año ya se cobraron diez vidas —ocho en el primer trimestre del año y dos el fin de semana pasado—. Todos coinciden: lo que pasa en Rivera es cíclico, pasan las bandas, pasan las facciones y surgen otras.

La mayoría proviene de Brasil y prefiere instalarse de este lado de la frontera, porque del otro está penalizado el consumo. Si la policía brasileña detecta a una persona con un solo cigarrillo de marihuana, se gana una anotación y un tiempo de trabajo comunitario. Como nadie quiere eso, prefieren vender de este lado. Identificaron tres grandes facciones: Os Tauras —cuya presencia actual en Uruguay no está comprobada—, Os Manos —el más extendido— y Bala Na Cara —hoy casi extinto en la frontera, pero es la que presuntamente tiene vínculos con el Primer Comando de la Capital brasileño—. Estos grupos son grandes y dentro de cada uno hay subgrupos, que siguen un modelo de “franquicias”. Negocian para actuar bajo ese nombre y se adecuan a ese sistema de negocios.

Quienes estudian este tema también están de acuerdo en que las olas de homicidios son la excepción y no la regla. Cada uno de los grupos tiene su mercado y suelen vender sin mayores cortocircuitos entre ellos, pero cuando surge un problema, la solución se encuentra a los tiros.

Aparte de estos dos homicidios, esta semana ocurrieron varios tiroteos. ¿La razón? Los investigadores presumen que el grupo de El Gui le robó cinco kilos de pasta base a aquellos que responden a El Piojo. Actualmente, la Policía estima que el kilo cotiza a US$ 4 mil o US$ 5 mil. A su vez, venden el gramo a casi $ 1.000.

Pero la historia narco en Rivera tiene larga data. Desde comienzos de los 2000 hasta 2017, fue Andrés Vargas Villanueva —alias Cachorinho, brasileño— quien lideraba el mercado. Todos los narcos de Rivera y Santana do Livramento vendían droga de parte de él. “Y al que no, le iba a ir muy mal”, advierten los estudiosos del tema. Si bien él siempre afirmó que actuaba por su cuenta y no respondía a ninguna facción brasileña —como ocurre en el resto de los casos—, varios lo vinculaban al grupo Bala Na Cara, que supo imperar en la frontera, aunque hoy está casi extinto en esa zona.

Cachorinho mató a dos policías del lado uruguayo y hoy está preso en Brasil. En 2019, una serie de homicidios ordenados por él —y que ejecutó el sicario Marcio Portes— permitió a la Policía detectar la presencia y el desarrollo de otros grupos. De los varios homicidios que mandó ejecutar, uno salió mal. Le pegaron un tiro en la boca a un ciudadano brasileño que no murió, y al hablar con la policía mencionó el nombre de Luam Barcellos —El Gui—. No era un nombre ajeno para los agentes. Se trataba de un hombre condenado en Brasil porque en dos días mató a seis taxistas y por eso estaba cumpliendo una pena de 130 años de prisión. Es parte de Os Manos. 

Al mismo tiempo, venía creciendo con fuerza la tropa de El Piojo —también parte de Os Manos—, que había sido recluido en Brasil por haberlo detenido en flagrancia con droga. En Uruguay había cometido un homicidio en 2016, por el que se hizo el pedido de extradición.

Entre 2017 y 2019 el mercado se lo disputaron El Gui y El Piojo, quienes, desde las cárceles brasileñas daban órdenes a sus soldados afuera. A su vez, redujeron al mínimo el mercado que pertenecía a Cachorinho. En ese contexto, surge Anderson Lacerda Pereira —alias El Gordo—, quienes los investigadores sospecharon —sin éxito para comprobarlo— que se trataba de un aliado de Cachorinho, también vinculado a Bala Na Cara. 

La banda comandada por El Gordo tiene dos particularidades. La primera, es que él no utiliza mano de obra riverense. Todos sus soldados son de origen brasileño, de casi ningún contacto con la frontera. El precio de no conocer el territorio fue que, en un tiroteo con otra banda, dos de los suyos terminaran muertos y uno paralítico. La segunda particularidad es que se maneja con extrema violencia. Si algún comportamiento de algún adepto suyo no le gusta, lo manda matar.

Más allá de los subgrupos, los conflictos y las formas de resolverlos, lo curioso de estos grupos es el sentido de pertenencia. Aquellos que responden a Os Manos, por ejemplo, tienen tatuado un diamante que portan con orgullo. Incluso se ha incautado algún gorro con esa inscripción, como si fuera alguna especie de merchandising. Además, se amenazan dejándose inscripciones en las paredes y firmadas por ellos. “Os manos, os gurises”, acompañado de dibujos de manos haciendo señas que identifican a la facción. A veces, incluso con números: 14, 18 y 12, que es la ubicación en el alfabeto de las letras OSM, por Os Manos.

El Gui y El Piojo

El Gui y El Piojo están presos, pero son ricos. En la cárcel brasileña tienen acceso a celulares y siguen, sin mayores problemas, manejando el negocio. El Piojo tiene la posibilidad de salir en pocos años y volver a Villa Sonia (aunque pesa sobre él un pedido de extradición de Uruguay), donde su familia está reformando su casa, que es de las más grandes de la zona. 

A diferencia de Gui, que fue condenado a 130 años por múltiples homicidios y no volverá a conocer la vida en sociedad, salvo que logre fugarse (ya lo intentó una vez, sin éxito). Para los operadores penitenciarios, es todo un personaje. Desde su celular sube estados de Whatsapp simulando que maneja un auto a altas velocidades, cuando en realidad está recluido. 

Le han interceptado comunicaciones y han llegado a oír que, a los subalternos que él aprecia, les da consejos para que se protejan. Por ejemplo, que lo que ganan en el negocio lo inviertan en una moto o auto para tener algo seguro. 

La tierra fértil, la tierra del miedo

En el centro de Rivera y los barrios residenciales no parece haber rastro de ninguna guerra narco que enloquece a la policía y que llena los titulares de la prensa. Aunque, al mirar con atención, hay algunas pistas. Por ejemplo, que entre cientos de autos propios de alguien de clase media, aparezcan un Audi y un BMW conducidos por hombres muy jóvenes. O también lugares abandonados en calles muy concurridas y llenas de negocios, que además tienen agujeros que parecen viejos impactos de bala en la fachada.

No hay patrulleros. Las cámaras de seguridad les ahorran ese trabajo y por eso no suele suceder nada extraño. Incluso, se redujeron al mínimo las rapiñas y los hurtos. En 2021, hubo 122 denuncias de rapiña en el departamento.

Pese a eso, apenas el transeúnte se pierde en una distracción pasajera, surge otro signo que demuestra dónde está. Por ejemplo, a dos cuadras de la única sede de la Fiscalía General de la Nación hay una inscripción de Bala Na Cara. Es un mensaje en el que amenazan a otra banda. A tan solo pocos metros, están los únicos tres equipos fiscales —comandados por Alejandra Domínguez, Luis Álvez y Serrana Corsino respectivamente— que luchan contra el crimen organizado en el departamento. Álvez tiene dos meses en el cargo, Corsino nueve y la más experiente en el tema, Domínguez, hace tres años que está en esa fiscalía, aunque con un breve impasse, en el que estuvo en Colonia. Tienen un promedio de dos fiscales ayudantes cada uno y aún así sus escritorios rebalsan de carpetas.

A pocas cuadras de allí está la Jefatura de Policía, que tiene a alrededor de cinco agentes dedicados a este tema full time. Si se necesita hacer algún allanamiento —los allanamientos sorpresivos son los que les han dado mejor resultado— se piden refuerzos. Entre estos agentes y los equipos fiscales han logrado un alto índice de esclarecimiento de los homicidios, que llega casi al 100%.

Para ellos, es fácil darse cuenta. La forma de hablar, de caminar, cómo visten y lo que reivindican manda al frente a cualquier hombre que quede detenido. Con esos elementos, los policías —que ya tienen el ojo entrenado— logran determinar a qué subgrupo pertenencen. Para los fiscales y los jueces, es aún más fácil. Caen detenidos hombres, que son casi niños, que le dijeron a la policía que no tenían abogado, pero enseguida reciben alguna llamada de la misma pareja de abogados privados que pide asumir su representación. La sospecha de todos es la misma: los mandan “de arriba”.

De hecho, una fuente política señaló a El Observador que presumen que El Piojo y El Gui les pagan una mensualidad para defender al que sea que quede capturado. El Gordo, por otra parte, no paga abogado. El soldado que sea detenido, deberá arreglárselas por su cuenta. “Los detienen en cuartitos hechos pedazos y de la nada tienen abogados que cuestan 70 mil pesos. Es raro”, sostuvo otra fuente.

Barrio La Colina (Rivera). Aquí murió el hombre baleado el domingo

En los casos, los modus operandi se repiten. Las bandas tratan de tener poca mercadería en las bocas, puesto que la ley de urgente consideración (LUC) agravó la pena para las incautaciones en domicilios y tratan de trabajar de noche, que es cuando saben que la Policía no puede allanarlos, porque la Constitución lo prohibe. Durante el día, reducen la mercadería al mínimo y comenzaron a implementar con más asiduidad la entrega a domicilio. A pie o en moto, llevan de a pequeñas cantidades a cada consumidor.

Una vez que se los detiene —gracias a allanamientos o escuchas telefónicas—, se niegan con vehemencia a hablar. La mayoría de la información que obtiene la Justicia es a través de sus teléfonos, dado que se comunican por Whatsapp. Allí han visto cientos de mensajes en los que hablan de Rivera como una “tierra fértil” para el narcotráfico.

La siembra y la cosecha es siempre en el mismo lugar: los barrios periféricos en donde viven y se aprovechan de la gente vulnerable. Los barrios más comprometidos actualmente son Villa Sonia y Cerro del Estado. Pero la situación no es tanto mejor en La Colina, Lagunón, Cerro de la Macaca o Lavalleja. El crimen se va moviendo de lugar según las épocas y cada uno de estos grupos domina en un barrio diferente. En Villa Sonia lidera El Piojo —nació allí y su familia aún vive en el lugar—, en Lavalleja lo hace El Gui, en La Colina lideró El Gordo, pero ahora perdió a manos de El Gui, etc.

Los esquemas se repiten, los jóvenes vulnerables ingresan al esquema del que luego es imposible salir y se vuelve el mayor temor de la gente honesta que cría a sus hijos en esos lugares. El domingo mataron a un joven en La Colina a raíz de la guerra entre El Piojo y el Gui. En ese mismo barrio, este jueves, niños en una fila que encabezaban sus padres esperaban para entrar a una boca de droga a la entrada del barrio donde se comercia principalmente pasta base. No estaba claro si estaban allí para acompañar o para consumir. 

El Ombú del barrio Villa Sonia, es uno de los principales puntos de encuentro de los adictos por las noches

Un rato antes, Villa Sonia el sol golpeaba el asfalto de la calle principal, pero el barrio parecía casi desierto. La mayoría de la gente sale de noche. Las excepciones eran dos o tres personas que caminaban rumbeantes, visiblemente afectadas por la droga. Cada tanto, algún niño jugando con zapatos abiertos.

Cuando un policía, un fiscal o un juez los consulta, solo saben hacer silencio. “Tienen mucho miedo a las represalias. ‘Agarrá el celular y destrabalo, destrabalo, ayudame, y vemos si te puedo dar algo mejor’, les digo yo. ‘No, prefiero morirme y que me den 20 años’, responden ellos. Hay mucho miedo. Ese mundo funciona con miedo. Ellos están todos muertos de miedo porque la muerte les puede tocar mañana la puerta y, contra todo pronóstico, no quieren morirse. Una vida de porquería están teniendo todos. Esto va a durar poquísimo porque no le sirve a nadie. Bah, a nadie no. Le sirve a unos pocos”, contó una autoridad a El Observador.

El esquema narco y la batalla contra él

La población de Rivera y Santana Do Livramento consta de 200 mil personas y la Policía estima que el negocio narco nuclea a unos mil. Si bien el consumo local es fuerte, también funciona como puerta de entrada a otros departamentos. De hecho, días atrás interceptaron un cargamento de El Gordo que iba camino a Salto. Pese a eso, la coordinación con Montevideo es escasa. El puente más fuerte es entre la Policía uruguaya y la brasileña, debido a que si un delincuente pasa al lado brasileño el agente uruguayo solo puede actuar como lo haría un civil y tiene el deber de llamar a las autoridades del país vecino.

Aunque está prohibido, ha ocurrido en algunas oportunidades, sobre todo en sentido opuesto (policías brasileños que continúan la persecución en territorio uruguayo). De hecho, hubo un caso resonado hace algunos años en el que los brasileños terminaron arrestando a un criminal en pleno centro de Rivera. Salvo excepciones, los narcos no se resisten a la policía. Los investigadores interpretan que tienen órdenes de sus superiores de no agredir a las autoridades.

Hoy la edad promedio de los narcos está entre 18 y 20 años y en las organizaciones cada uno solía tener un rol estipulado. Actualmente, los investigadores creen que a raíz de las sucesivas guerras entre ellos que se han desatado, se desdibujó el esquema que antes estaba claro. En la banda de El Gui, por ejemplo, había personas encargadas únicamente del traslado de la droga y esos soldados no tocaban armas. Había otro grupo, que se encargaba de la parte contable y tenía terminantemente prohibido acceder a la droga o a las armas. De hecho, todos los integrantes de la banda consumían, excepto aquel responsable de salvaguardar el dinero.

Los problemas comienzan cuando esos roles se desdibujan y alguno roba mercadería, o plata, o habla con algún policía. O cuando el resto de los integrantes sospecha que algo de todo eso sucedió. Allí, lo matan.

Esta semana fue de guerra constante, pero como los investigadores entienden que es cíclico, presumen que terminará pronto. “Ellos van a llegar a un acuerdo, estamos seguros. Porque en la guerra en la que están no pueden vender ni un gramo de pasta base. Algo venden, pero pasan de estar vendiendo tranquilos a que los tiroteen, o que les golpee la puerta la policía porque hubo un tiroteo ayer”, confió a El Observador un investigador. 

 

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