Juan Samuelle

Los hermanos Borges y una aventura bodeguera con buen final

En 1998, con la ayuda de una empresa con la cual hoy compiten de modo sano por seducir a los consumidores, asumieron el desafiante riesgo de vinificar su uva

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17 de agosto de 2020 a las 05:00

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En 1998 cuatro hermanos –Gerardo, Washington, Leonel y Edison Borges– tenían entre 19 y 28 años. Eran viticultores y la uva la comercializaban a la empresa Roses. Decididos a mejorar para poder permanecer en el rubro que les apasiona, se animaron a dar un enorme paso: ser bodegueros. Y hoy recuerdan que fue clave la actitud que tuvo la familia Roses –Walter, Jaime y Pablo–, motivándolos a tomar la decisión y guiándolos en los primeros pasos que debían dar.

Walter Roses fue, incluso, el enólogo responsable de los vinos de la primera cosecha. Fue tal el empuje de la familia Roses que para terminar de convencerlos les dijeron que no les iban a comprar más uva. Además, como los cuatro hermanos solo tenían viñedos, debieron alquilar una bodega y para elegir la más adecuada también los Roses los ayudaron.

Cuando El Observador los visitó, los ahora directores de la firma Borges Hermanos SRL, productora y comercializadora de Vinos Borges, dijeron que hoy sucede que sus vinos coexisten en el mercado con los vinos Roses, en sana competencia por seducir al consumidor, lo que enaltece aún más la actitud que en su momento tuvo aquella familia que los ayudó a independizarse.

Dos décadas después

Esta firma vitivinícola produce en dos ámbitos, con viñedos en la zona de Canelón Chico (km 26 de la ruta 66) y en la de Paso del Medio, próximo a Sauce (km7 de la ruta 107), donde está la bodega.

Lo que comenzó hace 22 años con tres hectáreas y 35 mil litros de vino como fruto de la primera zafra evolucionó y hoy se produce en 10 hectáreas, con una bodega que capta toda esa uva más uva que se adquiere a otros viticultores, para una industrialización de cerca de 300 mil litros anuales, para lo cual se utiliza el 100% de la capacidad de la bodega y, a veces, se alquila capacidad en otras.

En los viñedos propios hay cepas Moscatel de Hamburgo, Tannat y Uniblanc. Al mercado trasladan –con el respaldo técnico del enólogo propio, Rodolfo Bartora–, tintos de la variedad Tannat Merlot y rosados de la Moscatel de Hamburgo, en diferentes tipos de envase, y se elabora un Tannat VCP (vino de calidad superior).

La venta de los vinos, de modo directo o a través de distribuidores, es exclusivamente en el mercado interno. Hubo una experiencia de exportación, a Rusia, en una alternativa que no se descarta considerar, lo que depende de las condiciones comerciales que se puedan instaurar.

Cuando los hermanos Borges tomaron la riesgosa decisión de aventurarse en ser bodegueros el momento no era sencillo. Había dificultades para comercializar la uva y se estaba en el marco de la última gran reconversión vitícola. Hoy las dificultades en el sector persisten, tanto que el número de productores y bodegueros ha caído constantemente. Cuando arrancaron había unas 500 bodegas elaboradoras y hoy las exclusivamente elaboradoras son unas 100, por mencionar un ejemplo del impacto, caída que se constató también en las ventas, que entonces estaban en 9 millones de litros mensuales y hoy hay registros que a veces rondan la mitad de eso.

Juan Samuelle

Flexibilizar la tolerancia cero

Sobre el mercado, desde el punto de vista del consumo el momento es bueno, como siempre cuando hay una crisis y se ambientan mejores condiciones para el vino, dada su buena relación precio-calidad con relación a otras bebidas.

Eso viene luego de varios años en los que hubo un fuerte impacto adverso, generado por la aún vigente tolerancia cero de alcohol en sangre para los conductores de vehículos. Al respecto, entienden impostergable una flexibilización –a 0,3% tal vez–, lo que permitiría defender una cultura de consumo responsable: la tradicional copa de vino con el almuerzo o la cena, que no incide de modo negativo en las capacidades conductivas y permitiría una recuperación en el consumo con los consecuentes beneficios para viticultores, bodegueros y comerciantes.

Por otro lado, aludieron a las dificultades derivadas de la estructura de costos. Ellos venden en el mercado interno y, por lo tanto, reciben pesos, cuando varios insumos (fertilizantes, tapones y envases, por ejemplo) los abonan en dólares o euros. Al mismo tiempo, la materia prima, la uva, sale de la quinta y llega a la bodega sin IVA, pero luego todo el vino que se vende involucra el pago de IVA. Y por el gasoil utilizado en las herramientas en la quinta o en los camiones en la distribución se paga IVA sin que se pueda descontar nada.

A ello se le añade lo que todo productor en el medio rural sabe: se depende mucho del clima para lograr una producción buena en cantidad y calidad, algo que por suerte este año se pudo –los vinos de 2020 son excelentes, se levantó mucha uva y con una graduación ideal–. Por lo tanto, se vive en una incertidumbre constante, lo que apuntaló la baja de productores y bodegueros en todos estos años.

En ese marco, entienden que sería clave volver a contar con condiciones para una nueva reconversión a nivel genético en los viñedos, algo que beneficiaría a toda la cadena vitivinícola pero que muchos productores no pueden desarrollar por exclusiva cuenta propia: una planta cuesta US$ 1,50 y esa planta recién comenzará a dar frutos dentro de tres años. Y tomar créditos es un riesgo que ni se puede considerar, afirmaron.

Juan Samuelle

La defensa de lo nacional

Volviendo a considerar temas ya de mercado, los hermanos Borges –en la charla que sostuvieron con El Observador a pocos metros de uno de sus vieñdos–, admiten que tan razonable es que se importen vinos como que Uruguay los exporte, como pasa con otros rubros, pero sí entienden que debería avanzarse en ambientar condiciones de mejor defensa de la producción nacional, para que los vinos locales sean más competitivos, tal vez por el lado de algún ajuste en los costos, para lo cual se está a la expectativa de acciones que se puedan adoptar por parte de las autoridades.

Mencionaron que a Uruguay llegan vinos de Argentina o Chile de buena calidad y a precios bajos, porque los costos productivos de esas bodegas son menores, disponen de mayores capacidades productivas, tal vez no importen ciertos insumos o a nivel de campo deban hacer menos aplicaciones por ventajas climáticas.

El tornado de 2002 

A propósito de adversidades inesperadas, de esas con las que los productores del medio rural deben lidiar cada tanto, el 10 de marzo de 2002 –en medio de la vendimia– hubo una fuerte turbonada en la zona canaria donde producen los hermanos Borges. Justo habían hecho una pausa para almorzar y no hubo accidentes que afecten a personas, pero la bodega quedó destruida y también los viñedos. Como es tradicional, tras un breve rato para lamentarse, enseguida se hizo lo que el productor hace: volver a trabajar.

 

La ilusión por crecer y que los hijos sigan entre uvas y vinos

Estos cuatro hermanos, no con poco riesgo, tomaron una decisión clave hace un par de décadas y han desarrollado una empresa sólida, con la expectativa renovada de seguir evolucionando, siempre y cuando las condiciones lo permitan, de modo que no haya que hipotecar lo logrado.

Incluso si el escenario fuera mejor, tomarían la decisión de agrandar la capacidad industrial, algo que visualizan como una necesidad.

Hoy, dicen, es complicado cuando se pone en el foco en ver si sus hijos, cuando les llegue el momento y si quieren, puedan desarrollarse trabajando en el mismo rubro.

Para eso se necesita que el momento sea otro, diferente al actual, donde hay que hacer muchos esfuerzos para mantenerse produciendo uva, vinificando y vendiendo el vino.

Juan Samuelle
Washington, Leonel, Gerardo y Edison Borges con los vinos que colocan en el mercado.

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