Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú

Los periodistas y los mentirosos

Las denostadas fuentes anónimas están detrás de algunos de los mayores logros del periodismo
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13 de septiembre de 2012 a las 00:00

La mayor parte de las veces, las informaciones que los periodistas publican tienen el sujeto omitido. Hay ocasiones en que los periodistas ven o escuchan personalmente lo que ocurre –por ejemplo un partido de fútbol- y no necesitan que nadie se los cuente, van y lo hacen ellos por sí.

Pero, en general, los asuntos importantes de la vida nacional se discuten por parte de los gobernantes entre cuatro paredes, y también en general se hace en medio de una extendida cultura del secretismo, que lleva a que muchas veces los funcionarios se nieguen a proporcionar información que es abierta, que debería ser entregada no solo a los periodistas sino a cualquier ciudadano que la requiera.

Cuando los asuntos delicados se tratan en reuniones reservadas, los periodistas recurren a sus fuentes, las tan denostadas “fuentes anónimas”. Es cierto que a la luz de esa cultura del secretismo, que sanciona a quien da información, el temor entre quienes informan es tan grande que se suele pedir reserva por asuntos menores, y el recurso de la fuente anónima se ha extendido más allá de lo deseable.

Pero los escándalos más graves y las historias más legendarias del periodismo en el mundo están apoyadas en fuentes anónimas. Las fuentes son anónimas obviamente para el público, no para el periodista. No estamos hablando de un comunicado anónimo que llega a una redacción y el periodista se hace eco de él sin confirmar lo que dice. De lo que se trata es de que el periodista recurre a alguien que estuvo en esa reunión importante y en base a la confianza se establece un contacto: me contás lo que pasó y yo jamás de los jamases diré quien me lo dijo. Incluso si un juez me intimara, me reservaría mi derecho a guardar la fuente.

Pero todo ese sistema se basa en la confianza. Si la confianza se pierde todos los acuerdos previos se caen.

Suele ocurrir que en una reunión de cuatro, uno de los participantes informa anónimamente y lo lógico sería confirmar con otro esa información. Esto debería ser regla, pero no lo es en el país del secretismo. En la mayor parte de los medios en los que trabajé, por no decir en todos, algunas informaciones se dan con una sola fuente, pero sobre la base de que esa fuente es incontrastable por la confianza que el periodista y el medio tienen en él.

Luego puede ocurrir, y ocurre, que otros de los participantes en la reunión sale a desmentir con nombre y apellido. Entonces tenemos de un lado una información dada por una fuente anónima y del otro lado un mentiroso que da la cara para desmentir lo que sabemos que es verdad. Y la gente deberá definir a quién le cree. La acción del mentiroso no puede llevarnos nunca a “quemar” a quienes nos aportaron información en la que, en el acierto o en el error, nosotros confiamos.

Pero todo esto es una historia y otra muy distinta es que alguien que se presta para informar anónimamente a un periodista, al día siguiente, dando la cara, sale a decir que eso que él mismo informó, es mentira. Eso es una celada no solo a la verdad, sino al trabajador que puede ver afectada su fuente de trabajo y al medio de comunicación. El periodista lo único que tiene para andar por la vida como tal es su credibilidad, y esa fuente la puso en juego sin necesidad.

Nadie lo obligó a dar la información y mucho menos lo obligó a desmentirla al día siguiente. Eso fue lo que hizo en estos días el dirigente sindical Juan Castillo.

Las personas que franqueando el muro del silencio suelen comunicarse o atender a los periodistas del diario para pasar información, saben de la firmeza de las convicciones que priman en esta casa cuando se trata de proteger la identidad del informante.

A partir de ahora, por si quedaban dudas, todos también saben que este diario no va a pagar el precio de amparar a los mentirosos, aunque abunden en el ámbito de las cuestiones públicas, y mucho menos a quienes usan la mentira para afectar la credibilidad de un trabajador y del medio.

El mensaje a los navegantes es claro: por esa vía van a encallar. Y el diario habrá aprendido la lección de que de algunas fuentes no tenemos que volver a beber, salvo que den la cara y se hagan responsables por lo que dicen, algo que obviamente no abunda en esta penillanura donde los periodistas tratamos de trabajar con la mayor dignidad posible en medio de la cultura del secretismo oriental.

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