Pancho Perrier

Los vientos globales siempre llegan

El gobierno procura evitar el colapso del sistema de salud sin desmoronar la economía

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19 de diciembre de 2020 a las 05:01

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Por un buen tiempo los uruguayos se sintieron a salvo de los vendavales que golpean al mundo. No eran tan cierto. Las grandes olas llegan tarde, y muchas veces aplacadas, pero llegan.

La última semana ha sido la peor en el mundo desde que se inició la pandemia de coronavirus, un año atrás. Pero mientras que para la mayor parte del planeta es una “segunda ola”, para Uruguay es solo la primera, que arriba con gran retraso.

En las últimas semanas, los expertos uruguayos oscilaron entre proponer al gobierno el lockdown y confinamiento más completos, y medidas intermedias más tenues.

Las medidas de restricción a la movilidad y aglomeración anunciadas el miércoles por el presidente Luis Lacalle Pou parecieron comedidas, al menos si se las compara con lo que ocurre en la mayor parte de Europa y América Latina, con su profusión de encierros compulsivos y toques de queda.

Esa misma noche, después de escuchar al presidente, algunos militantes de izquierda clamaron en el mundillo de las redes de Internet, en particular por el proyecto de ley para limitar transitoriamente el derecho de reunión en nombre de la salud pública. Casi de inmediato la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, aplacó las iras al dar su “total apoyo a las medidas anunciadas” (un rato después, tras palpar la indignación de ciertos sectores ultras, recomendó cautela con la reglamentación del derecho de reunión).

Desde que asumió como intendenta, Cosse adoptó una línea de colaboración y convivencia pacífica con el gobierno nacional, manteniendo las distancias y los fueros, una actitud muy similar a la del intendente de Canelones, Yamandú Orsi, otro presidenciable del Frente Amplio para 2024. Parece una tentativa de seducción al centro político, ese puñado de votos independientes que resuelve las elecciones.

En los días previos el Frente Amplio había propuesto más aislamiento y menos movilidad, apoyados por una renta básica para los sectores más pobres y, en general, más gasto público en programas de apuntalamiento a personas y empresas. “Es la hora del Estado para poner límites a la situación de la pandemia”, había dicho el lunes Javier Miranda, presidente del Frente Amplio, anticipándose a las medidas oficiales, a la vez que cuestionaba la falta de diálogo.

El jueves, después de que el presidente anunciara las nuevas medidas, circuló en las redes una convocatoria de unos “colectivos contra la represión” a reunirse en la sede del sindicato de taxistas (Suatt) para discutir cómo se organizaban "frente al avance represivo”. Pareció parte del imaginario insurreccional que ciertos sectores cultivan, inspirados en Chile. Pero también en Europa y América del Norte grupos ultras de izquierda y derecha niegan la potestad de los Estados para restringir la movilidad y las reuniones; y sospechan de grandes conspiraciones globales para incrementar el control social.

Así como algunos sectores ultras desbordan al Frente Amplio por izquierda, la coalición que sostiene al gobierno se partió el martes en la Cámara de Diputados. Cabildo Abierto, sector en el que predomina cierto nacionalismo estatista de derecha, se alió con la bancada de izquierda para aprobar un proyecto que limita la forestación en el país, el sector industrial de mayor crecimiento en los últimos 30 años. Cabildo Abierto, que es liderado por militares y una muy heterogénea representación parlamentaria, remarcó así la importancia decisiva del 11% de los sufragios que obtuvo en las elecciones parlamentarias de octubre de 2019. Fue su forma de decir: nosotros tenemos la llave.

Los fines de año suelen ser exaltados y muy ricos en pirotecnia política, antes de que todo el mundo se vaya de vacaciones y se posterguen las revueltas. Mientras tanto, la población en general da señales de hartazgo: una fatiga del coronavirus que se combina con la necesidad de la mayoría de seguir ganándose la vida.

Uruguay todavía se halla en un estadio sanitario comparativamente muy bueno: 31 muertos por millón de habitantes, contra 900 o 1.000 de los vecinos, la mayoría de los países europeos y Estados Unidos. Pero, desde octubre, Uruguay también se aleja lentamente de los países de referencia menos afectados, con estadísticas confiables, como Nueva Zelanda (5 muertes por millón de habitantes), Corea del Sur (13) o Japón (22).

Si no se reduce en forma drástica la exposición al virus, en dos semanas puede haber 1.200 contagios por día y 120 pacientes en cuidados intensivos, advirtió el grupo de expertos (GACH) que asesora al gobierno. La amenaza es mayor en el área metropolitana de Montevideo, que reúne la mitad de la población del país, y en la frontera con Brasil.

La pandemia parece fuera de control en muchas regiones del mundo. Los gobiernos de Argentina y Brasil, en los hechos, ya perdieron toda esperanza, conviven con el virus y abren las fronteras al ingreso de extranjeros.

“En los últimos 12 meses el nuevo coronavirus ha paralizado las economías, devastado comunidades y confinado a casi 4.000 millones de personas en sus casas”, reseña un balance de la agencia AFP. “Ha sido un año que cambió el mundo como ningún otro en al menos una generación, posiblemente desde la segunda guerra mundial”.

La recuperación económica es azarosa: por la caída de los ingresos familiares, sobre todo en el sector privado; por el quiebre masivo de pequeñas empresas y la restructura de muchas otras; por un desempleo superior al 11% y una pobreza que afecta a entre el 10% y el 20% de la población de Uruguay, según cómo se mida; por el déficit en las cuentas del Estado y la creciente deuda pública, que pueden provocar la pérdida del grado inversor y un crédito más caro.

Las vacunaciones masivas contra el covid-19 ya se iniciaron en amplias regiones del hemisferio norte. Pero el virus no desaparecerá ni siquiera con una vacuna, que podría comenzar a aplicarse en Uruguay el próximo otoño, por lo que habrá que aprender a convivir con él.

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