Por Martín Viggiano, desde Chile
La recorrida por Chile en la Ruta del vino, organizada por ProChile, me llevó este martes al valle del Maipo, a 45 kilómetros de Santiago. Allí, casi sobre la ladera de los cerros, y con la cordillera de los Andes como guardiana, se encuentra la viña Pérez Cruz, que como muchas en este país vitícola tiene unos 20 años produciendo vino fino. La historia de este emprendimiento surge cuando muere el padre de familia, don Pablo Pérez. Fue entonces que su esposa, Mariana Cruz, junto a sus 11 hijos deciden homenajear a su padre y, con la fortuna que heredaron, levantaron la bodega.
El establecimiento, que le representa apenas 5% del total de las ganancias a los Pérez Cruz en sus negocios de la actualidad (principalmente tienen negocios energéticos), vinifica solo tintos, y desde hace muy poco tiempo etiqueta bajo la denominación de origen “Maipo-Andes”, nombre que le aporta tanto el valle como la cordillera.
El perfil de la bodega se da en la complementariedad. No todas las bodegas en Chile cuentan con uvas propias para abastecer su producción, o bien otras producen más y venden uva. Para el caso de Pérez Cruz, ellos producen y vinifican su propia uva. En ese lugar confluye todo el proceso.
El concepto de sus vinos, exclusivamente tintos, se basa en la expresión del terroir. El suelo muy pobre, repleto de piedra de origen volcánico, genera lo que se conoce en la industria como un “estrés controlado” la planta. Ese efecto provoca que la vid concentre el potencial en los racimos que los productores dejan crecer, para que luego los vinos muestren una expresión óptima.
Produce varietales de Cabernet Sauvignon, principalmente, pero también Carmenere y Petit Verdot, una cepa que en muy pocos lugares de Chile se vinifica de esa forma. También hacen vino con uva Malbec, aunque ellos prefieren llamarle “Cot”, como su nombre original, para diferenciarse de los argentinos que tanto éxito tienen con esa cepa tinta de origen francés.
Los vinos de Pérez Cruz, ya sean de la línea básica como la Premium, tienen un denominador común: la acidez. En boca, estos tintos se expresan al máximo en aromas primarios de la fruta, con poca madera y buen equilibrio. El enólogo asistente, Víctor Arce, los definen como “verticales”, ya que su pasaje en boca es directo al final de paladar, y tienen una muy buena persistencia con acidez y amargor, con taninos suaves y maduros. Son vinos frescos, fáciles de tomar, pero con una complejidad propia de este lugar tan especial.
Sus vinos íconos son “Quelen” y “Liguai”, dos blend que logran una concentración impactante y tienen un potencial de guarda excelente.
Las instalaciones son muy modernas. La planta principal fue construida totalmente en madera de pino por un arquitecto chileno que buscó simular dos grandes barricas techadas. Es realmente un espectáculo.
No venden en supermercados, solo lo hacen en tiendas y restoranes. No tienen política de marketing ni hacen publicidad. Es que apenas producen dos millones de kilos, cuando la media en Chile es de 18 millones. Aún así, venden todo, y están presentes en 27 países del mundo. Es como una estrategia no buscada, pero efectiva.
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