Mundo > Tres por un cargo

Luis Almagro parte como favorito en la elección de la OEA

El uruguayo parecería tener abrochada su reelección como secretario general, pero algún voto cambiado de último momento, o hasta el propio coronavirus, podrían darle una sorpresa
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15 de marzo de 2020 a las 05:00

Si no se suspende por el Coronavirus, este 20 de marzo se celebrará en Washington la elección del secretario general de la OEA. Allí Luis Almagro se disputará la reválida de su mandato al frente del organismo contra otros dos aspirantes que en los últimos meses le han salido inesperadamente al ruedo: la excanciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa, carta del chavismo regional; y el actual embajador de Perú en Washington, Hugo de Zela, presentado por el gobierno de Martín Vizcarra con agenda un tanto oscura –como todo lo de Vizcarra— pero con la clara intención de dotar a Lima de una influencia regional de la que ha carecido.

Lo de una posible suspensión de la Asamblea General en que los 34 países miembros deberán votar al titular del organismo no sería nada descabellado, habida cuenta de las numerosas reuniones de gobierno que en los últimos días se han cancelado en Washington por el COVID-19 y, más aun, después del anuncio que acaba de hacer el propio Almagro de que se someterá a un análisis por haber estado expuesto al virus.

Todo ello le añade a la elección de la OEA una dosis de dramatismo extra; aunque también, la gran ansiedad global que se vive por el coronavirus puede que termine por opacar al que de otro modo sería el evento más significativo para la región en varios años.

Tanto Espinosa como De Zela critican la conducción de Almagro que, sostienen, ha “polarizado” a la región. En el centro de la discordia: la crisis de Venezuela. Ambos diplomáticos reprueban la actitud frontal y de condena permanente del uruguayo hacia la dictadura de Nicolás Maduro. Y ambos proponen también la misma receta: un diálogo --¡vaya originalidad!-- que, prometen, esta vez sí va a funcionar para lograr una transición a la democracia.

De Zela, cuya campaña, según se comenta en círculos diplomáticos Washington, ha tenido serios contactos con la Cancillería de Canadá, buscaría ese diálogo con el apoyo de la Unión Europea y del gobierno de Justin Trudeau. Mientras que Espinosa intentaría hacer lo propio con lo que queda de los países del ALBA más Argentina y México. El problema de todo esto es el mismo de siempre: el propio diálogo. Durante largos seis años ha probado ser inútil para que Maduro dé un paso al costado e iniciar la democratización del país.

Lo único que el diálogo ha logrado en todo este tiempo ha sido fortalecer a Maduro en los momentos que más débil se ha encontrado y perpetuar al régimen que mantiene cientos de presos políticos, está parado sobre miles de cadáveres y ha expulsado a millones de venezolanos que hoy desbordan la región.

Esas cosas no se toleran más en el continente; y la función de la OEA ha cambiado a partir de la Carta Democrática Interamericana, promulgada en 2001 después de la dictadura de Alberto Fujimori en Perú. Desde entonces el organismo empezó a tener un rol más activo en la democratización de varios países y, sobre todo, en la prevención de derivas autoritarias. El hasta entonces sagrado principio de no intervención comenzó a verse como lo que es, la no injerencia en los asuntos internos de un gobierno democrático, y no como una complicidad con autocracias o dictaduras que reclamen el principio para someter a la ciudadanía.

En ese sentido, Almagro ha sido fiel a los ejes rectores de la Carta. Se podrá criticar de él su estilo, un tanto rudimentario y poco pulido en las formas. Se le podrá criticar la sinuosidad de su andadura política, yendo varias veces de banda a banda del espectro ideológico; o el hecho de que haya sido aupado por la izquierda de la región y luego haya desensillado en Washington por la derecha. Pero su postura frente a Venezuela –que es el tema toral en esta elección— resulta inobjetable. Se trata de una dictadura brutal; no se puede convivir graciosamente con ella en la región.

Almagro también ha sido criticado por su posición zigzagueante en torno a Bolivia, primero dando luz verde a una inverosímil tercera reelección de Evo Morales y luego avalando, sin más remedio, el informe de la OEA que determinó que había hecho fraude en las elecciones. Y aunque en menor grado, también con Nicaragua, donde cuando aún no reunía los votos suficientes para ser reelecto, se mostraba conciliador con Daniel Ortega, y luego endureció su postura frente al tirano sandinista.  

Pero si a ello nos remitimos para analizar las alternativas, con Espinosa por un lado, que es a todas luces la candidata de Caracas, y De Zela por el otro, que si es verdad que viene apuntalado, aunque más no sea por lo bajo,  por Ottawa, aliada de La Habana, el único que hoy por hoy garantiza una presión sostenida sobre los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela es Almagro.

El excanciller de José Mujica no será un paladín de la democracia, como sostienen sus defensores; pero tampoco es un “traidor”, como lo acusan sus detractores. Un poco veleta sí, panqueque, puede ser; pero es por lejos el mejor para la región en esa papeleta.

En cualquier caso, no va a ser una elección fácil. Almagro parte como favorito, pero estas serán las primeras elecciones realmente disputadas en la OEA desde 2005 y solo las segundas desde la fundación del organismo en 1948.

Históricamente siempre había ganado el candidato de Washington. Ya era hasta aburrido. Durante años, unos pocos esbozos de candidaturas sin el apoyo de Estados Unidos habían colapsado ante el enorme peso de Washington sobre los países centroamericanos y, más aun, sobre las pequeñas islas del Caribe, que en total suman 14 votos en una elección donde el ganador necesita 18.         

Eso cambió en 2005, cuando Chávez abrió su entonces profunda petrobilletera (con el barril a 100 dólares) y se granjeó casi todos esos votos del Caribe para derrotar, con el chileno José Miguel Insulza, a los dos candidatos de Washington en sucesivas votaciones: primero al expresidente salvadoreño Francisco Flores y luego al entonces canciller mexicano, Luis Ernesto Derbez.

El resto es historia conocida: en 2015 Almagro arrasó con el incondicional apoyo de Mujica, obteniendo 33 votos de 34. Aunque ya entonces debió alertar a la izquierda de la región y al propio Mujica el hecho de que Washington también votase por el sanducero.

Hoy parecería tener en el bolso los 18 que necesita para su reelección, contando el voto del nuevo gobierno uruguayo, el de la representación de Juan Guaidó en la silla de Venezuela y el del gobierno provisional de Bolivia. Pero ni uno más. Los restantes 17 se los llevaría mayormente Espinosa con un fuerte respaldo de 12 países del Caribe, los que durante años se han beneficiado del petróleo venezolano a precio de subsidio de la iniciativa lanzada aquel 2005 por Chávez, Petrocaribe. Aunque también se habla de intensas negociaciones de Washington a estas horas para arrebatarle a Maduro algunos de esos votos en el Caribe.

Si lo logran, Almagro ganaría el 20 de marzo de rienda envuelta.

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