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Más fuerte que el destino: a prueba de lágrimas

Hollywood tiene un buen historial de tragedias reales llevadas a la pantalla, con este film vuelve a mirar el atentado de Boston y sus consecuencias
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14 de marzo de 2018 a las 05:00

Hollywood está a la espera, sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. La industria quiere su dinero, pero también sus lágrimas. Una historia trágica que venda entradas y, de paso, sea lo suficientemente "buena" como para meterse en la carrera por algún premio importante. Para el cine hollywoodense, conseguir que sus glándulas lagrimales se activen y expulsen agua salada en pequeñas gotitas tibias no es un problema: lo llevan haciendo desde hace mucho tiempo. Saben cómo administrar la tragedia y las historias de superación. Cómo recordar hechos dolorosos de su historia reciente y cómo explotar las enfermedades graves en historias conmovedoras. En la industria saben muy bien que, de vez en cuando, todos precisamos llorar un poco en la sala.

Si bien la industria del cine estadounidense suele pecar de excesiva, no son pocas las películas de este estilo que valieron el precio de la entrada y de los pañuelos desechables. Los casos de mayor éxito son los que recurren a historias verídicas, episodios frescos en la memoria del espectador y que generalmente van acompañados de un pensamiento que aparece mientras se intenta contener el nudo en la garganta: "Pucha, esto pasó de verdad. Pobre gente".

Si se habla de tragedias en el cine, 1997 marcó lo que sería el paradigma de las historias que terminan mal. Ese año, James Cameron presentó la historia de Jack y Rose a bordo del Titanic y ya nada sería igual. Nadie sabe qué podría haber pasado si Kate Winslet le hubiese dejado un lugar en la tabla a Leonardo DiCaprio, pero de lo que sí no hay dudas es que Titanic hizo llorar a un pueblo.

La película, además, es un caso aparte, ya que conjuga la historia de una catástrofe real con una historia de amor ficticia. El punto, allí, vale doble. Con esa producción, la industria se dio cuenta de algo fundamental: al público le interesaba revisar las catástrofes y las tragedias en el cine. Los números astronómicos de la taquilla lo dejaron bien claro.

Desde aquel momento hasta este 2018, este tipo de títulos se fueron amontonando. Y hubo de todo, desde grandes películas hasta clichés melodramáticos para ver un domingo de tarde.

La explosión fue, sin embargo, tras el 11 de setiembre, una fecha que también pasó a la historia en el cine. Con la caída de las Torres Gemelas, la industria de aquellos años se vio invadida por películas sobre el tema. Algunas retrataban las hazañas de héroes anónimos que habían muerto allí; otras seguían la vida de los sobrevivientes y en otros casos la cámara se dirigía hasta el cielo, donde los terroristas ejecutaban el mayor atentado en la historia de Estados Unidos.

Vuelo 93, World Trade Center y Tan fuerte, tan cerca son algunos de los títulos que aparecieron después de la caída del símbolo económico del capitalismo.

Y un día, doce años después de aquel golpe, llegó Boston y su maratón.

La historia oficial marca que el 15 de abril de 2013 los hermanos Tsarnaév detonaron dos explosivos caseros en la línea de meta de una de las maratones más importantes de Estados Unidos. Murieron tres personas y hubo más de 280 heridos. El atentado fue un golpe duro a la ciudad de Boston, que siguió la cacería humana de los terroristas por televisión y que tomó el lema Boston Strong como remedio para curar sus heridas.

Hollywood fue bastante rápido en llevar este episodio a la pantalla grande, tanto que pasaron solo cinco años y en las salas uruguayas ya aparecieron dos títulos relativos al tema: Día del atentado y Más fuerte que el destino.

La primera de ellas tenía a Mark Wahlberg (bostoniano de pura cepa) en el papel de un policía que se ve incluido en la tensa cacería a los hermanos Tsarnaév. La segunda, que llegó el pasado jueves a los cines locales, tiene un perfil diferente, más cerca a las lágrimas de Titanic que a la acción de Día del atentado.

El tráiler de Más fuerte que el destino ya dejaba ver que la historia venía por el lado de la superación y que en su faceta inspiradora podrían aparecer las lágrimas de los espectadores que fueran a verla. El problema, como suele suceder en este tipo de producciones, es el roce con el cliché melodramático. La aparición de golpes bajos que propicien el llanto en la sala y oculten, así, algunos fallos de la película. Pero en Más fuerte que el destino, por suerte, eso no sucede.

Más fuerte que el cliché

Jeff Bauman no es el héroe estadounidense clásico, pero cuando una de las bombas de la maratón le arranca las dos piernas y sobrevive al shock, no le queda otra que abrazar su nuevo estatus de figura pública inspiradora. Todo Boston mira con orgullo cómo lucha por recuperar su vida y su andar, incluidos todos sus ruidosos e insoportables familiares. Él es Boston Strong. El problema, claro, es que no se siente así.

Jeff –Jake Gyllenhaal en un papel injustamente ignorado en las ceremonias de premiación recientes– debe lidiar con este nuevo rol que lo obliga saludar por la calle, soportar selfis, hacer acto de presencia en los partidos de béisbol y hockey sobre hielo de su ciudad y ser un símbolo de esperanza para la golpeada sociedad bostoniana. Por si fuera poco, todo esto lo debe hacer mientras se somete a un tratamiento doloroso para intentar volver a caminar con la ayuda de dos prótesis y mientras la relación con su novia (Tatiana Maslany) no pasa por el mejor momento.

Pese a que la historia que cuenta Más fuerte que el destino no es excepcionalmente original (tampoco se podía inventar mucho, ya que está basada en las vivencias del protagonista) sí lo es su abordaje desprovisto de cualquier tipo de artimaña para someter y emocionar al espectador más frágil. La película apuesta por un tono seco, libre de golpes directos y con un abordaje certero del estrés postraumático.

Gyllenhaal demuestra que no hay papel que le quede mal, que es uno de los mejores actores del momento y que puede amoldarse de manera convincente a un personaje diez años más joven que él sin miedo a caer en el absurdo. En Más fuerte que el destino, el actor de 37 años logra convertir al personaje de Jeff en un ser con muchas capas y gamas diferentes, y lo convierte en un papel muy destacado dentro su filmografía.

Más fuerte que el destino es una película dura pero accesible. Si bien cae por algunos pocos minutos en el inevitable patriotismo yankee, ataca la fibra sensible del espectador desde el retrato a una persona que, en la peor de las situaciones, mantiene los claroscuros que toda la humanidad comparte. Incluso los héroes.

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