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Más que humano

Se reedita Yo, robot, de Isaac Asimov, piedra fundacional de la ciencia ficción moderna donde el autor desarrolla por primera vez las leyes de la robótica
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11 de marzo de 2018 a las 05:00
Más de quinientos libros publicados, un coeficiente intelectual que se salía de la escala y una capacidad única para predecir el futuro, hicieron de Isaac Asimov una de las personalidades más importantes del siglo XX. La historia lo recuerda siempre como uno de los padres de la ciencia ficción, categoría que él mismo ayudó a crear y que elevó de simples relatos de monstruos a obras de sesuda construcción científica.

Hacia 1940 desterró definitivamente a los alienígenas de mil tentáculos y los sustituyo por un personaje complejo y recurrente que daría sustento a toda su obra: el robot. Al mejor estilo de Julio Verne, anticipó antes del surgimiento de la informática un mundo donde los hombres, como dioses, creaban una criatura sintética que, paradójicamente, era capaz de superar a sus creadores en muchos aspectos a la vez que también compartía algunos de sus defectos o debilidades.

En 1950 la publicación de Yo, robot marcó un hito ya que fue la primera vez que formuló las tres leyes de la robótica.

Primera Ley: Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

Segunda Ley: Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera Ley.

Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda Ley.

Matemática y lógicamente perfectas, las leyes aseguran la supervivencia del ser humano protegiéndolo de un posible ataque de los poderosos robots, que programados con las tres leyes se vuelven seguros y controlables.

La genialidad de Asimov queda patente cuando, lejos de contentarse con su propia creación, dedica gran parte de los relatos del libro a rebatir y poner en cuestionamiento las tres leyes sagradas. Y lo hace a través del único camino plausible: problemas psicológicos que afectan a la mente positrónica del robot que hacen que las leyes entren en conflicto entre sí.

Los nueve relatos se mueven en esa dirección y muestran a su vez la evolución de los robots, que pasan de ser niñeras como en Robbie, el primer relato, a dominar el curso de la historia y el destino de los hombres en Un conflicto evitable, que cierra el libro. Entre medio hay un puñado de notables argumentos donde la sorpresa espera en cada página.

En Sentido giratorio, dos expertos viajan a las minas de Mercurio para solucionar un problema y se encuentran con que el robot Speddy actúa como si estuviera borracho por el excesivo calor del planeta y por ello las tres leyes se rompen.

En Atrapa esa liebre, esos mismos hombres son enviados a la cadena de asteroides donde un robot tiene a su cargo a otros que lo obedecen sin chistar, lo que deviene en una aventura que analiza el tema del poder sobre los demás, aun tratándose de seres automatizados.

Quizás el más genial de los relatos sea ¡Embustero!, que presenta a un robot anómalo que es capaz de leer los pensamientos humanos. Al hacerlo, se genera el conflicto de las tres leyes, ya que el robot sabe que con sus palabras puede lastimar a un ser humano.

En La evidencia, Asimov muestra ya su tendencia natural a revestir sus historias de un hálito policial, al hacer que la robopsicóloga Susan Calvin investigue el caso de un político que aspira a la alcaldía de su ciudad a pesar de que, se sospecha, puede no ser tan humano como parece.

Lo importante es que el fondo de todas estas historias hay una verdadera preocupación por la suerte del ser humano, por su destino y sus límites, un humanismo que contrasta con el frío metal de todos esos robots inolvidables.

Volver a leer Yo, robot es retrotraerse en el tiempo para mirar al futuro. Y es también volver a la adolescencia, donde todo era posible y fantástico.

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