Ya van dieciocho meses de guerra sin que prospere ninguno de los intentos de sentar en la mesa a Vladimir Putin y Volodímir Zelensky o sus emisarios. Un año y medio donde la cantidad de muertos y heridos son secretos que, cada tanto, son revelados o retocados por algún instituto o algún observador calificado.
En junio, con el comienzo del verano y la llegada de material bélico de muchos países aliados, Zelensky dio por iniciada la contraofensiva que, básicamente, se planteó avanzar sobre los territorios del este del país. Una de las metas proclamadas era disputar la ciudad de Bajmut –convertida en escombros y con francotiradores en los techos– a las fuerzas del grupo mercenario Wagner, que se atribuyó el control de esa ciudad desde fines de mayo.
Pero el jefe de los mercenarios, Yevgueni Prigozhin, no ocultó nunca sus discrepancias y desavenencias con el ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigú. Lo que parecía un éxito ruso en el campo de batalla mostró su verdadera cara cuando Prigozhin acusó a Shoigú de sabotear los avances de sus mercenarios y encaminó sus tropas con dirección a Moscú.
La rebelión del grupo Wagner fue frenada por el propio presidente Vladimir Putin, quien debió acudir a uno, si no el único, aliado incondicional: el presidente de la vecina Bielorrusia, Alexander Lukashenko, quien abrió un corredor para que los mercenarios en vez de ir a Moscú fueran a su país.
Parecía que Wagner salía de escena. Sin embargo, poco después, el propio Putin recibió a una treintena de oficiales del grupo mercenario, entre los cuales estaba el propio Prigozhin. Vale la pena detenerse en las fechas. La revuelta de los mercenarios fue el 23 de junio. El 10 de julio tomó estado público la reunión de Putin con los revoltosos, incluyendo su jefe. Había ocurrido varios días antes, Moscú no precisó la fecha.
Shoigú sigue al frente de Defensa. Prigozhin al frente de los Wagner. Putin celebró el lunes pasado el día de la Armada con pompa imperial. El Banco Central de Rusia, con información corroborada por agencias como Bloomberg, habla de un crecimiento económico del país en el primer semestre del año. Putin recibe a líderes africanos a los que promete granos a bajísimos precios y varios de los golpes de estado en África cuentan con el aliento de Moscú.
Quizá sea imprescindible agregar, para tener una idea de lo que pasa con Ucrania, que, tras la cumbre de Vilna, Lituania, de los días 11 y 12 de julio, los países de la OTAN recibieron calurosamente a Zelensky pero no le dieron nada de lo que necesita. Es decir, una promesa de incorporación a la alianza atlántica. De esa manera, Kiev se convertiría en un país de la OTAN agredido por Rusia.
Washington, Londres, Berlín y París saben que eso es inviable. Zelensky tiene una economía devastada, se endeudó con los países más poderosos salvo China, para llevar a cabo una guerra que esos países no quisieron frenar. Cuando Henry Kissinger, por citar a un indiscutido de la geopolítica, advirtió que una OTAN a las puertas de Rusia y con 31 socios era una bomba de tiempo, desde los centros de poder no alertaron que la invasión rusa no sólo era una vulneración de la soberanía sino una trampa cazabobos para Zelensky y millones de ucranianos.
Ahora Kiev, en vez de hablar de avances en el este del país, menciona los ataques a barcos rusos en la península de Crimea. Algo tienen que mostrar. Moscú muestra cifras, difíciles de evaluar, incontrastables.
Según el ministerio dirigido por Shoigú, desde el inicio de la contraofensiva en junio, Kiev perdió “más de 43.000 militares”. No aclaran si son muertos o heridos. “Más de 4.900 piezas de armas ucranianas fueron destruidas”, agrega el parte. Entre ellas, “1.831 tanques y otros vehículos blindados, incluidos 25 carros de combate Leopard, siete tanques de ruedas franceses AMX-10 y 21 vehículos de combate de infantería Bradley”.
Siguen los datos como un arqueo comercial. “Asimismo, en las zonas de Karmazinovka y Chervonaya Dibrova, en la república popular de Lugansk, y Torskoe y Krasni Limán, en la república popular de Donetsk, las Fuerzas Armadas de Rusia asestaron un golpe a las unidades de las 21ª, 43ª, 54ª, 63ª y 67ª brigadas de asalto mecanizadas ucranianas, así como la 95ª brigada aerotransportada”.
Además, “la aviación de las Fuerzas Armadas de Rusia y la artillería asestaron un golpe a 116 unidades de artillería de las tropas ucranianas en sus posiciones, así como a personal y equipo militar. Se destruyeron depósitos de combustible y municiones de las Fuerzas Armadas de Ucrania en las zonas de las localidades de Krasnoe de la república popular de Donetsk, y Peschanoe de la región de Járkov. Dos puntos de control de vehículos aéreos no tripulados ucranianos fueron alcanzados en las zonas de las localidades de Belogorovka y Belaya Gora”.
El extenso parte de Moscú dice: “En total, desde el comienzo de la operación militar, fueron destruidos 458 aviones, 245 helicópteros, 5.496 aeronaves no tripuladas, 428 sistemas de misiles antiaéreos, 1.113 tanques y otros vehículos blindados de combate, 1.142 sistemas lanzacohetes múltiples, 5.746 piezas de artillería y morteros y 1.057 unidades de vehículos militares especiales del Ejército de Ucrania”.
Ninguna, pero ninguna mención a qué pasa con sus propios efectivos y sus propias bajas. Propaganda, sin lugar a dudas. Pero el 17 de julio, cinco días después del fin de la cumbre de Vilna de la OTAN, Jack Sullivan, el asesor de Seguridad Nacional de Washington, después de que Joe Biden felicitara a Zelensky en Lituania, fue al Foro de Seguridad de Aspen, un lugar prestigioso donde gente de saco y corbata habla de la guerra.
Como todo foro de Seguridad, cuenta con el patrocinio del complejo militar privado. Sullivan dijo en Aspen, Colorado, Estados Unidos: “Es responsabilidad de cada miembro de la OTAN y de los Estados Unidos pensar en la reacción de Rusia cuando elegimos hacer algo porque eso es importante para nuestra seguridad, es importante para la estabilidad global”.
Eso es la estabilidad global para las grandes potencias: darle a Ucrania un papel secundario en pos de una seguridad que, por lo que no dice Sullivan, de momento no requiere de diálogo y mucho menos de un alto el fuego. Putin, que está al frente de Rusia desde 2000, con el interregno de Dimitri Medvedev, uno de sus alfiles, sabe leer lo que dicen sus oponentes.
En el medio, está la población ucraniana, están los soldados de ambos contendientes. Está un mundo que abre más frentes de conflicto y que destina más dinero para armar a sus ejércitos.