Vladimir Putin.

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No, no estaba Putin a punto de invadir Ucrania

Pasadas fecha y hora de la invasión que había sido anunciada con cronograma, solo nos queda pensar que, otra vez, hemos sido engañados
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18 de febrero de 2022 a las 05:04

El propósito de titular esta tribuna durante más de un mes con la pregunta de si Putin estaba a punto de invadir Ucrania era exponer el sinsentido de afirmar algo así cada día en los medios, como había sucedido desde fines de noviembre.

Los medios estadounidenses primero anunciaron que la invasión sería en enero, luego que en febrero; mientras tanto alimentaban horas de aire y corrían ríos de tinta sobre la supuesta invasión. Hasta el absurdo de ponerle fecha y hora: según esto, Rusia invadiría el miércoles 16 a las 3 de la madrugada. Todo ello con información de la inteligencia estadounidense. Pero ningún medio se la cuestionó, a pesar de que se trataba de la misma CIA que en 2003 juró y perjuró que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva.

Pasó el miércoles a la hora señalada y, como era de esperarse, desde RT y otros medios rusos financiados por el Kremlin, y hasta los propios funcionarios rusos, se hicieron el día burlándose de la invasión que no fue pero tenía fecha y hora. Maria Zajarova, vocera de la Cancillería rusa, ironizaba en Telegram: “Un pedido a los medios de desinformación de EEUU y el Reino Unido (...): Por favor, publiquen el cronograma de nuestras ‘invasiones’ del año próximo; necesito planear mis vacaciones”. Y embajadas rusas en varios países de Occidente colgaban en las redes sociales el clásico meme de despiste de John Travolta en Pulp Ficition buscando una invasión en el centro de Kiev.

Un ridículo mundial. Qué necesidad había de pasar esa vergüenza. A este tipo de cosas precisamente me refiero cuando digo que yo apoyo a Washington pero no de esta manera. De hecho nunca hemos dejado de apoyar a Washington frente a Rusia y a China. Pero apoyarlo, o apoyar un conjunto de valores que han jalonado nuestra civilización, no significa aplaudir todo lo que deciden los neoconservadores que desde principios de siglo han estado a cargo de la política exterior de Estados Unidos; lo cual, por lo demás, entraña todo un sistema que se ha enquistado en Washington entre estos decisores, las agencias de inteligencia, los medios y el complejo militar industrial. Una ecuación explosiva, que desde el 11 de septiembre de 2001 ha resultado nefasta para los intereses de EEUU y la paz mundial. 

Sus errores estratégicos son cuantiosos. En rigor desde fines de los noventa se han equivocado en prácticamente todas las decisiones de política exterior. Y es que esta se ha seguido rigiendo todo este tiempo por la llamada Doctrina Wolfowitz (por Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa de George W. Bush), diseñada a mediados de los noventa, luego oficialmente conocida como la Doctrina Bush: cambio de régimen, guerra preventiva, “proxi wars”, y asegurar el liderazgo global de EEUU por la vía militar en vez de la económica.

Donde más se ha visto esto en acción ha sido en Medio Oriente. Pero también en Europa del Este ha seguido un derrotero de dominio que comienza en 1997 cuando los ideólogos neocons –con el paper de Wolfowitz en mano– convencieron a Bill Clinton de que era buena idea la expansión de la OTAN hacia los países en la esfera de influencia de la ex Unión Soviética, que como lo definí hace un par de columnas, fue el pecado original en la renovada animadversión con Rusia y, en efecto, creó las condiciones para el ascenso de Vladimir Putin.

Recuerdo por aquellos días, ya en mayo de 1998 cuando se estaba a días de firmar el acuerdo de expansión de la OTAN, una entrevista que Thomas Friedman le hizo en The New York Times a George Kennan, uno de los padres de la geopolítica de la anglósfera, tal vez el más brillante estratega geopolítico junto a Halford Mackinder, muy por encima de Kissinger, de Brzezinski y de todos los que vinieron después (y desde luego, de Wolfowitz). Pero más importante aun, como recuerda el propio Friedman en su artículo, el verdadero “artífice de la exitosa contención estadounidense de la Unión Soviética”.

Y el propio Kennan, el hombre que marcó el camino y proyectó el triunfo de la Guerra Fría, dijo en aquella entrevista, ya a sus 94 años y con la lucidez intacta, que llevar a la OTAN a las puertas de Rusia sería un error histórico garrafal.

Hace poco volví a consultar ese artículo en el infalible archivo del Times. Las palabras de Kennan han resultado proféticas: “Creo que este es el comienzo de una nueva guerra fría”, le dijo a Friedman el viejo estratega. “Creo que los rusos empezarán paulatinamente a reaccionar en forma adversa y que esto cambiará su política exterior. Creo que es un trágico error. No había razón alguna para esto”.

Nada de esto equivale a decir, empero, que Putin no haya contribuido al actual estado de cosas en la relación. E históricamente la miseria que el yugo de Moscú ha representado para sus pueblos vecinos a mí no me lo tiene que contar nadie. Yo lo viví cuando viajé a Europa al mismo tiempo que se producía el colapso de la URSS. Todo el tiempo me encontraba en las estaciones de tren con búlgaros, estonios, rumanos y otros europeos del Este que venían escapado de la miseria de la era soviética. Era como entrar en el túnel del tiempo; daba la impresión de estarse encontrando con prisioneros recién escapados de mazmorras de la Edad Media. Causó un fuerte impacto en mí, y grabó en mi mente para siempre que aquel sistema que entonces se derrumbaba despidiendo menesterosos era uno de los más inhumanos que se hayan conocido en la historia de la humanidad.

De modo que no se trata aquí de buscar culpables ni de tomar partido, sino de entender que lo que hay hoy son los intereses de dos potencias en pugna. Uno por su historia de vida, su cultura y otras razones, podrá identificarse más con una que con otra; pero aquí no hay buenos ni malos. Y para bailar el tango, se necesitan dos.

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