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Noche sublime del periodismo

En día de elecciones presidenciales, el periodismo estadounidense demostró por qué es referente mundial

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07 de noviembre de 2020 a las 05:03

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Todavía no llegó el invierno, pero en Montevideo la noche del 20 de mayo de 1966 es más fría que de costumbre. Prendo la radio, nervioso por saber cómo va el partido de Peñarol contra River Plate argentino por la final de la copa Libertadores que se disputa en Santiago de Chile. Heber Pinto, relator extraordinario, da la mala noticia: van 70 minutos del segundo tiempo y el aurinegro pierde 2-0. ¿Qué hago?, ¿sigo escuchando a la espera del milagro, o apago y me voy a dormir porque al día siguiente debo levantarme temprano para ir a la escuela? Apago la Spika, pero por solo cuatro minutos. Cuando vuelvo a prenderla, la primera mitad del milagro se cumple. Ya conocen el resto de la historia. Son casi las dos de la mañana del miércoles 4 de noviembre de 2020. Las gráficas de las cadenas televisivas estadounidenses presentan una abultada diferencia numérica a favor de Donald Trump en algunos estados claves para definir la reñida elección presidencial. Sin embargo, es temprano para apagar el televisor y pronunciarlo ganador pues faltan los votos emitidos por correo, y que podrán revertir los resultados hasta ese momento. Los expertos de todas las cadenas televisivas solicitan mesura. El final no llegará en la madrugada. La contienda se definirá en final de bandera verde. 

El sentido común indica que lo mejor es ir a dormir por un rato, pues en varios estados continúan contando los votos “epistolares”, llegados en los días previos al cierre de las urnas. Mientras que la tensión entre quienes siguen despiertos a esa hora amaga con tener unas horas de descanso, algo fuera del libreto se dispone a ocurrir. A las 2.20, misma hora en que se hundió el Titanic, Donald Trump se dispone a hablar. Un locutor de la Casa Blanca lo anuncia con bombos y platillos, como si se tratara de una ocasión especial. Luz, cámara y acción. Con cara adusta, de preocupación, no de ganador, el mandatario se larga a hablar. En la que puede considerarse su aparición más infame desde que es presidente, el arrogante personaje se declara ganador cuando aún falta contabilizar millones de votos pertenecientes a los estados de Michigan, Wisconsin, Georgia, Pensilvania, Arizona y Nevada. Con su declaración pone en duda la credibilidad del sistema electoral estadounidense, piedra fundacional de la democracia más sólida del mundo. Quienes lo estamos escuchando no podemos creerlo. Surge una certeza instantánea: si el mandatario quiere detener el escrutinio afirmando que se considera ganador antes de tiempo es porque se sabe perdedor, y nada peor, en el contexto de una democracia, que no saber perder en las urnas. Son casi las tres de la mañana y las palabras de Trump son una inyección de insomnio y adrenalina para todos los que hemos escuchado su escueto parlamento con incredulidad. La diatriba sin base es otro intento fallido del presidente por negar la ley de la gravedad.

Apenas Trump termina de hablar, las cadenas televisivas se olvidan del vicepresidente, Mike Pence, quien dirá unas palabras obligado por Trump. Los periodistas de las televisoras pasan a comentar lo que acaban de oír. Lo sorprendente, lo realmente sorprendente, es la reacción de Fox News, cadena que ha sido heraldo fiel de la agenda política de Trump. Nadie en el panel de sus periodistas celebra las palabras del presidente, por el contrario, más de uno toma una distancia grande con lo que acaba de declarar. Trump se ha pegado un tiro en el pie y nadie sale a socorrerlo. Las principales figuras del plantel periodístico de Fox parecen haberse quedado sin palabras, atrapados in fraganti en un estado de sorpresa, sobre todo porque Trump de manera indirecta criticó a la televisora por haber declarado a Biden ganador en el estado de Arizona, que en 2016 había sido bastión republicano. Trump no entiende un asunto fundamental: que en la trasmisión de los resultados electorales de una elección, la gran y única estrella son los números provenientes del conteo. Son la palabra definitiva. Y, como en el fútbol, el partido no se acaba hasta que se acaba. Por otra parte, la grandeza de una democracia como la estadounidense se basa en un derecho irrenunciable: en una elección todos los votos cuentan, incluso los de aquellos que viven en una montaña de Pensilvania y emitieron su decisión por correo. Todo el mundo entiende eso, menos Trump. 

En la jornada electoral del martes pasado hubo un extraordinario ganador: el periodismo estadounidense. La cobertura que comenzó en el primer minuto del histórico martes y que ha continuado sin parar hasta el presente, hasta el minuto mismo en que usted está leyendo esta columna, no ha sido menos que notable. Televisoras (CBS, NBC, ABC, CNN, Fox News, CNBC, MSNBC), radios y medios escritos estuvieron varios metros por encima de las circunstancias, demostrando por qué los estadounidenses son líderes a la hora de informar sobre un acontecimiento de características únicas, como lo ha sido la reciente elección.

El éxito de todos estuvo en la mesura (se aprendió mucho de los sufragios de 2000 cuando George W. Bush fue electo presidente por un margen mínimo), el ingenio para acuñar frases que sintetizaban el proceso de acuerdo a sus etapas, el detallismo para explicar las alzas y bajas en el veredicto de las urnas, y sobre todo, algo en lo que los estadounidenses dan lecciones a los demás, la capacidad para entretener con información importante y lúcidas ocurrencias del intelecto. Las transmisiones estuvieron caracterizadas por informes argumentados dirigidos a un público conminado a pensar de modo analítico, sin recurrir a una sintaxis acotada y rota, propia de quienes creen que el periodismo debe escribir mal para complacer a quienes solo leen mensajes de Twitter.

¿Cómo lo lograron? Muy simple. Dándoles cabida en la trasmisión no solo a reporteros, sino asimismo a sociólogos, historiadores, cineastas, escritores y analistas de datos basados en las pautas provenientes del escrutinio, todos los cuales presentaron proyecciones y perspectivas contextualizadas, no la repetida monserga y clichés de los columnistas políticos que a las primeras de cambio sabemos adónde van. La diversidad de opiniones y visiones, la ilustración de la realidad a partir de la imaginación, además de la precisión para advertir los posibles cambios que el conteo experimentaba de acuerdo a regiones y distritos, otorgó a cada una de las trasmisiones un tono de excelencia que puede considerarse memorable. Una vez más quedó claro que una democracia no puede existir sin un periodismo riguroso, independiente, que informe y haga pensar, que desasne con datos inapelables que ni siquiera la opinión del presidente consigue refutar.

En una jornada que exaltó el compromiso cívico de un país dividido, y en la cual Joe Biden se transformó en el candidato más votado en la historia de Estados Unidos, más de uno se acordó de otro martes, 72 años atrás. En las elecciones presidenciales del 2 noviembre de 1948 hubo periodistas que se fueron a dormir creyendo que el candidato republicano Thomas Dewey había derrotado a Harry Truman, quien buscaba la reelección. En la edición de la mañana siguiente, un titular a ocho columnas del diario Chicago Daily Tribune anunciaba: Dewey Defeat Truman (Dewey derrotó a Truman). Contra todos los pronósticos, el presidente demócrata logró un impresionante triunfo y lo celebró sacándose una histórica foto con la portada conteniendo la información errónea. El martes pasado, fueron millones los que se fueron a dormir convencidos de que a la mañana siguiente Donald Trump sería declarado ganador.

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