Noel Gallagher: familiar para miles

En la cercanía del Teatro de Verano, el último icono del rock de estadios británico hizo un recorrido efectivo y poco épico por sus clásicos en Oasis y las canciones actuales a la altura de su leyenda
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16 de marzo de 2016 a las 18:26

Hace casi 21 años, durante una presentación en el programa Top of the pops de la BBC (donde las principales figuras del género se mostraban ante un público televisivo masivo cuando eso todavía tenía mucha importancia), Noel Gallagher levantaba su guitarra en señal de victoria: Oasis era la primera banda de rock proveniente del ambiente emergente del Reino Unido que llegaba al tope de los rankings. Esto sucedía en un país donde ese logro tiene casi la misma significación que la de ser campeón de la Premier League, con el añadido de que Oasis estaba devolviendo a Inglaterra el rock obrero ese en el que se cruzaban los Beatles con David Bowie, The Stone Roses The Smiths y Paul Weller.

Casi 21 años después, Noel Gallagher saludó a un empático público montevideano por primera vez en su carrera. La única vez que estuvo en Uruguay era asistente de los Inspiral Carpets, corría 1991 y estaba a tres años de cambiar el mundo de la música popular. En medio de esos dos hitos, el "hermano malo de la música" fue la estrella de rock más grande del planeta, cabalgando la ola de un género que, a punta de éxitos, himnos, estadios llenos en varios continentes, tabloides y todos los clichés y requerimientos de una vida acorde al manual de las estrellas de rock, devolvió a Inglaterra a su lugar natural de preeminencia cultural, al menos en el género que lo convocaba.

Es difícil sintonizar con algo de esa épica grandilocuente que definió a Noel Gallagher cuando se lo ve en el Teatro de Verano una noche como la del martes 15. Allí, en un espacio prácticamente de entrecasa para los montevideanos, reparar en su presencia fue tan inverosímil como cuando se vio años atrás a su hermano Liam (la otra mitad fundamental de Oasis) o a los propios Blur, sus rivales encarnizados en esos años noventa. Pero al mismo tiempo, su nuevo formato solista prueba que sus canciones nuevas, las que vienen desde su disco homónimo de 2011, tienen su lugar ideal en un espacio como este y en una ciudad a la que el fenómeno que fue Oasis en vivo jamás tocó. El propio guitarrista lo presenta como su objetivo máximo actual: el caos y descontrol de Oasis –que convirtió a muchos de sus conciertos en actos fallidos masivos–- se contrapone con el trabajo integral de lo que es hoy un show de Noel Gallagher. Para muestra está el hecho de que haya concedido entrevistas a medios el día del concierto, cuando ya nadie puede comprar una entrada más, una absoluta rareza.

Medido en convocatoria (un Teatro de Verano con tres mil personas más los usuales escuchas contra el alambrado de las canteras del Parque Rodó) alguien podría concluir que una vez más el público asistió a la visita a Montevideo de una estrella en retirada. Pero esta lectura caprichosa no aplica en absoluto en el caso de Gallagher, quien se salió de esa tormenta de masividad que era Oasis –un grupo donde la inspiración se atomizó casi que desde el inicio de la década del 2000–- para encontrar el lugar ideal para su estilo, uno que de algún modo inauguró en el unplugged de Oasis en 1996, cuando ofició de líder de la banda porque su hermano no quiso ser parte del concierto.

Es este ambiente donde el sonido es más manejable el lugar perfecto para que Noel Gallagher despliegue los diferentes tonos de un registro vocal que no se ha resentido con los años y está al servicio de todo lo que puede ofrecer hoy su talento compositivo; canciones que se ensamblan sin problemas con los temas de Oasis que completaron la otra mitad de su repertorio montevideano y que lucen mejor por fuera de esa burbuja distorsionada que generaba en los estadios la banda de Manchester.

Aquí, además, Gallagher puede ser frontman y a la vez mantener su bajo perfil histórico sobre el escenario sin ningún tipo de efecto sobre el público: se dirige a la gente poco y nada y más bien mira hacia el piso y a sus músicos haciendo gala de la antipatía de culto que de él se espera y de una mirada muy honesta y sardónica sobre lo bizarro de la idolatría musical sobre la que ha hablado varias veces.

Por supuesto, alguien que escribió y toca canciones como Fade Away, The death of you and me o Wonderwall no necesita de este tipo de artilugios para apuntalar un recital. En If I had a gun, el mejor tema de su etapa solista, Noel llegó al punto más alto de su performance vocal, secundado por su banda. Fue el gran momento de la noche junto con las arremetidas de Lock all the doors, The Masterplan y A.K.A. what a life, temas ayudados por una perfecta amplificación que mantuvo su nivel durante toda la noche. Gallagher incluso se da el lujo de sumar un trío de vientos que añade otros colores nuevos y necesarios a un show de este tipo.

En el momento del final, cuando entrega Don't look back in anger –-su hit esencial–, Gallagher es,- más que la última estrella de rock sobre el planeta, un señor de 48 años del que se pueden esperar muchas más canciones a un nivel más que aceptable. En un año en el que el mundo perdió a un icono como David Bowie, es reconfortante saber que Noel Gallagher sigue teniendo esta pulsión muchos años después de aquella canción llamada Live forever que despertó a una generación.

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