Aristóteles afirmaba que el fin fundamental de la política era promover la virtud en los ciudadanos. En una actividad donde se ha generado una obsesión materialista de redistribución del ingreso, él y otros clásicos solían poner en el centro la redistribución de honores y recompensas. La aplicación más evidente de este principio es honrar a individuos que lo merecen (ya sea por sabiduría técnica, como enfatizaba Platón, o por virtudes de carácter, como enfatizaba el propio Aristóteles) con puestos dirigentes. Además de mejorar la calidad de las políticas, ello motivaría a otros ciudadanos a capacitarse y cultivar virtudes.
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