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Pasión en la bandeja de entrada

¿Puede construirse una novela a través del intercambio de correos electrónicos? Sí, el austríaco Daniel Glattauer lo hace en Contra el viento del norte y logra una obra excelente
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17 de febrero de 2012 a las 17:03

Parece poco romántico que la banda de sonido de una historia de amor sea la de un nuevo correo electrónico en la bandeja de entrada. De hecho, nada puede resultar romántico entre un hombre y una mujer que, sin conocerse, se relacionan solamente a través del intercambio de correos electrónicos en los que, uno y otro, se citan a medianoche para tomar una copa de vino, brindando por lo que tienen, que en este caso es lo mismo que brindar por lo que no tienen: el otro, la piel del otro, el otro “real” y no el “virtual”.

Pero en Contra el viento del norte, la primera novela del escritor austríaco Daniel Glattauer, “escribir es como besar, pero sin labios”, que en este caso es lo mismo que decir que el sonido de un nuevo correo electrónico en la bandeja de entrada no es solo romántico sino también fantasía, libertad, imaginación, celos, ternura, deseo y diálogo. Un diálogo fantástico, excelente, sencillo y contundente a la vez, emocionante.

Luego de más de 20 años dedicados al periodismo, sobre todo como cronista de tribunales para los diarios Die Presse y Der Standard, Glattauer construye una historia realmente cautivante, una historia de amor en tiempos de internet, una historia común y corriente, pero única, como toda historia de amor, cargada de un juego verbal fresco, vital, divertido.

En pocas palabras, Contra el viento del norte cuenta la historia de Leo Leike y Emmi Rothner: él, un “psicólogo del lenguaje”, un tipo que trabaja en una universidad y que está tratando de salir de una relación amorosa un poco conflictiva; ella, una diseñadora de páginas web, “felizmente casada”, cuyas amigas envidian su felicidad, armonía y solidez.

El punto es que Leo recibe un día un mensaje por error de Emmi, y como ambos son educados y con un grado del humor que pasa de lo gentil a lo irónico como si nada, poco a poco crece un diálogo en el que no habrá marcha atrás. De hecho, todo hace pensar que de un momento a otro se conocerán en persona, frente a frente, cara a cara, pero la idea los confunde y altera tanto que ambos prefieren posponer ese encuentro una y otra vez.

Solo cuando Leo se pasa de copas suelta el dulzor que el vino reclama para sus labios. Solo así se anima a decir que desea besarla y abrazarla, pero a oscuras, a ciegas, sin verse, con los ojos vendados. Y solo a través de una amiga Emmi se anima a acercarse a Leo de manera física. ¿Por qué? Porque ambos tienen miedo: miedo a verse y decepcionarse, miedo a no gustarse, miedo a que luego de ese encuentro –tan ansiado por ellos como por el lector– no sobrevivan las emociones enviadas, recibidas y guardadas en la memoria de una computadora, en la memoria de la bandeja de entrada, en la que existe un espacio para que el “mundo interior” de ambos se parezca a un “mundo real” pero que no es el “mundo exterior” en el que viven.

La dependencia que va teniendo Leo de Emmi y Emmi de Leo se hace cada vez más fuerte, pero también se hace cada vez más fuerte la rebeldía encubierta de cariño que ambos se dicen a través de las palabras de un nuevo correo electrónico. Y esto es lo que hace a la novela interesante.

No cabe duda de que Contra el viento del norte es una historia de amor, una clásica historia de amor hecha en base a una correspondencia, pero lo que en el fondo plantea Glattauer en su obra es mostrar el poderío que tienen las palabras y cómo cada punto y coma puede generar una pausa o hacer borrón y cuenta nueva a los sentimientos.

En suma, Contra el viento del norte es una novela muy buena –no es imprescindible ni cambiará la forma de hacer literatura, pero es muy buena–, que a medida que va ganando páginas genera en el lector una curiosidad enorme por saber qué pasará con esta relación en la que una letra –como una “i” en lugar de una “a”– puede cambiar el curso de todo.

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