Eduardo Espina

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Pedofilia, locura (& rock and roll)

La utilización de una canción en la película Joker ha despertado la ira y el rechazo de diversas organizaciones internacionales
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18 de octubre de 2019 a las 05:00

Es un clásico omnipresente en la Noche de la Nostalgia. Quienes crecieron escuchando Radio Independencia y Radio Panamericana, han de reconocer al tiro el apabullante ritmo, incluso estando ya en el más allá. Berch Rupenián, cuando pasaba buena música (incluso la mala que pasaba, que era una cantidad, era buena) la llenó en su momento de adjetivos elogiosos, convirtiendo a la canción en motivo de culto de una generación de la cual, creo, soy casi como el último de la fila.

Junto con Hocus Pocus, del grupo holandés Focus, Gonna Fly Now, de Bill Conti, tema de la película Rocky, Frankenstein, de The Edgar Winter Group,  Chariots of Fire, de Vangelis, tema principal de la película Carros de fuego, y Crockett’s Theme, tema de la serie televisiva Miami Vice, del checo americano Jan Hammer, Rock and Roll Part 2, de Gary Glitter, es uno de los instrumentales de mayor popularidad y vigencia de la historia de la música pop rock, uno de esos con difusión permanente en las radios y que cada tanto es utilizado en cine o televisión.

Con Rock and Roll Part 2, Glitter se hizo rico, convirtiéndose en figura estelar en todos los continentes. Ganó la lotería sin tener que repartir la fortuna con nadie, pues el tema daba para tanto, que cruzó épocas y modas con increíble vigencia, como esas cosas que salen muy de vez en cuando.

No obstante, en lugar de disfrutar de su condición de mito y de eso que los anglosajones llaman “one hit wonder” (grupo o cantante que es famoso por una única canción muy exitosa, mientras que el resto de su discografía pasa prácticamente desapercibido), Glitter llevó adelante una doble y sórdida vida. En una de ellas ejerció la perversión, aspecto de su personalidad que pocos al parecer conocían, hasta que el día menos pensado todos supimos la verdad de la milanesa. El músico fue detenido en Camboya, deportado a Gran Bretaña, donde fue acusado y encontrado culpable de intento de violación, cuatro cargos de agresión indecente y uno de tener relaciones sexuales con una niña menor de 13 años entre 1975 y 1980. El 27 de febrero de 2015 fue sentenciado a 15 años de prisión.

Nacido en Inglaterra el 8 de mayo de 1944, el compositor ha vuelto a los primeros planos luego del estreno de Joker, pues la película, en una escena clave y destacada, utiliza Rock and Roll Part 2. La decisión del director del filme, de incluirla en la banda sonora, ha generado un escándalo, pues diversas organizaciones se han quejado por el hecho de que se le otorgue relevancia a alguien que cumple una pena por un delito grave y quien sin embargo, podría recibir tras las rejas una abultada suma de dinero en royalties por los derechos de su canción.

Eso en verdad no va a ocurrir, pues por estar preso Glitter está impedido de recibir dinero porque su hit es reproducido en el filme de Todd Phillips. Varias organizaciones internacionales están poniendo tanta presión a los estudios Warner, que la película podría ser editada para la versión en video, esto es, la escena referida podría ser removida, lo cual sería una lástima, ya que es uno de los momentos cumbres del filme, y ayuda a entender la transformación en la personalidad del Joker, un Hannibal Lecter de comics con la cara pintarrajeada. Es uno de los personajes mejor redondeados que ha dado el cine en tiempos recientes y su coreografía con la canción de fondo forma parte de una escena antológica.

Con una carrera caracterizada por la irregularidad, nada hacía suponer que Todd Phillips alcanzaría la maestría con su décima película como director. Camina con lo justo por la línea del medio, entre la genialidad genuina y la copia de estilos; entre el oportunismo y lo operático al servicio del desequilibrio de las expectativas. Joker es un filme que distribuye destrezas sin presentar altibajos. Con la saga de los Avengers, el cine había demostrado que con historias de superhéroes se puede hacer basura de la peor calaña, ideal para tiempos de mucha banalidad y videojuegos, de poco pensamiento, y casi nula innovación estética. Con Joker, Phillips demostró que se puede entretener, y al mismo tiempo hacer reflexionar sobre la realidad contemporánea a partir de un mundo no tan ficticio, pues en demasiadas cosas fácilmente reconocibles, Gotham City es un espacio habitado sinónimo del planeta Tierra.

El mito del origen perdido (no sabe quién es su padre) convierte a Arthur Fleck (Joker) en un Ícaro que a mitad de camino rumbo al sol cambia de opinión y se transforma en kamikaze que habla con acciones, no con letanías que pretendan justificar su condición de paria. El personaje triunfa porque no hay victimismo; su risa es la puerta de escape que lo lleva a ninguna parte, que puede ser un lugar a la intemperie en medio de Gotham City, en donde puede bailar libremente a ritmo de rock and roll. La impotencia de vivir en una sociedad para la cual es una inexistencia (ni siquiera le provee los cuidados médicos básicos) le otorga –vaya paradoja– una racionalidad a su inestabilidad mental. Todos sus alter egos coinciden en uno solo.

Anacoreta que habla con sí mismo y le dice a la asistente social que le receta siete medicamentos: “Ya no quiero sentirme tan mal”, Joker baila al ritmo de sus estados de ánimo, ríe con inocencia desencantada de marginado mientras ve Tiempos modernos de Chaplin. Entre la música de Gary Glitter y el cine de Charlot explican la verdadera condición de su mente. Lo visible es brutal, lo anímico no le va a la zaga. La oscilación entre el personaje, la personificación y la persona le otorga credibilidad ética a su historia, convertida a contramano en espejo de lo que la sociedad podría llegar a ser si la solidaridad desapareciera y el estado fuera incompetente para resolver los problemas básicos colectivos.

Para salvarse de la nada, Fleck aprendió a no creer en nada, a no temerle a nada. Sin proponérselo, se ha convertido en superhéroe de la desesperación. Aprende –o hace que aprendió– a vivir con el horror de lo inmediato patológico. Arlequín, payaso, y bufón en modo delirio, se las arregla para no encontrarle ninguna justificación a la ridiculez de continuar vivo. Arthur es el dueño definitivo de su destino. Los suyos no son los 15 minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol, sino 15 segundos en una pantalla televisiva en el horario central de la noche, que representan también su despedida del mundo supuestamente “normal”. La misma cantidad de tiempo, quizá un poco menos, que le lleva liberar su cuerpo al ritmo de la música de Gary Glitter, y de una canción utilizada para desafiar a la belleza del instante en tiempo real. Confundir la bella ficción de un momento de plenitud estética, con la cruda realidad de un momento anterior, es un tremendo error de perspectiva.

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