Lolita, de Vladimir Nabokov, siempre está en el ojo de la tormenta

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Pensar, revisar o cancelar: ¿qué hacemos cuando el arte apela al racismo, la misoginia o la pedofilia?

Cada cierto tiempo el debate sobre el revisionismo y la cancelación vuelve a despertar; ¿Qué hacer con obras con contenidos racistas o misóginas? ¿Hay una sola manera de encararlas?
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21 de marzo de 2021 a las 05:15

Fue así: alguien –Charles M. Blow, columnista de The New York Times– publicó una columna. Llamó la atención sobre algunos detalles de algunos personaje populares, entre ellos Speedy González y Pepe Le Pew. De ellos, Blow escribió lo siguiente: “Algunas de las primeras caricaturas que puedo recordar incluyen a Pepe Le Pew, quien normalizó la cultura de la violación, y Speedy Gonzáles, cuyos amigos ayudaron a popularizar el estereotipo corrosivo de los mexicanos borrachos y letárgicos”. Semanas antes había hecho algo parecido con algunos libros del Dr. Seuss –autor de El gato en el sombrero o El Grinch–, de los que dijo que perpetúan estereotipos racistas que deben “ser exorcizados de la cultura, incluida, o especialmente, de la cultura infantil”.

Blow tiene un punto. En los “dibujos animados” que protagoniza, Pepe Le Pew, el zorrillo francés, avanza. Su cara de bobalicón enamorado lo precede. Penélope, la gata que le saca el sueño, ya conoce cómo es el paño: trata de huir de su abrazo constrictor, pero la intensidad de Le Pew es demasiada. Entre sus brazos, Penélope pone caras de desesperación, pide ayuda, se sacude con impotencia, pero no puede escapar. Los labios de Pepe se estiran de maneras en las que solo puede estirarse el cuerpo de un Looney Tune y la besa. Contra su voluntad, la besa. 

Speedy González, en cambio, está rodeado de ratones que pasan el día o borrachos, o durmiendo. Se resisten a la energía atómica del ratón más rápido de México y conforman una especie de “cinturón de vagancia” que rodea a las historias del cartoon. 

Pepe Le Pew y Penélope

La columna de Blow, por supuesto, prendió una mecha que todavía no se apagó. Despertó cruces, choques y enfrentamientos en redes sociales. Pero por encima de todo, puso otra vez en el mapa diario la discusión sobre la cultura de la cancelación y el revisionismo histórico de ciertos personajes, figuras y obras que, a la luz de ciertas sensibilidades contemporáneas, parecen estar fuera de lugar. El debate es largo y es parte de la historia de la cultura occidental desde hace varias décadas –todavía no nos ponemos de acuerdo, entre otras cosas, si separamos al artista de la obra o no– pero en el último tiempo se ha visto espoleado de sobremanera por la masificación de las redes y la posibilidad que tiene cualquier usuario de levantar la voz y de ser parte del intercambio.

En ese sentido, fueron varios los que estuvieron de acuerdo con el autor y también los que entendieron que el punto no estaba en cancelar, sino en concientizar. Unos cuantos argumentaron que lo que hacía Pepe Le Pew era ridiculizar un estereotipo del seductor irredento y avasallante, y abogaron por menos radicalización. Consecuencia inmediata o no, Warner, la empresa dueña de la marca de los Looney Tunes, tomó la decisión más drástica: arrancó al zorrillo de la secuela de la película Space Jam a estrenarse a mediados de año. El equipo de LeBron James, que en esta segunda parte sustituye a Michael Jordan –protagonista de la película original de 1996–, se quedó con un jugador de menos. Y por seguir con casos con los que Blow se ha metido, la editorial que publica los libros del Dr. Seuss decidió hace algunas semanas que se dejaran de imprimir aquellos títulos señalados como “racistas”. 

Más allá de estos casos puntuales y de si Pepe Le Pew reafirma la cultura de la violación o la pone en tela de juicio, de fondo hay preguntas más profundas que surgen cada vez que una discusión de este tipo aparece en el dominio público. Y esto pasa, digamos, al menos dos o tres veces por mes. ¿Qué hacemos con las obras artísticas o culturales donde la misoginia o el racismo es patente? ¿Cómo leemos algo como Lolita bajo estas nuevas sensibilidades? ¿Hay que eliminar de la faz de la Tierra a los personajes que se enmarcan en estos estereotipos? ¿Se deben corregir los insultos y dichos racistas en obras como La cabaña del Tío Tom o Huckleberry Finn? ¿Cancelamos para siempre e invisibilizamos, o discutimos y leemos de manera crítica? ¿Cómo debemos comportarnos como consumidores en la era del revisionismo y la cancelación?

Speedy González

De ayer y hoy

Es posible que se tenga la idea de que este fenómeno es algo propio de nuestros tiempos, pero a pesar de que en su explosión reciente hay mucha incidencia de las nuevas tecnologías, el ansia revisionista de las obras del pasado se puede rastrear hasta bien entrado un par de siglos atrás. 

Así lo explica, por ejemplo, Richard Danta, profesor de Semiótica e integrante del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica: “Estamos viviendo un fenómeno actual, pero con salvedades. Es actual por las sensibilidades y las ideologías que hoy exigen revisionismo, y porque tiene que ver también con un fenómeno que está vinculado a las redes y a su impacto. Pero estas situaciones no son propias, características o exclusivas de la cultura contemporánea. En realidad, muchos personajes históricos o icónicos que sobreviven a lo largo de las décadas han sufrido siempre revisionismo. El Tío Sam por ejemplo, para hablar de una figura que todos podemos reconocer, nace como un personaje satírico, como una forma de criticar el estado de la política del siglo XIX y principios del XX, pero luego esa figura que en sus inicios era revulsiva se terminó transformando en una que representa lo contrario. Fue apropiada por el establishment, por la hegemonía, y se dio vuelta en un sentido simbólico. Se transformó en lo que discutía inicialmente”. 

Con el caso de Pepe Le Pew, dice Danta, sucede algo similar. En el contexto en el que fue creado, el personaje respondía a una lógica hegemónica de la concepción del género y los vínculos en donde la capacidad de la mujer para poner límites no era considerada un valor. Hoy, esa situación queda a la vista y la simbología que encierra el zorrillo de la Waner es otra.

El tío Sam

“Este ejemplo aparece hoy como desubicado: aparece fuera de la ubicación que le daba sentido y que permitía que circulara socialmente sin grandes dificultades de entendimiento; había una correspondencia entre lo que era dominante y la visión del mundo que presentaban este tipo de personajes o productos. Hoy tenemos otra sensibilidad, estamos en otro contexto sociopolítico. Es cierto que no podemos decir que estamos en las antípodas de la sensibilidad de los años 40 o 50, cuando Pepe Le Pew fue creado, porque sinceramente estas reivindicaciones no son hechas por la sociedad toda; son hechas por ciertos sectores que tienen una incidencia cultural, social y política, pero que no representan la sensibilidad indiscutida por todos. Pero hoy es posible denunciar esas políticas de género asimétricas, es posible reclamar que eso no debería ser exhibido de la misma forma, porque también se es consciente de la capacidad formativa que tienen ese tipo de productos mediáticos”, agrega. 

Esta desubicación, aclara, sucede en muchísimas instancias y cada vez que nos enfrentamos a un producto salido de otro tiempo. Pasa, por ejemplo, con un western de John Wayne, y pasa con los documentales de propaganda nazi de Leni Riefenstahl. Y esa misma desubicación es la que termina pautando la gran pregunta que surge ante este tipo de situaciones: ¿cancelamos, olvidamos, advertimos o hacemos de cuenta que nada pasa?

Avisar/cancelar

Si uno entra a la plataforma de Disney+ y le da play a, por ejemplo, el clásico animado de Peter Pan, se encontrará con una advertencia al comienzo de la película sobre la representación que hace la historia de los pueblos originarios estadounidenses. Se avisa que ese contenido fue creado bajo otros contextos sociales y políticos y apela a la responsabilidad de cada espectador a la hora de consumirlo.

Esto sucede con unas cuantas películas más de la cadena, entre ellas Dumbo y El libro de la selva, y el ejemplo viene a cuento para explorar con detenimiento las dos “facciones” que se han despertado bajo la discusión del revisionismo: los que quieren cancelar y los que quieren avisar.

“Quienes desde el activismo confrontan la sensibilidad y la ideología hegemónica se dividen en dos corrientes claras. Por un lado están los que abogan por la invisibilización, los que quieren cancelar por la capacidad formativa que tiene la obra que se discute. Por el otro, están quienes entienden que los productos culturales tienen incidencia, pero que no actúan de forma directa y que son consumidos siempre en contexto. Esta opción aboga por la responsabilidad de los adultos de formar a los niños, de ayudarlos a contextualizar. La cancelación implica que te olvides de la tradición histórica de la que venís. Y después, si no formás al niño que luego se transforma en un adulto para poder detectar cual es la dimensión ideológica de un producto, puede estar expuesto a cualquier tipo de incidencia de cualquier tipo, más allá de que estés más o menos de acuerdo con ella”, dice Danta.

El triunfo de la voluntad, el documental propagandístico de Leni Riefenstahl

“En términos didácticos”, opina Alejandro Gortázar, doctor en Letras y docente de la Universidad de la República, “no creo que con el arte haya que hacer nada. Creo que no vale la pena. Pero al mismo tiempo, podés ver que cuando se coloca uno de esos avisos hay colectivos detrás que está pujando por una reivindicación y es importante. No es que haya que hacer todo lo que dicen los movimientos sociales, pero es una voz a la que hay que prestarle atención. Y si un colectivo de los pueblos originarios de EEUU y dice ‘che, esto para nosotros es sumamente ofensivo y reproduce un estereotipo que nos queremos sacar de encima’, me parece que es válido”. 

Ambos profesionales coinciden en que la “supresión” de un producto cultural o artístico por cuestiones ideológicas impide, sobre todo, comprender y asimilar comportamientos que consideramos erróneos y que dificulta la educación de los niños a la hora de su detección. Y que de alguna manera mina el entrenamiento de la capacidad crítica de cada individuo frente a las obras. 

“Cuando vos tenés un producto artístico o cultural que está circulando y ese producto transmite o hace una representación errónea, estereotipada o fomenta y promueve el racismo, por ejemplo, cancelar o corregir solo contribuye a polarizar y no aporta. Lo que aporta es decir que eso se escribió en tal momento histórico y que en ese momento esas cosas eran aceptables. Discutirlo. ¿Qué pasa si sacamos todas las palabras que hacen referencia a la esclavitud y a los afroamericanos en La cabaña del tío Tom? Nos perdemos la oportunidad de discutir por qué eso está mal, por qué no tiene que suceder más y cuál fue la razón por la que se llegó a eso”, apunta Gortázar.

Lolita (1962), de Stanley Kubrick

Danta suma y dice que invisibilizar este tipo de contenidos solo “barre el problema abajo de la alfombra” y recuerda que estudiar estos fenómenos muchas veces es la única manera de entenderlos. Si se los cancela, se pierde también la oportunidad de encontrar la manera de que no sucedan. “Cuando terminó la segunda guerra mundial, los primeros que se pusieron a estudiar el cine propagandístico nazi fueron los intelectuales judíos, porque necesitaban entender cómo esos dispositivos mediáticos lograban, junto con un montón de factores más, que el alemán medio no visualizara lo que en realidad estaba pasando. A estos mecanismos hay que estudiarlos, evidenciarlos, exponerlos y después generar plataformas formales e informales para que se pueda ayudar a cualquiera que se exponga ante estos productos, a visualizar esa ideología detrás. ¿Cómo tomamos Lolita? ¿Cómo un alegato a favor de la pederastia o como un estudio sobre la pederastia que te ayuda entender y prevenir? Si te enfrentás a un fenómeno que considerás que es nocivo, lo primero que tenés que hacer es entenderlo para protegerte y aislarte de sus efectos. Si lo ocultás, si lo olvidás, lo que hacés en realidad es darle más poder”, concluye. 

En ese sentido, las siguientes palabras de la académica española Ana Merino escritas en una columna de Babelia de El País de Madrid van en consonancia con los dos profesionales uruguayos y, de alguna manera, traen un poco de luz a un tema que en general se pasea entre las sombras, que despierta enojos, indignaciones, miedos en los artistas  y que, podemos aventurar, seguirá en debate por un largo tiempo más: “Las etiquetas de la ‘cancelación’ se olvidan de reflexionar sobre lo que significan las obras de los creadores en su propio momento y cómo verlas desde nuestro presente para aprender y evolucionar. Las Humanidades son ese espacio tan necesario de conocimiento reposado donde se modulan todas las voces. En estos tiempos tan inquietantes hay luz y cordura en los saberes humanísticos, que siempre se interrogan ampliando su corpus a nuevas perspectivas y a todo tipo de conocimiento, y nunca se quedan en la superficie”. 

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