Opinión > ANÁLISIS

Picadas: los fundamentalistas del acelerador están ganando la pelea

El espacio público se ha convertido en un lugar de disputa
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25 de septiembre de 2018 a las 05:03

El espacio público, ese lugar que en las ciudades ocupan, además de calles y veredas, plazas, parques y otros lugares de disfrute al aire libre, se ha convertido, desde hace un buen tiempo, en un espacio en disputa. Por un lado está la gente respetuosa del prójimo y, por el otro, aquellos que convierten esos sitios en lugares, si no peligrosos, muchas veces amenazantes o incómodos.

A la delincuencia de la que tanto se habla, a los pesados del mangazo violento, de las botellas estampadas contra el pavimento y el grito guarango, hay que agregarle los bobos peligrosos que protagonizan las denominadas “picadas” callejeras que este sábado se llevaron puesta la vida de un joven de 19 años en la concurrida rambla de Pocitos.

Lo que sucedió es bastante sencillo: dos borrachos corriendo carreras velozmente, poniendo en riesgo sus vidas –lo que no sería tan grave- pero arriesgando las de los demás. El hecho de que estas picadas se sucedan sin que casi nadie haga nada es más complejo de explicar. En un reciente seminario en el que debatieron sobre este tema expertos en tránsito, fiscales, policías y jerarcas de la intendencia, el tiempo se les fue casi enteramente en discutir acerca de “la conveniencia o no de sancionar una conducta a la que se considera un fenómeno cultural”, según dijo el juez Jorge Pírez.

Como si todo “fenómeno cultural” –desde el mate a la coima- tuviera que ser respetado por el simple hecho de formar parte de eso tan inasible que es la cultura de un país.

Lo que sucedió es bastante sencillo: dos borrachos corriendo carreras velozmente, poniendo en riesgo sus vidas –lo que no sería tan grave- pero arriesgando las de los demás.

Como consecuencia de esta singular manera de ver las cosas, en los cinco años que llevan funcionando los juzgados de Faltas no se emitió una sola sentencia contra los fundamentalistas del acelerador. La intendencia apenas fiscaliza y la policía está ocupada en otros asuntos. Mientras tanto, algunos tramos de la rambla de Montevideo –uno de los espacios luminosos de esta ciudad gris- se lo siguen disputando los paseantes desprevenidos y los conductores suicidas con sus competencias imbéciles. Y ya se sabe quien va ganando.

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