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Populismos

¿Son realmente demagógicas todas las tendencias políticas calificadas hoy usualmente como "populistas"?
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20 de noviembre de 2018 a las 11:26

El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) indica dos sentidos de la palabra "populismo". El segundo es: "Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Úsase más en sentido despectivo." Esta definición suscita varias perplejidades. ¿Acaso hay alguna tendencia política que no pretenda atraer a las clases populares? ¿Por qué predomina el sentido despectivo, aplicado a algo aparentemente tan normal y obvio como el deseo de atraer a las clases populares por parte de los movimientos políticos?

Para intentar responder estas preguntas, puede sernos útil recordar que, según Aristóteles, las principales formas de gobierno son seis. Tres puras: monarquía, aristocracia y democracia o república; y tres impuras: la tiranía (corrupción de la monarquía), la oligarquía (corrupción de la aristocracia) y la demagogia (corrupción de la democracia). En las formas puras de gobierno, los gobernantes procuran la justicia y el bien común; mientras que en las formas impuras procuran principalmente su propio beneficio individual. Se podría relacionar el sentido despectivo de "populismo" con la demagogia. En ese caso los políticos populistas buscarían atraer a las clases populares atendiendo sobre todo a su propio interés (el de los políticos), no al bien común; por ejemplo, planteando propuestas capaces de atraer el voto de las clases populares, aunque sean nocivas para el bien común.

¿Son realmente demagógicas todas las tendencias políticas calificadas hoy usualmente como "populistas"? Pienso que aquí cabe hacer una distinción. Los movimientos políticos que los medios de comunicación suelen llamar "populistas" corresponden a dos tendencias principales, que llamaré "populismos conservadores" y "populismos progresistas". El conflicto político entre progresistas y conservadores es distinto al conflicto político entre "izquierda" y "derecha", aunque tiene relación con él. El eje principal del primer conflicto no es, como en el segundo, la mayor o menor injerencia del Estado en la vida económica y social, sino una cuestión filosófica más honda: ¿existe o no un orden moral objetivo, una ley moral natural que el ordenamiento jurídico del Estado debe respetar y promover? Los conservadores responden esta pregunta de un modo afirmativo, mientras que los progresistas, por su relativismo historicista, lo hacen de un modo negativo.

Como cristiano, estoy convencido de que, en esa cuestión crucial, la razón está del lado de los conservadores. Por falta de espacio, no justificaré aquí esa afirmación, sino que la daré por sentada. De ella se deduce que los "populismos progresistas" (que suelen ser también socialistas y "globalistas"), independientemente de la buena o mala intención de sus proponentes, son objetivamente malos para la sociedad en general, y para las clases populares en particular; y, a la inversa, los "populismos conservadores" (que suelen ser también no-socialistas y nacionalistas), a pesar de algunos aspectos negativos, contienen aspectos positivos de gran valor para la sociedad en general, y para las clases populares en particular. Una digresión: los no-socialistas se dividen en dos tendencias principales: socialcristianos y liberales, por lo que hay un conflicto latente dentro del campo del "populismo conservador".

Descendiendo del plano de las abstracciones al de las realidades concretas de nuestro tiempo, cabe desconfiar de las rápidas descalificaciones que la gran prensa suele prodigar hoy a "populismos conservadores" como el de Donald Trump en Estados Unidos, Matteo Salvini en Italia, Viktor Orbán en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil etc., tachándolos sistemáticamente de ultraderechistas, racistas, xenófobos, misóginos y otros epítetos por el estilo, a veces con base en meros exabruptos verbales. Cabría esperar análisis más finos de parte de intelectuales tan sofisticados, que a la vez que recuerdan incesantemente las expresiones burdas y los errores de un bando parecen conceder una generosa amnistía a los exabruptos y aún a los crímenes del bando contrario…

Esa actitud tan poco ecuánime de la gran prensa, de la que una buena parte está casi al borde de la histeria desde la victoria de Trump en noviembre de 2016, me ha inducido a formular una hipótesis inquietante en torno al tema de este artículo: la élite cultural, política y económica que predomina en el Occidente otrora cristiano aplaude como "democráticos" los resultados electorales que le convienen y denosta como "populistas" los resultados electorales que le son adversos. En otras palabras, mientras ellos ganan se trata de "democracia", pero cuando pierden se trata de "populismo". Esta hipótesis no puede ser descartada fácilmente. Lo que está ocurriendo hoy podría ser simplemente que la mayoría de la población (la clase media y la clase trabajadora) se está dando cuenta de que las políticas públicas predominantes, con sus altos impuestos, sus servicios públicos de mala calidad, su creciente intervencionismo estatal, etc., la perjudica en gran medida, y que el sistema actual funciona básicamente a costa suya.  

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